Opinionis ortus est memoriae defectus.
MACROBIO.

Desde pequeño percibía la dicotomía existente entre la conmemoración religiosa de la Navidad y el fenómeno comercial y carnavalesco, cuasi irreverente, que la acompañaba.  Para entender este acaecimiento hay que remontarse a la mitología romana y encontrarnos con el dios Saturno.

Como todos los dioses, Saturno era temible y controvertido.  De acuerdo a la mitología de marras, traicionó a su hermano Titán y (como magistralmente nos muestra Goya) devoraba a sus hijos para mantenerse en el poder del cielo o Empíreo.  Su hijo más destacado fue Júpiter, quien logró salvarse de los colmillos del padre por un ardid de su madre Ops.  Júpiter terminó destronando a Saturno, quien fue acogido por el dios Jano, que regía la región del Lacio, donde hoy se encuentra Roma.  Conmovido por tanta generosidad, Saturno se dedicó a hacer el bien y civilizar a los toscos habitantes del área, enseñándoles todo tipo de oficios, sobre todo las técnicas agrícolas.  Sus esfuerzos culminaron en la llamada Edad de Oro, donde no existían leyes escritas ni se conocían la injusticia, el crimen ni la propiedad privada.  Allí había una perpetua primavera; las costumbres eran respetadas; y reinaban la paz, la igualdad y la abundancia.

Por sus méritos, Saturno pasó a ser una divinidad protectora de sembrados, garante de cosechas y símbolo de la Edad de Oro.  En la antigua Roma se le invocaba en el momento de las siembras y se le erigió un templo descomunal en el Foro Romano que servía como depositario del Tesoro Público.  Las fiestas en su honor se llamaron Saturnales y se empezaron a celebrar circa 217 A.C.  Estas festividades eran el acontecimiento social más importante del año y tenían un carácter dual a tono con el mito de Saturno:  festejaban la conclusión de los trabajos agrícolas relacionados con la siembra de invierno y suponían un regreso efímero a la Edad de Oro, cuando los hombres vivían sin clases ni opresión.

Las Saturnales duraban una semana, del 17 al 23 de diciembre.  Empezaban con la consagración del templo de Saturno y un banquete popular apoteósico.  A esto le seguían seis días de excesos, permisividad, regocijo, anarquía, relajamiento y convivencia.  Era la fiesta de la libertad y la desinhibición.  La gente atestaba las calles.  Se prohibía hacer negocios públicos.  El Senado, los tribunales, las tiendas y las escuelas permanecían cerradas.  Se liberaba a los prisioneros y se aplazaban las ejecuciones.  Hacer la guerra se consideraba un acto impío.

El orden social romano se invertía.  A los esclavos se les permitía beber y cenar con sus amos, los cuales muchas veces les servían a aquellos. Los esclavos tambíen podían usar el píleo o sombrero de hombres libres, y se les permitía decirles verdades incómodas a sus amos y participar en juegos de azar.  Para confundirse con el populacho, los senadores y otras personas de alcurnia colgaban sus togas y se vestían de manera informal con un atuendo liviano llamado síntesis.

En las casas, los hijos a veces intercambiaban roles con sus padres y pasaban a ser los jefes de la familia.  Se elegía un Señor del Desgobierno a quien se le tenía que hacer caso por muy absurdas que fueran sus órdenes.  Además, era la ocasión de visitar amigos y familiares e intercambiar regalos, especialmente cirios y muñecas de cera.

Estas fiestas tenían lugar durante el solsticio de invierno cuando, debido a la posición del Sol provocada por la inclinación del eje de la Tierra sobre el plano de su órbita, los días son mucho más cortos que el resto del año.  Como después del solsticio los días empezaban a alargarse de nuevo, los romanos de la antigüedad creían que el sol se hacía viejo, moría y renacía como niño Sol.  Por eso, el 25 de diciembre celebraban el Natalis Solis Invictis (o Nacimiento del Sol Invencible), personificado en el niño dios Mitra, de origen persa.

Es imposible leer lo anterior y no encontrar un parecido contundente con ese sincretismo de carnaval y religiosidad que son las Navidades de nuestros días, si obviamos lo alejadas que están de la Edad de Oro.

No se sabe a ciencia cierta la fecha del nacimiento de Jesucristo.  La fuente oficial, el Nuevo Testamento, no la menciona. No fue sino hasta siglo IV cuando la Iglesia Católica fijó el 25 de diciembre como Día de Navidad. Hasta ese momento, la fiesta más importante de los cristianos era el Domingo de Resurrección.  Se dice que la elección de esa fecha para celebrar el nacimiento de Jesucristo fue una táctica publicitaria para capitalizar las tradiciones paganas más populares del Imperio Romano (las Saturnales y el Nacimiento del Sol Invencible) y así atraer sus seguidores a la fe cristiana.  Por esta razón, grupos fundamentalistas cristianos consideran la Navidad una fiesta pagana y optan por no observarla.  Por su parte, los cristianos ortodoxos la celebran el 6 de enero.

Yo, como mortal irredento, me inscribo entre los que prefieren la tradición de las Saturnales y desde hoy me lanzo a celebrarlas para evitar que Saturno se ensañe conmigo.