Por mucho tiempo me he resguardado en el silencio… El hogar perfecto.

Sólo él sabe guardar secretos. Sólo en él, cabe la interpretación. Ha sido él la cuna de mis mensajes más importantes. Y ha sido él, mi único intento en el mundo de la diplomacia.

En el silencio he cometido mis crímenes más atroces… He sabido deformar anhelos hasta su punto más bajo, el cálculo. He sabido saborear actos anticipados. He tenido sueños que no pueden ser otra cosa más que propiedad privada.

En el silencio, y su fecunda sinfonía, he podido apreciar verdaderos amaneceres que poco tienen que ver con el Sol; y he podido desnudarme ante mi misma, aunque duela… El único dolor que disfruta uno, el dolor de la verdad.

Además, es el silencio, el único lugar fuera de la multitud en el que toma un descanso la identidad.

Es donde duermen inertes las semillas de algunos pensamientos, incubadas y arrulladas en las entrañas de la tierra, sin salir hacia la superficie a transformarse en frutos.

El silencio conoce también, el espacio que hay entre la idea y la forma. El sabe de la tempestad que no abandona mi cabeza. Es el único lugar donde logran mi insomnio y mi imaginación procrear libremente en feroz maridaje.

Sólo en el silencio se escuchan claramente los latidos, y se conoce el ritmo exacto en el que transita la sangre con pletórico empuje por nuestras venas.

El silencio les puede describir las miradas más tristes que recuerdo, y las sonrisas más tontamente alegres.

Del silencio se sostienen las promesas incumplidas. Los repentinos cambios de opinión. Y el olvido.

Con él, y una mirada, nos han dado muchas buenas y malas noticias.

Desde el silencio nos acecha sigiloso, el tiempo.

En el silencio puedo darle un baño a mi alma.

Pero sucede que hoy, para variar, quiero ruido.

Por vez primera, el silencio no dice suficiente…

Quiero una nueva melodía, que no me traiga ningún recuerdo.