Se trata de una obra pictórica del artista dominicano Dionisio Blanco.

Pedro Henríquez Ureña solía pensar, soñar los mundos del Caribe y de toda América en sus obras, pero sobre todo, en aquellos sitios de la utopía que poco a poco se transformaban y se transmutan en textos críticos, ensayos y crónicas, donde recogía los valores y líneas particulares del continente americano.  Lo que soñaba Pedro Henríquez Ureña eran espacios reales, identitarios, imaginarios y poéticos, bajo el impulso de una imagen originaria y procesual.

Nuestro humanista fue un crítico de arte y un crítico cultural cuya exégesis e interpretación se revelaban (y se revelan) en el espíritu de la cultura continental y su productividad dinámica. La historia de las formas culturales se justifica en un marco sincrónico y diacrónico tendente a revelar los significados que este maestro de América explicó en tres de sus obras fundamentales: Seis ensayos en busca de nuestra expresión,  Historia de la cultura en la América Hispánica y Las corrientes literarias en la América Hispánica.

El artista Dionisio Blanco ha plasmado el pensar y el pensamiento de Pedro Henríquez Ureña en un retrato, articulado también como etopeya y proyección espiritual, donde sus fantasías oníricas se extienden como símbolos de la tradición, el pensamiento y el espacio continental, vale decir, americano, caribeño y latinoamericano. La tensión sueño-realidad siempre fue importante en la vida de PHU.

Los cuatro planos y trazados oníricos que conforman el cuadro, aspiran a propiciar cuatro relatos y dimensiones del pensamiento de Pedro Henríquez Ureña, en una perspectiva identitaria que remite a las raíces y fondos espirituales de América, asumida como conjunción de líneas etnohistóricas y utópicas en el orden cosmovisional de la representación cultural.  El artista se propuso alegorizar y metaforizar el movimiento de los sueños, las visiones culturales y el mundo interior del maestro, desde un cuadraje o focalización de los signos epocales, particularizados en una composición de centro en cuatro perfiles de la obra: el sembrador, el creador de caminos intelectuales, el buscador de libros, cartas, documentos, empresas humanísticas y el soñador de espacios de saber.

El cuadro Fantasías oníricas de don Pedro Henríquez Ureña ha sido realizado mediante la técnica acrílico-óleo sobre tela, y en un formato estable de 40” X 50”.   El uso de cromatismos y apliques particularizados con matices colorísticos, estructura un nivel de contraste que marcan el registro de una técnica unificada y concentrada en líneas figurales, simbólicas, alegóricas y poéticas, que dialogan en el espacio del cuadro.  El tratamiento del color por parte del pintor, equilibra en detalles y ambientes la cardinal humanística de Pedro Henríquez Ureña y su espacio intelectual.

De esta manera, la sobriedad de la mirada y los acentos de personalidad, en conjunción con una intencionalidad sentiente, perfilan el mismo concepto de utopía unido al de sabiduría que conforma la base del cuadro. En la visión de Dionisio Blanco, el maestro de América es también un símbolo, una línea de pensamiento y un perfil humanístico-filosófico.

El artista ha convertido el cuadro en una estética de síntesis y en un espacio-tiempo del pensamiento posicionado en una unión mágica, onírica y sobre todo originaria.  Los símbolos cósmicos y los elementos uránicos y terrestres dialogan en una composición concentrada y neofigural, constituida por los elementos formales y vivientes de la imaginación pictórica.  Se trata de la materia que le sirve de base al pintor para definir, extender y motivar el pensamiento direccional de Pedro Henríquez Ureña, desde una particularidad que ha definido su humanismo en perfil ético, estético y cultural.  Visión y universo, clave simbólica y pensamiento, producen en el cuadro una solución estética,  ontológica y direccional, sobre todo si podemos leer la orientación del mirar en nuestro humanista.

Lo que a sus espaldas puede revelar una otredad caribeña y una galaxia de signos y símbolos planetarios, concurre en una representación ideal y onírica marcada por la recuperación visual que Dionisio Blanco asume desde el mundo de los sueños del “Maestro de América”.  Situado en una continentalidad orientada hacia la utopía, la carta, el libro, el documento cargado por el hombre, sembrador y peregrino unifican la mirada como texto ideal, imagen plural y sentido de la cultura.

La artisticidad que registra este cuadro hace legible un pensamiento del adentro y del afuera de la americanía; las nubes, luces, paisajes cósmicos y vegetales, se organizan en una estructura imaginaria que, en ningún caso, olvida la tradición ni la ruptura.  Los relatos que en la planigrafía visual registra esta pieza, tienden a puntualizar los ejes de una visualidad lírica, onírica y figural, de tal manera que las líneas convergentes de los planos constituidos, conforman el enunciado-enunciación de superficie y profundidad.

Se trata, pues, de un cuadro-cultura, pero también de un encuentro de cuadros con la mismidad, la alteridad y la otredad.  Lo que interpreta Dionisio Blanco en este cuadro no es la persona física  o silueta de Pedro Henríquez Ureña, sino la persona interna que ha dejado huellas reconocidas en esa “Utopía de América” y en una “cultura de las humanidades” como vínculo y materia de los sueños.

La colorimetría del cuadro utilizado como significación formal y cardinal de sentimiento y presencia, define en este caso los estratos pictóricos y la forma-sentido motivada en los ejes de inscripción y legibilidad. Mundo y significación, clave interpretativa y particularidad significante, producen los efectos de unidad, la constancia perceptiva donde razón e intuición revelan aquello que no pierde materia ni plenitud en su inscripción.

La emblemática y la simbolística uránica, ambas utilizadas en esta pieza, permiten entender toda una travesía estética fundada en la caribeñidad y continentalidad de la unión humanística sustentada por Henríquez Ureña y que Dionisio Blanco instruye, particulariza y resignifica en los fragmentos de mundos y claves oníricas constituidas en el cuadro.

Así pues, la mirada distante y presentificadora del humanista hace pensar en un universo revelador, en un “atractor” semántico-cultural cuyos niveles, efectos y pronunciamientos concurren en aquella espacialidad y temporalidad enunciadoras del relato fragmentario, siendo así que cada cuadro dentro del cuadro o mundo posible, conforma una visión convergente y modalizadora de las fluencias poéticas y culturales que sustentan el objeto-signo como pintura.

El imaginario pictórico en cuya base el artista se reconoce, prohíja los elementos de una interpretación que produce el sentido de la cultura en la unidad del pensamiento, visión interna y memoria de la mirada del maestro e intelectual dominicano.  La lectura que el pintor  propone como travesía lírica, simbólica y semántica, propicia desde un horizonte pronunciado de sentido la ruta de la mirada humanista de Pedro Henríquez Ureña, no perdiendo de vista el archivo, la metáfora, la huella de los caminos poblados de palabras, gestos y signos de la alteridad.  Fantasías oníricas de don Pedro Henríquez Ureña constituye en la obra de Dionisio Blanco un cuadro de ejes, en el cual los interpretantes solicitan un acercamiento poético-filosófico, pero además, un lugar donde lenguaje, inconsciente y tiempo de la visión, participan de una constancia especular y polisémica, materializada en un discurso sobre la pintura, el pintar y lo pintado, en los espaciamientos de la forma estimada como sentido.

Lo que se concibe como tema, espacio y signo, concurre en los estados posibles de la interpretación. Sustancia-forma, línea, color, especie y centro motivan los elementos y cuerpos de un mundo cuya inscripción de referencia actualiza la mirada imaginaria y real de Pedro Henríquez Ureña. La tradición de gestos, símbolos y objetos cósmicos ordenados en relaciones y significados, conforman el espacio silente, la suplencia del color y la línea entronizada por el ojo, la mano y el espíritu.