Constatando el aumento del fenómeno migratorio en todo el mundo y madurando la conciencia que esto ya representa una componente ineludible de nuestra realidad, tanto de volverse objeto de medidas normativas e institucionales, siguen tristemente en muchas ocasiones la intolerancia y el rechazo madurado en los autóctonos como ha pasado el día de ayer 28 de julio 2018 durante la presentación de la Encuesta Nacional de Inmigrantes (ENI II, 2017) en la Biblioteca Pedro Mir de la UASD. Un grupo de fanáticos ha interrumpido violentamente la presentación del estudio.

El hombre en la comunidad global sea ello migrante o autóctono, debe aprender a concebir y administrar su nueva condición humana, determinado por la compleja relación entre el carácter de totalidad y universalidad de su ser en un mundo sin confines y la particularidad y la diversidad que lo connotan y que a menudo lo opone y separa de los otros hombres. Para hacer eso hace falta recobrar la idea de una matriz idéntica para todos, más allá de las diversidades individuales, culturales y sociales.

Es aquí que se introduce el papel insustituible de la educación, al cual corresponde la importante tarea de formar una "ciudadanía planetaria" que aspiras a la paz en cada circunstancia. Como Maria Montessori sustentó, la educación es el arma de la paz>>, cuando favorece la construcción de un pensamiento intercultural, relacional y dialógico, que les enseña a hombres y a mujeres, desde la infancia, a no dominar y arrollar pero a comprender, solidarizar y cuidar de los otros. En tal sentido la escuela asume el papel arrastrante de realización de la dimensión intercultural, trazando horizontes formativos y modelos de didáctica coherente con los principios de que hemos hablado, que deben empeñar e inspirar ante todo a los docentes.

Podemos afirmar que la mentalidad intercultural, fruto de un ejercicio continuo y difícil de conocimiento y de relaciones con los otros, a partir de la relación en la escuela entre los docentes, entre los alumnos, y entre docentes y alumnos, representan la única esperanza por el futuro de la humanidad, de otro modo expuesto peligrosamente al crecimiento de antagonismos cada vez más destructivos porque planetarios.

Para concluir, entiendo reconducir las palabras del ruego de Voltaire sobre la "Tolerancia", que a más que dos siglos de distancia repican con extrema actualidad y delinean perfectamente el fondo sobre cuyo hemos queridos construir nuestro trabajo.

CAPÍTULO XXIII

Oración a Dios

Ya  no  es  por  lo  tanto  a  los  hombres  a  los  que  me  dirijo,  esa  ti,  Dios  de  todos  los  seres,  de  todos  los  mundos  y  de  todos los tiempos: si está permitido a unas débiles criaturas perdidas en la inmensidad e imperceptibles al resto del universo osar pedirte algo, a ti que lo has dado todo, a ti cuyos decretos son tan inmutables como eternos, dígnate mirar  con  piedad  los  errores  inherentes  a  nuestra  naturaleza;  que  esos  errores  no  sean  causantes  de  nuestras  calamidades. Tú no nos has dado un corazón para que nos odiemos y manos para que nos degollemos; haz que nos ayudemos  mutuamente  a  soportar  el  fardo  de  una  vida  penosa  y  pasajera;  que  las  pequeñas  diferencias  entre  los  vestidos  que  cubren  nuestros  débiles  cuerpos,  entre  todos  nuestros  idiomas  insuficientes,  entre  todas  nuestras  costumbres ridículas, entre todas nuestras leyes imperfectas, entre todas nuestras opiniones insensatas, entre todas nuestras  condiciones  tan  desproporcionadas  a  nuestros  ojos  y  tan  semejantes  ante  ti;  que  todos  esos  pequeños  matices  que  distinguen  a  los  átomos  llamados  hombres  no sean  señales  de  odio  y  persecución;  que  los  que  encienden cirios en pleno día para celebrarte soporten a los que se contentan con la luz de tu sol; que aquellos que cubren su traje con una tela blanca para decir que hay que amarte no detesten a los que dicen la misma cosa bajo una capa de lana negra; que dé lo mismo adorarte en una jerga formada de una antigua lengua o en una jerga más moderna; que aquellos cuyas vestiduras están teñidas de rojo o violeta, que mandan en una pequeña parcela de un pequeño montón de barro de este mundo y que poseen algunos fragmentos redondeados de cierto metal, gocen sin orgullo de lo que llaman grandeza y riqueza y que los demás los miren sin envidia: porque Tú sabes que no hay en estas vanidades ni nada que envidiar ni nada de que enorgullecerse.

¡Ojalá  todos  los  hombres  se  acuerden  de  que  son  hermanos!