La violencia contra la mujer generada por el uso de armas de fuego no distingue de clase social, fronteras, ni religión.
Cualesquiera que sean sus causas, el hecho irrefutable es que cuanto mayor sea el número de armas de fuego en una sociedad, mayor será el riesgo de muerte para las mujeres, quienes resultan ser víctimas de este tipo de violencia por su condición de género.
Hombres y mujeres, en la mayoría de las culturas, son socializados para ver la violencia como elemento integral de la masculinidad. A pesar de que los hombres, en especial los jóvenes, son la gran mayoría de víctimas y victimarios, pues más del 90% de las víctimas de homicidios por armas de fuego son hombres, las mujeres, incluso las niñas y adolescentes, se ven afectadas por las armas de fuego de múltiples formas.
Un factor muy importante cuando hablamos de violencia y género, es que la mayor parte de la violencia que reciben las mujeres proviene del ámbito familiar: de sus hogares. Un dato espeluznante, de acuerdo al documento "Los efectos de las armas en la vida de las mujeres"[1], es la declaración de la Organización Mundial de la Salud acerca de que uno de los factores de riesgo más importantes para las mujeres, en relación con su vulnerabilidad a las agresiones físicas, es estar casada o cohabitar con una pareja. De igual forma, la violencia doméstica es más proclive a ser mortal si hay un arma de fuego en el hogar: el peligro que corren las mujeres de ser asesinadas se incrementa en un 172%[2].
Como vemos, la proliferación de armas de fuego aumenta la vulnerabilidad de las mujeres y fomenta una mayor desigualdad de género, haciéndose entonces necesaria una gran transformación a nivel social y cultural, que revierta los patrones machistas establecidos
Tomando como base los datos de la Procuraduría General de la República, de enero 2011 a la fecha, los feminicidios en total superan los 200, donde más del 50% de estos son íntimos, es decir, cometidos por personas del ámbito íntimo de la víctima.
No es un secreto que República Dominicana sea uno de los países con mayores tasas de feminicidios por año. El número de feminicidios en los últimos 5 años asciende a más de 1,300, siendo cerca del 80% cometidos con armas de fuego.
En muchas sociedades, incluyendo por supuesto la nuestra, es culturalmente aceptado que los hombres utilicen las armas de fuego como instrumento para ejercer violencia contra las mujeres. Numerosos estudios se han realizado reflejando la creencia, incluso entre las mujeres, de que si una mujer hace "algo malo", su esposo tiene derecho a castigarla. Sin embargo, ese "castigo" toma otro matiz cuando se está ante la presencia de un arma de fuego.
A principios de 2011, el Instituto Caribeño para el Estado de Derecho (ICED), realizó una investigación para medir el impacto de las armas de fuego en la violencia de género, específicamente en la Unidad de Atención a Víctimas de Violencia del Distrito Nacional, la cual arrojó que más del 50% de las víctimas de violencia entrevistadas durante el periodo determinado, dijeron sentirse amenazadas y en peligro por la presencia de un arma de fuego en sus hogares.
A este círculo generalizado de violencia, debemos agregar que las armas de fuego reducen considerablemente la capacidad de resistencia de las víctimas, así como su capacidad de escapar y de que otra persona les preste ayuda: no es lo mismo, en términos de letalidad, recibir un tiro por impacto de bala, que otro tipo de agresión.
Como vemos, la proliferación de armas de fuego aumenta la vulnerabilidad de las mujeres y fomenta una mayor desigualdad de género, haciéndose entonces necesaria una gran transformación a nivel social y cultural, que revierta los patrones machistas establecidos.
Tanto hombres y mujeres, tal cual ha señalado la activista y amiga trinitense Folade Mutota[3], ven la seguridad desde ámbitos distintos, sumando a esto que el impacto de este tipo de violencia no es nunca el mismo en ambos. Si bien es cierto que las principales víctimas, y victimarios, de la violencia armada son los hombres jóvenes, las mujeres están muriendo por su condición de serlo, y en circunstancias de vulnerabilidad extrema. En este contexto, urge una comparación realista de los impactos específicos por género que tienen las armas de fuego, para el desarrollo de respuestas sensatas, sostenibles y equitativas.
En este sentido, la perspectiva de género permite un acercamiento al problema mucho más integral, en la medida en que estimula la reflexión sobre la posición de todos/as los afectados e involucrados. A su vez, subraya la importancia en el individuo, y no sólo la perspectiva masculina del problema.
Debemos estar conscientes, sin embargo, de que la prevención de la violencia nos toca a todas y todos por igual. Mientras más mujeres mueran a manos de sus esposos y/o parejas, más se debilita la confianza en las bases comunitarias, en el sistema de justicia penal, en las instituciones locales. La violencia de género corroe nuestra percepción de cohesión social, nuestros lazos afectivos con la comunidad, y nuestras oportunidades de crecer como colectivo. Y éste, entiendo, es un lujo que no debemos seguir dándonos.
[1] Los efectos de las armas en la vida de las mujeres, una publicación de Amnistía Internacional, Iansa, e Intermón Oxfam. Editorial Amnistía Internacional, Madrid, España, 2005
[2] Los efectos de las armas en la vida de las mujeres. Ob. Cit.
[3] Mutota, Folade: Visión de género y violencia armada en el Caribe, artículo publicado en el portal Comunidade Segura: www.comunidadesegura.org