El machismo arrastra, raíces muy profundas, que datan desde la conquista y se han arraigado y perdurado por siglos en los países de América Latina y en nuestra nación, lo que a través del tiempo se ha convertido en un perfil cultural causante de un carácter social, orientado hacia una actitud machista, que raya en la exageración de la masculinidad, la hombría, agresividad y una creencia de superioridad del hombre sobre la mujer, podría decirse, que el carácter machista parece ser uno de los factores desencadenantes de la actitud del feminicida, pues comparten múltiples rasgos similares, destacándose entre estos, una postura de dueño, propietario de la mujer, bajo la convicción de que la compañera sentimental, es de su total propiedad, se tiene como un objeto; como el que adquiere un vehículo, una casa, una prenda o cualquier artículo de uso personal.

En la mayoría de las relaciones de vínculos afectivos, sensual, erótica, o relación de pareja, el feminicida percibe la mujer, como un objeto u cosa, que debe obedecerle, respetar, sin cuestionar su autoridad absoluta y siempre tendrá la última palabra, manteniendo una relación de amo y sumisión completa, de la mujer; se presume que el hombre tiene “mayor necesidades y apremios sexuales”, por lo que existe la falacia, que el hombre puede tener libertad sexual y la infidelidad a la pareja es permitida moral y socialmente, sin embargo, el considera que su cónyuge no tiene el derecho de engañarlo, ni con el pensamiento y si así ocurriera, humillaciones, abuso psicológico y físico, sería la respuesta.

Quizás uno de los factores que más han incidido, en el aumento alarmante de feminicidios en nuestro país, ha sido la incorporación de la mujer al sector productivo laboral y la integración a la educación, lo que ha creado, independencia económica y un cambio en el rol de igualdad de decisión en la pareja, nótese en la actualidad la cantidad de mujeres que atienden a centros de enseñanza superior, universidades, para obtener mayor preparación educativa, técnica para obtener mejores plazas, mejor remuneración en el ámbito productivo y poder lograr una mejor posición de igualdad en la relación y en la estructura de la familia, desplazando la antigua posición, de sobre dependencia total, que existiera tiempos atrás.

Esta liberación femenina, ha traído por consecuencia una confrontación al hombre machista, y si añadimos las ganancias de derechos de igualdad frente al hombre, alcanzados en los últimos cien años y los logros en el campo laboral y social, los cuales han sido de gran magnitud, colocando al machista en una posición difícil, en la cual, él no ha podido digerir ni aceptar estos cambios y logros, los cuales, han sido percibidos como un reto, una agresión de parte de la mujer, lo que él  no acepta, en su condición de dueño y amo, lo que ha conllevado a una lucha de poder dentro de la estructura de la relación, que generalmente termina en situaciones de violencia y agresión.

Nuestra sociedad está altamente masculinizada, con una orientación patriarcal, creada al amparo de una psicología machista, que a través de una herencia cultural, hábitos sociales, tradiciones y un inconsciente cultural predeterminado; han sometido a la mujer a abusos y desigualdad, sin embargo cuando esa masculinidad, se ve amenazada por estos cambios y logros, trae por consecuencia temores de pérdida de control, dominio y posesión, lo que generalmente resulta en una respuesta sobre exagerada del hombre, cargada de resentimiento, humillación, odio, abuso físico, mental, mutilaciones , hasta llegar al asesinato de la figura femenina, que desafió su autoridad irracional y creencia enfermiza de su “derecho de posesión”.