El fantasma que debió hechizar a la población capitalina de antaño, aún ronda entre nosotros. Anda atrapado en la Zona Colonial, la misma donde llegaron persiguiendo sus sueños y ambiciones, castellanos, vascos o andaluces; aventureros todos, que quedaron irremisiblemente atrapados entre los faroles, las verjas y el empedrado de esta vieja ciudad.
Desde sus inicios la Ciudad Colonial ha guardado la esencia y la bohemia que la caracteriza, y que ha preservado hasta nuestros días. Esa magia perdura aquí a través de los tiempos, reflejada en los artistas callejeros que abrazan plazuelas, parques, aceras y chaflanes con expresiones culturales diversas, y ya sean pintores, músicos, actores, bailarines o poetas, parecen surgir entre las luces y sombras de la ciudad inundando con su espíritu la Zona Colonial.
Puede que en el fondo, sea el fantasma que, impenitente, nos persigue, aparece y desaparece dejándonos el sabor dulce del hechizo en el mismo lugar donde empezó la historia del Nuevo Mundo.
Se presiente en el encanto de las tertulias dentro de cafés sempiternos, que aún guardan el sabor de otros tiempos; en las actividades que reviven la época colonial como la Noche Larga de los Museos, los aquelarres poéticos, la Fiesta de la Música o en las noches de son en las Ruinas de San Francisco, que como otras tantas, mantienen presente la magia del fantasma que sigue deambulando por las calles de esta vetusta ciudad.
La zona luce enigmáticas estatuas, edificios coloniales, patios sombreados, callejuelas añejas, rústicos empedrados y románticas verjas para recordarnos su esencia.
Según datos históricos, la Plaza Mayor, conocida hoy como el Parque Colón era el lugar céntrico donde se reunían los poderes políticos, religiosos, militares y municipales en tiempos de la colonia. Y el Alcázar de Colón, el Museo de las Casas Reales o la Catedral Primada de América fueron lugares de obligada afluencia, que hoy forman parte emblemática de la estructura colonial de la zona.
A pesar de la codicia que suscitó este enclave desde la llegada de los españoles (y que en algunos aspectos ha perdurado hasta nuestros días), el espíritu del fantasma prevaleció por encima de avatares, asaltos e invasiones a la ciudad. Recordemos el de Sir Francis Drake en 1586 que tomó la villa por asalto y solo la abandonó después de saquearla a conciencia y recibir los 25 mil ducados que tomó de sus habitantes en concepto de rescate; la defensa heroica del Conde de Peñalba contra la temida flota de los arrogantes marinos británicos Penn y Venables allá por el 1655; también prevaleció por encima del espíritu francés cuando a principios del siglo XIX Toussaint L`Overture consumó el tratado de Basilea y en la ciudad capital ondeó la bandera de Francia, o en 1822 cuando se izó la haitiana impuesta por Jean Pierre Boyer; así mismo, prevaleció cuando en 1916 los Estados Unidos de Norteamérica invadían la isla con la intención de cobrarse viejas deudas y esquilmar lo poco que había. Y finalmente, en 1965, por encima de barras y estrellas de la misma bandera que ondeaba al viento mancillando el honor dominicano.
El fantasma prevaleció a pesar de todo. Y es un hecho casi constatable, que sigue ejerciendo su influencia sobre nosotros, que como amantes de la bohemia, alimentamos su esencia, eternamente atrapada entre los muros de esta Ciudad Colonial.