Al ver las estadísticas del feminicidio registrada en el país, por poner un parámetro, 2016- 2019, se puede apreciar que el problema se ha ido convirtiendo en una cultura de resolver las controversias de las relaciones maritales, cuya magnitud, se aprecia en los datos siguientes: En el 2016 se registraron, 111, en el 2017, 113,  93 en el 2018, marchando el 2019 por el mismo camino, incluso, con mayor tendencia a desbordar la tasa del año anterior. 

Con el panorama anterior, se aflora inmediatamente que estamos frente a un fenómeno social que habría, o que explicar o por lo menos razonar los posibles causales, dado el hecho que también una gran parte de los feminicidios, encierran a la vez suicidios de los agresores. Y esto no se puede dejar a una campaña de oraciones, ni tampoco a una simple acción dogmática del derecho, que es aquella que solo se enfoca en la pena y que la solución es como sustentaron muchos tratadistas del sistema carcelario sobre las penas aflictivas, que las rejas solucionaban el problema del delincuente, siendo en realidad una situación más compleja, incluso, no pudiéndose buscar simplemente, en las posibles patologías criminógenas de los agresores.   

Como clamor del pueblo, se oye pedir castigos a los verdugos de mujeres, y que sobre estos caiga todo el peso de la ley, incluyendo que se les impongan las penas máximas. También se escucha, que faltan mecanismos que protejan las mujeres, pero además, se asume que el estado no dispone de un plan nacional que permita la lucha contra este flagelo.  Y no es para menos pensarlo, ya que al ver el cuadro del año 2017 citado por Acento.com en mayo del 2019, a nuestro juicio, el Estado ha montado una especie de pantomima, que por sus simples gesticulaciones aparentan que ha sido un esfuerzo de grandes sudores.

Sin embargo, al ver las estadísticas del año 2017, citada por la fuente, en el cual se emitieron 17,148 órdenes de protección y con todo y todo  ocurrieron 117 Feminicidios. Y más aún, el 46.1% de las mujeres asesinadas estaban separadas al momento de su asesinato, agregándose a todo esto, que ya autoridades sabían que muchos de los agresores tenían historial de violencia. Y que se me disculpe, en esto, juzgo yo, hay un componente de teatro judicial.

Insisto, el problema no radica en una pena máxima. Más bien nos orienta a pensar que uno de los causales estriba en los estilos de convivencias bajo un estado de anomia, interiorizando una degeneración conductual que está haciendo cautivos a los individuos de la asimilación de unos códigos sociales que a través del proceso de  socialización que la sociedad exhibe como norma comportamental. Tras esto, se ha ido arraigando en los agentes sociales, una especie de confusión, que muchos  psicólogos clásicos definen como el estado mental caracterizado por desorientación temporoespacial o personal, que produce desconcierto, perplejidad, ausencia de pensamientos ordenados e incapacidad para elegir o actuar con decisión correcta (Hernández, Pedro Pablo, Glosario de Introducción al Estudio de la Sociología del Derecho, pág. 306)

¿Y quién pudiera encontrar una explicación a la pandemia de feminicidio, que no sea en el desarrollo de la conducta desviada del enfoque de la primacía del núcleo familiar?  Incluyo, he llegado a pensar, aunque me falta rigor científico, pero lo asumo como una hipótesis, de que la propagación, del lesbianismo, por ejemplo, podría obedecer a un instinto de huida o escapada de mujeres que han sellado instintivamente que -estas relaciones-sexuales por igual-, les garantiza más la integridad de la vida que formalizando con un hombre.

Otra pregunta, ¿cómo, si no fuera porqué existe un trastorno, hasta el extremo de una especie de paroxismo- grado de mayor exaltación de un sentimiento-, pudiera explicarse que por una simple separación entre parejas, el cual vivir juntos se torna irremediablemente imposible por no poder conciliar sus relaciones armónicas, pudiera desencadenar en  feminicidio, y máxime, que algunos casos, el agresor se suicida?

La respuesta a esta pregunta, quizás la encontramos en Resumil (1992) al citar la teoría del intercambio, postulado por Maurice Cusson, 1976, la cual nos coloca en un portal de razonamiento para llegar a inferir que además de las delincuencias, crímenes, robos, atracos y otras inconductas de los individuos, el feminicidio radica en que el comportamiento de los individuos se basa en el principio de la reciprocidad y el interés mutuo y complementario, por lo que respetará las normas de su comunidad en la misma medida en que quienes las sigan recurran a la premiación y al castigo para imponerlas. Si el individuo no está suficientemente identificado con la sociedad, se desarrollarán conductas desviadas. Cuando la integración o la comunidad se debilita porque la reglamentación social se ejerce parcial o intermitentemente, los desafíos y extravíos, es decir la conducta delictiva, tiene lugar (ob. Cit. P. 117)

Detrás del feminicidio, incluso, cuando a la vez asume suicidarse, debe tener su explicación en el choque  de que sin formarlo para el cambio de la liberación femenina, el hombre ha ido perdiendo la calidad de macho alfa, a lo que se ha resistido, por no estar preparado socialmente, e irrumpe en la violencia del feminicidio, como una alarma del macho no domado para imponer lo que entiende es su autoridad.