A Pepin Corripio se le conoce como un acaudalado empresario que sabe medir sus palabras. Raras veces sus pronunciamientos públicos pasan de ser meras exhortaciones al trabajo honesto para conseguir el éxito. Por eso sorprendió que señalara, en una reciente declaración, que “en la situación interna que vive el PLD, sus dirigentes y el país, está primando el individualismo y no la colectividad.” El certero diagnostico no podría ser más oportuno frente al deplorable panorama político que nos abruma.

En verdad, las elecciones primarias provocaron acontecimientos que, tomados en su conjunto, nos han revelado las actuales falencias de nuestra democracia. Y un frio vistazo al reciente accionar de la clase política da origen a gran pesimismo sobre el futuro cercano. Ha dado la impresión de que le importa un bledo los obstáculos y desafíos del desarrollo nacional y que carece de visión y voluntad para enfrentarlos. El civismo del pueblo llano al observar una conducta ejemplar el día de las votaciones es lo único que permite abrigar esperanzas de un mañana mejor.

Lo que precedió a esas elecciones fue vergonzoso. No fue solo que se apeló descaradamente a recursos sucios ventilados en las redes sociales. Lo que opacó la gloriosa promesa del voto automatizado fue la avasallante publicidad del precandidato del gobierno, el ilegal proselitismo de funcionarios públicos, la grosera compra de votos por parte de ambos bandos del PLD –reportado en una tercera parte de las mesas por Participación Ciudadana– y las blandengues ofertas electorales. Si bien la JCE pretendió imponer algún orden, los modales de los partidos dejaron mucho que desear.

La vitriólica contienda entre las facciones del PLD provocó secuelas satánicas. Los antagonismos de la campana se abrieron paso a la subsiguiente oleada defensiva contra las tratativas de fraude electoral. La cerrada victoria de un precandidato del PLD fue denostada con vehemencia por los airados contrarios. La agria rebatiña entre las dos facciones de ese partido hundió la herencia de decoro boschista en una furnia de iniquidades. Los hirientes insultos eventualmente motivaron el desenlace de la división y la reconfiguración de las fuerzas partidarias.

El clima de intemperancia desembocó en discursos vacíos por parte de los dos grandes líderes del PLD. Aunque la intervención del expresidente Fernandez que anunció la renuncia de su partido y su intención de formar tienda aparte constituyó un bien hilvanado dibujo de su trayectoria política, el listado de agravios que le siguió deslució el mensaje. Hubiese sido más elegante y apropiado fundamentar su partida en el ideario boschista y en una visión del progreso nacional que identificara los retos a conquistar. El lema altruista de “servir al partido para servir al pueblo” requería esa misionera interpretación.

Peor fue el iracundo discurso del presidente Medina que siguió al de Fernandez porque pareció una sarta defensiva de diatribas que no dignificó su condición de presidente de todos los dominicanos. Si bien la ocasión era muy partidista y tal vez se requería insuflar confianza entre sus acólitos después de la división, lo que quedó del mensaje fue la individualista afirmación de que “yo gano las elecciones”, erigiéndose así en amo y señor de los remanentes partidarios. Hubiese sido más elegante y apropiado destacar los rasgos bienhechores del candidato presidencial y enumerar sus planes para seguir la ruta de progreso trazada por su gobierno.

Lo que ha seguido a los discursos mueve a mayor desconsuelo. La prensa reportó los prerequisitos de la facción leonelista para apoyar la otra y evitar un rompimiento. Aunque luego se desautorizara su autenticidad, esos requisitos ejemplifican magistralmente el dictamen de Pepin: todo se limitó a exigir cargos y canonjías en el tren gubernamental y nada se refirió a los grandes desafíos del desarrollo nacional y lo que esa facción podría hacer para contribuir a su conquista. El listado de peticiones, incluyendo las diez embajadas, fue una vergonzante admisión de que no existe la intención de “servir al pueblo” sino de lucrarse personalmente.

Cual fiel reflejo de las intenciones taurinas de lucro personal asistimos ahora al triste panorama de la conformación de alianzas partidarias. Las iniciativas para formar un gran frente opositor que desplace al PLD del poder parecen tener fines espurios si solo porque algunos de los proponentes tienen mala imagen y una alta tasa de rechazo. Pero los aprestos de los partidos minoritarios no se quedan atrás y se advierte entre ellos la única motivación de merecer, a cambio de sus pocos votos, una porción del pastel gubernamental. (Nunca han hecho propuestas de solución de los problemas nacionales.) Esos partidos exhiben una conducta mercurial que desdice mucho de su patriotismo y de su alegada entrega a las mejores causas del pueblo dominicano.

Al otear este panorama del comportamiento de la clase política no puede evadirse la conclusión de que nuestra democracia está todavía en pañales. En la clase política prima la avidez por el poder para saciar apetitos mercuriales, no para lograr un desarrollo que incremente el nivel de bienestar de las mayorías. A nadie parece importarle las propuestas para solucionar los problemas nacionales y, en consecuencia, nadie habla de una oferta programática o ideológica que encumbre la lucha contra la pobreza a la cima de las prioridades. Las ofertas electorales se limitan a los picapollos y las papeletas.

Seria mezquino, sin embargo, no admitir que el PRM ha dejado hasta ahora una estela de mejor comportamiento. Realizaron una convención ejemplar, construyeron un padrón creíble y terciaron en las primarias sin los ruidos mostrencos del partido de gobierno. Pero en la estructuración de alianzas que esperan concretar tampoco se nota la presencia altruista de una oferta programática plausible para impulsar el desarrollo nacional. Las propuestas de políticas públicas brillan por su ausencia y, en consecuencia, los fines mercuriales parecen estar a flor de piel.

Pepin sin duda ha dado en el clavo al advertir que “la paz cuesta”. Su advertencia de que “para que se mantenga la paz en la Republica Dominicana es necesario pensar en la sociedad en general” no podría ser más oportuna, certera y clarividente. La “cultura democrática” que nos gastamos todavía exhibe toda la parafernalia de las cavernas, aunque esta vez hemos dejado atrás la violencia y la extrema intolerancia política. De ahí que debamos tener bien claro que la elevación del discurso de la partidocracia implica centrar su atención en lo que puedan ofertar como receta programática, habida cuenta de que su referente ideológico no pasa de ser el de la economía de mercado.

En lo inmediato resulta indispensable adoptar entre los grandes partidos el “Pacto por la Limpieza Electoral” que ha propuesto el destacado periodista Juan Bolivar Diaz  o la “alianza contra el fradue electoral que ha propuesto el expresidente Fernandez. No podemos darnos el lujo de que las elecciones del próximo ano resulten bajeadas por la aureola de dudas que envolvió a las primarias. Se necesita unos comicios limpios, cual “rocío de juventud”, para que la clase política se quite el lodo que su reciente comportamiento ha generado.