Un Estado laico, en términos simples, es donde hay independencia y autonomía entre el Estado y las iglesias. El Estado actúa de forma neutral en materia religiosa, no apoya, ni otorga privilegios a una o varias iglesias en particular; de ahí que las creencias religiosas no influirán en la política nacional. Es lo que se ha definido desde tiempos inmemoriales como necesario, la separación entre la iglesia y el Estado. Incluso el Papa, ha aceptado que es lo ideal, con la reglamentación necesaria y suficiente para poder ejercer la objeción de conciencia.

Por el contrario, un Estado confesional adopta una religión y actúa desde esos criterios. En República Dominicana, basándose en el Concordato, la Iglesia Católica, tiene muchísimos privilegios e influencia en el Estado; las demás iglesias se aprovechan de esta situación y exigen para sí mismas iguales prerrogativas y prebendas. O sea, que en la práctica las religiones tienen influencia y se aprovechan del Estado, con todas las consecuencias que esto conlleva.

Dios es amor, la biblia lo dice, Dios es amor, Dios es amor, vuelve y lo repite, en el capítulo 4, versículo 8, Primera de Juan; así dice un cántico que entonábamos cientos de veces en la Iglesia Metodista Libre donde asistí toda mi infancia, allá en el Imperio de Salcedonia. Y en la construcción espiritual de la divinidad esto es cierto, ahora bien, parecería que en el ejercicio cotidiano de las religiones se olvida… Si Dios es amor, las religiones deberían ser profesión de amor. Lo que personas religiosas están haciéndole a la Diputada Raful en este momento, niega esa verdad…

La fe no puede ser ciega e irracional, cuando personas supuestamente cristianas atacan con la visceralidad que están atacando a la Diputada, confesa católica, por el simple hecho de exigir que se cumpla la Constitución, se reafirma la necesidad de un ESTADO LAICO. No puedo renegar de la espiritualidad, ya que, el reconocimiento de la presencia del alma en mí y de la fe en la trascendencia me es consustancial; requiero y necesito creer en la divinidad, esa que se expresa desde el amor, la misericordia, el reconocimiento de diversas legitimidades,  que no nos quita derechos, sino que desde el amor, nos hacen seres iguales en dignidad, reconociendo la diversidad de cada ser como único e irrepetible y nos pide que tratemos al prójimo como nos tratamos, que implica actuar sobre un ideal de respeto y cuidado. Ahora bien, históricamente y en la actualidad las religiones se alejan de estos postulados, y se convierten en corporaciones implacables dispuestas a “matar” si consideran que alguien les afecta.

La Diputada Raful en su alocución, expresó lo que afirma nuestra Carta Magna desde su preámbulo establece con claridad meridiana, somos un Estado Constitucional de Derecho: “…regidos por los valores supremos y los principios fundamentales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad, el imperio de la ley, la justicia, la solidaridad, la convivencia fraterna, el bienestar social, el equilibrio ecológico, el progreso y la paz, factores esenciales para la cohesión social”.

En el articulo 39, dice textualmente: “Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, reciben la misma protección y trato de las instituciones, autoridades y demás personas y gozan de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin ninguna discriminación por razones de género, color, edad, discapacidad, nacionalidad, vínculos familiares, lengua, religión, opinión política o filosófica, condición social o personal”. Iguales sin discriminación por religión ¿En qué cabeza cabe que no es discriminación por religión imponer en la educación un libro de una religión, por sobre las otras?

Sigue el artículo 43, y expresa: “Toda persona tiene derecho al libre desarrollo de su personalidad, sin más limitaciones que las impuestas por el orden jurídico y los derechos de los demás”. De verdad se puede pensar que se respeta esta libertad, si una religión tiene la preeminencia de que el estudio de su libro sea incluido en la educación pública como enseñanza obligatoria. A mi me parece de una prepotencia extrema.

No se queda ahí, la Constitución, en el 45, es todavía más categórica y dice: “El Estado garantiza la libertad de conciencia y de cultos, con sujeción al orden público y respeto a las buenas costumbres”. Usted piensa que se puede garantizar esta libertad, desde la idea de que la Biblia es un libro “universal” y su enseñanza obligatoria contribuye a la “sabiduría” ¿Ese mismo criterio no se le podría aplicar a los libros sagrados de las demás religiones?

Y por si quedaba alguna duda, ese documento que cuando nos conviene decimos que debe ser respetado y consideremos que su cumplimiento es necesario para la vida “civilizada”, en el artículo 63, luego de afirmar que toda persona tiene derecho a una educación integral, afirma que: “La familia es responsable de la educación de sus integrantes y tiene derecho a escoger el tipo de educación de sus hijos menores”. Si yo escogí una educación laica para mi descendencia, y el Estado les obliga a la enseñanza del libro de una de las religiones que hay en el mundo, que tiene bastante preeminencia, pero entiéndase bien, es una de las religiones del mundo, no la única, no la “verdadera”. ¿Y quienes profesan otras religiones tienen derecho a escoger?

El artículo 63, es tan exquisito, que prevé lo que, si debe enseñarse de forma obligatoria en las escuelas: “Con la finalidad de formar ciudadanas y ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes, en todas las instituciones de educación pública y privada, serán obligatorias la instrucción en la formación social y cívica, la enseñanza de la Constitución, de los derechos y garantías fundamentales, de los valores patrios y de los principios de convivencia pacífica”. Según este texto constitucional, esto de querer incluir la biblia, parece demagogia. Y es a todas luces una injerencia publica en temas privados.

Las religiones y las personas religiosas, que demuestren lo saludable que puede ser estudiar la biblia. Que dejen de estar “quemando en la hoguera” a quienes quieren que se cumpla lo establecido en la Constitución. Que dejen de ser implacables, con quien, ejerciendo su derecho, exige construir una civilización de respeto en donde creyentes y no creyentes posean y ejerzan derechos.

Vivir la fe, la religión y el cristianismo desde la prepotencia de "lo universal" olvidándose de que hay millones de poblaciones no cristianas, es un absurdo. Más que un absurdo es un abuso, una imposición grandilocuente y prepotente que niega el fundamento del amor, que el propio cristianismo asume como su principio evangélico principal.

Y haréis justicia.