La Economía del Bien Común (EBC) es un modelo económico que se basa en colocar a los seres humanos, sus interrelaciones entre ellos y el medio ambiente, en el centro del sistema económico. Buscando que el mercado asuma los valores de relación y constitución, induciendo a los individuos a que se organicen en función de la solidaridad dignidad humana, democracia, transparencia, justicia social y sostenibilidad ecológica. Si la economía es una ciencia social entonces debe servir el bien común, ayudando a generar riquezas, su justa  distribución y consumo con el fin de satisfacer las necesidades humanas, promoviendo su bienestar. Contrario al enfoque que se basa en que toda actividad económica debe tender a maximizar  beneficios, sin tener en cuenta cómo se obtienen, ni las consecuencias que de ellos se derivan.

Sus precursores son los economistas Christian Felber (1972, Salzburgo, Austria), posmoderno, agregaría, y Jean Tirole (1953, Troyes, Francia), Premio Nobel de Economía 2014 y uno de los economistas más influyentes de la época. Veamos que postulan ambos.

En “Nuevos valores para la economía” (Deuticke, 2008) y “La economía del bien común” (Deuticke, 2010), Felber, con el auspicio y colaboración de un grupo de empresas austriacas, han concebido un modelo económico con el objetivo de adaptar la economía real capitalista, en el que se valora el afán de lucro y la competencia, a los principios iniciales de creación de riquezas. Todo a través de la explicación de Felber: “la economía del bien común se debe regir por una serie de principios básicos que representan valores humanos: confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad, generosidad y compasión, entre otros, y aquellas empresas que les guíen esos principios y valores deben obtener ventajas legales que les permitan sobrevivir a los valores del lucro y la competencia actuales”. Es por lo que algunos han llamado al modelo el de la “Economía de Sentido Común”.

El grado de  implicación de las empresas y su aplicación, puede aplicarse vía la Matriz del Bien Común, que consiste en una serie de pautas a aplicar y el Balance del Bien Común, que no es más que un sistema de medición de la aplicación de la matriz. Estos instrumentos son los que permiten determinar cuáles empresas aplican para obtener beneficios fiscales. A los consumidores, les permitirá escoger los productos o servicios de esas empresas dado el compromiso social y garantía de calidad.

La EBC, es también una suerte de precursor de cambio tanto en lo económico, político y social de una sociedad en dirección ascendente. Es como involucrar a la base de la sociedad haciéndole partícipe de un cambio de movilidad social positivo. Esto implica la creación de los “Campos de Energía”, que son los grupos de apoyo operativos desde hace más de cinco años en Austria, Alemania, Italia, Suiza, Liechtenstein, España, Argentina y Honduras, ahora en expansión. Los “Campos de Energía” pueden estar compuestos por todos y cada uno de los individuos de la sociedad. En el ámbito económico promueven y desarrollan las orientaciones concretas hacia el bien común, aplicables a estructuras organizacionales de diferentes tipos y tamaños. Pero en el ámbito político los promueven cambios en las leyes y la participación ciudadana, para lograr compatibilidad con su enfoque al bien común. En lo social asumen iniciativas en torno a la concienciación social en pos de un cambio de sistema que favorezca una justa equidad.

La obra del laureado Jean Tirole, “La Economía del Bien Común”, (Taurus, 2017), es el texto de moda en el ámbito económico en estos momentos. Particularmente, agradezco mi ejemplar a mi amigo el Ing. Héctor Bretón, quien me lo acarreo desde Madrid, con la condición de que se lo debo prestar a finalizarlo. En el libro se aprecian asuntos relativos a la reforma del estado, de las empresas, contratos de trabajo, tasas, matriculación a centros de estudios superiores, organización de los servicios de salud, política fiscal, además de los grandes desafíos macroeconómicos: desempleo, gastos en construcciones, el clima, la competencia, la reestructuración de Europa, el sector financiero, la política industrial, impacto de la digitalización en la producción, procesos de datos, propiedad intelectual e innovación, así como la regulación de los servicios públicos.

Inicia buscando la razonabilidad entre la lógica económica con la lógica social, a veces asumidas como contrarias. Todo partiendo de que la discusión en cuanto a la intervención pública o economía de mercado no tiene sentido porque la participación del estado es muy fuerte, a través de los Bancos Centrales, relaciones comerciales a través de tratados, infraestructuras o regulando precios y servicios públicos. En el ámbito del mercado puede resultar importante en la organización de la economía, pero enfatiza que no así a la sociedad, porque no es provechosa una "sociedad de mercado". El otro enfoque parte de que las sociedades funcionan como economías de mercado con una fuerte presencia de los estados, eso sí, justificando las decisiones de política pública.

Y hace una crítica a las posiciones puramente ideológicas, de la derecha o de izquierda, en cualquiera de sus dimensiones, en cuanto sus análisis justificativos no abarcan todas las implicaciones y consecuencias, actuales o futuras, de procesos de “cambios” de políticas. Por ejemplo,  se dieron situaciones en las que las privatizaciones no fueron otra cosa que cambios que beneficiaban a grupos vinculados al poder. En tanto, las políticas sociales no lograron los fines planificados los objetivos propuestos en cuanto a incrementar la productividad, mejorar la calidad de los empleos y descargar a los estados de costos que incrementaban los déficits fiscales. Esto debe ser planteado en debates abiertos, con rigor técnico, matizados con impostergable independencia y transparencia.

No es modelo utópico, pero debe ser consensuado y asumido por la mayoría. No es una negación del capitalismo, pues busca equidad en cuanto a que desaparezca la pobreza, que se distribuya con justicia la riqueza, más no que desaparezcan los ricos, los dueños del capital. Ni Carlos, ni Groucho.

En la siguiente entrega veremos en detalle de los puntos básicos del modelo.