Cada día vemos los síntomas de la patología social. En las últimas semanas, éstos hablan con más fuerza, han aumentado en intensidad. La democracia, más que un sistema, es mentalidad y cultura. En un país de infinitas desigualdades la opinión se pervierte y toda voluntad tiene un precio. La única cultura que dice presente día tras día es la del clientelismo. Mientras el muro del senado defendía lo único que ha podido institucionalizar la Cámara alta (el clientelismo), Hipólito anuncia condonaciones que rompen con el orden institucional.
Pongamos buen juicio donde la arrogancia del poder pone desvergüenza y estupidez. Si bien el clientelismo se ha constituido en cultura política, nada justifica que esa Pared se constituya en muralla de la antidemocracia expulsando por la vía oral su penoso "donde quiera que uno se mueve no lo dejan a uno tranquilo, y lamentablemente quien no da se fuñó", erigiéndose en víctima de limosneros.
Euclides acaparó la escena pública con el jefismo que por sangre, prepotencia y trujillismo le corresponde. La falta de argumentos se tradujo en insultos e intimaciones. Trató a periodistas de enemigos del régimen, como los desafectos de antaño. Acusó a Nuria y a Alicia de extranjeras, como si la libertad de expresión tuviera fronteras geográficas.
Mientras el Ministro Pina Toribio defiende la postura de respeto hacia la libertad de expresión del Presidente de la República se destapan las prácticas intolerantes del cuerpo de seguridad del primer mandatario. Se hace difícil no pensar en la rutina del policía bueno y el policía malo. El policía bueno (el de mayor rango) actúa como persona razonable, abierta al diálogo, mientras el policía malo, exhibiendo sus cualidades de bruto montaraz, maltrata sin clemencia a la víctima. Que nadie diga que una orden superior basta para detener el abuso.
"No todos somos tontos". El país que queremos no se construye con limosnas ni condonaciones. Entrar en el juego clientelista lo perpetúa. Comprar el favor del pueblo con fondos del estado no nos hace víctimas, sino victimarios. Víctimas son los limosneros, que son quiénes sobreviven las injusticias prostituyendo su voluntad, apostando con el diablo lo que de dignidad les queda.
El Presidente del Senado dominicano dijo que si de su voluntad dependiese, eliminaría el barrilito. Dolorosa incompetencia no poder lograrlo con el control absoluto del Congreso. Quien dice que Juan Bosch es el maestro del cuentística dominicana, no conoce los cuentos de los ex-boschistas enriquecidos.
El país que queremos tampoco se construye con autoritarismos ni intolerancias, no se cimenta con malcriadezas trujillistas. La verdad no tiene nacionalidad, no tiene partido, ni cargo gubernamental. Comencemos por exigir que el Presidente, a quien no se le puede presumir ignorante de las prácticas de su equipo de seguridad, haga respetar la libertad de expresión, aún más en su presencia.
Las últimas semanas han revelado mucha doblez, pocas opciones…