Dos de mis tres hijas, estuvieron acariciando el tiempo en este mes de septiembre, Carmen Isabel y Alba Patricia; igual que Carmen Teresa que ya hizo su tránsito en el mes de junio. He tratado como padre de inculcar un valor evangélico del maestro de Nazaret, sobre el grano de Mostaza o los talentos confiados. Ambas parábolas son el signo de la voluntad de Dios de que venimos a la vida a crecer y ser mejores. En estas dos parábolas el limite para la felicidad es el mismo infinito amor de Dios.

Siempre recuerdo a todos y todas, que la codicia no es una virtud y que el padre que acompaña a un hijo o hija en ser presa de ella, el padre que no cultiva los limites hasta donde se puede llegar y las reglas que no se pueden transgredir, no es un buen padre o una buena madre.

A todos les recuerdo que el desafío de caminar y crecer debe estar cimentado en la verdad y la honestidad.

La virtud está en conocer el horizonte y su infinitud como el grano de mostaza, que siendo la más pequeña de las semillas se convierte en la más grande hortaliza y se hace árbol, donde vienen las aves del cielo y hacen nido como enseñó el maestro de Galilea. ¡Que viva la vida!!!