Se sabe que, la familia es la responsable de transmitir los valores morales, éticos y espirituales a sus integrantes. La familia, en todas las culturas, es el espacio ideal para inculcar y fijar valores que nos permiten vivir con dignidad en una sociedad organizada y civilizada. Además, la familia es el espacio idóneo para que nuestros hijos desarrollen y afiancen su identidad y su autoestima. Se sabe que a temprana edad, los hijos asumen los esquemas de convivencia social que aprenden en sus respectivos hogares.
En tal sentido, la familia es el espacio donde nuestros hijos aprenden a relacionarse y a interactuar con su entorno y a fijar valores, hábitos, actitudes y comportamientos sanos. También se sabe que, la familia es el único espacio social donde nuestros hijos experimenten una constante sensación de seguridad, protección, cuidado y confianza. En ese contexto, los padres estamos llamados a promover el desarrollo integral de nuestros hijos, inculcándoles los valores fundamentales (morales, éticos y espirituales) a temprana edad.
No obstante se sabe que, la promoción y transmisión de los valores familiares se da de múltiples maneras y por vías diversas. Las madres y padres les transmitimos valores morales, éticos y espirituales a nuestros hijos; mientras que los tíos y las tías refuerzan los valores que ya han recibido sus sobrinos. Por su parte, los abuelos les modelan sus valores morales, éticos y espirituales a sus nietos y, los padrastros y madrastras, continúan reforzando aquellos valores que ya los niños, niñas, adolescentes y jóvenes han aprendidos de sus padres. En tal sentido se sabe que, vivir en una sociedad organizada y civilizada, implica asumir y respetar los valores y los códigos morales y éticos establecidos desde el origen de la civilización humana.
La familia como tal, es el espacio donde niños, adolescentes y jóvenes desarrollan la capacidad de mirarse asimismo y a valorar sus respectivos entornos. Nuestros hijos aprenden a regular sus impulsos y sus emociones, según las actitudes y los comportamientos que observan y les modelamos los adultos. En ese contexto, la familia es un espacio ideal para brindar amor, enseñar valores y establecer una comunicación asertiva y funcional entre los padres y sus hijos.
En tal sentido, una familia funcional es capaz de darles ejemplos a sus hijos para que éstos/as asuman los valores fundamentales para vivir con dignidad. Me estoy refiriendo al respeto por lo demás, la pertenencia, el compromiso y la responsabilidad, la tolerancia, la honestidad, la integridad, el perdón, la humildad, la gratitud, la lealtad y la paciencia. Entre otros, los valores anteriores deben ser paradigmas innegociables en la educación de nuestros hijos. No obstante, la mayoría de los adultos sabemos que, el respeto es un valor que debe exhibirse en todos los espacios privados y públicos en los que nuestros hijos interactúan o participan. “La familia debe educar a sus hijos para que éstos/as aprendan a respetar y a valorar las opiniones, las preferencias y los sentimientos de los demás” (OMS-OPS-ONU, 2017).
Por otra parte se sabe que, inculcar el sentido de pertenencia a nuestros hijos, tiene un valor extraordinario para que éstos/as se sientan valorados y queridos en el seno familiar. La pertenencia afianza la unidad y el respeto entre los integrantes de la familia. Por su parte, el perdón es un valor importante en las relaciones personales, familiares y sociales en estos tiempos donde la competitividad sin humanidad, es el ambiente en el que están creciendo y educándose nuestros hijos. En tal sentido se sabe que, las personas somos seres individuales que manejamos de maneras diferentes nuestros sentimientos y, cuando fallamos, nos gusta que nos perdonen, sin importar los hechos o las circunstancias.
Inculcar el compromiso a temprana edad, es un activo extraordinario en el proceso de desarrollo integral de nuestros hijos. En tal sentido, se sabe que, compromiso significa responsabilidad. Las personas que asumimos compromisos logramos todas las cosas factibles que nos proponemos en la vida y, en la sociedad. Por su parte, las personas tolerantes sirven de correa de transmisión para canalizar ingratitudes, deslealtades y un conjunto de patologías emocionales y conductuales que ponen en peligro las relaciones personales, familiares, comunitarias y sociales.
Asimismo se sabe que, la honestidad tiene un valor extraordinario en la familia y, por ende, en la sociedad. La honestidad es un valor que trasciende y se aprende únicamente en el seno familiar. La familia que modela honestidad, convierte a sus hijos en gaviotas como lo describe magistral y elegantemente el autor del libro “Juan Salvador Gaviota”, Richard Bach. Por su parte, la gratitud es una manera de agradecer lo que otro u otra hizo o puede hacer por nosotros. Dar un abrazo como gesto de agradecimiento a un hermano, a un amigo o a un compañero de trabajo, al padre o a la madre, cuando cualesquiera de éstos nos han ayudado a lograr algo valioso, es un ejemplo de gratitud invaluable.
Por su parte, la familia que inculca la paciencia en sus hijos, está desarrollando individuos capaces de canalizar sus emociones y sus impulsos. Cultivar la paciencia enseña a controlar la ira y el nerviosismo. Inculcar la paciencia en nuestro hijos, es un activo invaluable que ayuda a analizar el porqué de las cosas, los actos y los pensamientos antes de actuar o hablar. Por otro lado, los especialistas en higiene y salud mental sabemos lo valioso e importante que resulta que los padres les inculquemos a nuestros hijos el valor de la igualdad. “En los hogares donde se hace énfasis en que todos sus integrantes son iguales, se genera un ambiente de convivencia humana y de respeto extraordinario” (OPS-OMS-ONU, 2001-2014).
Según varios estudios realizados por psicólogos sociales en el período 2011-2018 en Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Bolivia, Chile, Brasil y Argentina, se constató que, la humildad es la actitud humana más grandiosa y valiosa que pueden inculcar, recrear y modelar los padres a sus hijos a temprana edad (OMS-OPS). La humildad es una virtud que consiste en reconocer las propias limitaciones y debilidades y, al mismo tiempo, ser capaz de pedir orientaciones y consejos a otros/as. Ser humilde significa sentir respeto hacia los demás, no infravalorar a nadie, no considerarse superior a los otros y, sobre todo, asumir una actitud de aprendizaje permanente.
Por su parte, la compasión juega un papel fundamental en la activación de nuestro sistema neurológico y psicológico del bienestar. Su importancia terapéutica ayuda a superar las consecuencias negativas de la autocrítica destructiva y de la vergüenza (DMS-V). En tal sentido, la compasión es una emoción personal que surge ante la percepción del sufrimiento ajeno y provoca un impulso dirigido a paliar el sufrimiento que percibimos. No obstante se sabe que, la conducta compasiva genera fuertes reacciones emocionales asociadas al sistema neurológico que impactan extraordinariamente en el bienestar personal, familiar y social.
Varios estudios realizados por psicólogos sociales en Costa Rica, los USA, Canadá, Reino Unido, Italia, Puerto Rico, Cuba y Bélgica en el período 2001-2017 constataron que, los valores que inculca la familia a sus hijos a temprana edad, favorece su desarrollo cognitivo integral, así como una convivencia personal, familiar y social gratificante. No obstante se sabe que, la sociedad actual está presionando a nuestros hijos para que éstos/as busquen su bienestar personal a cualquier costo, sin importar los medios a utilizar. En ese contexto desafiante del “estatus quo” por el que atraviesa la Humanidad, los padres estamos llamados a recordarles a nuestros hijos y nietos, las consecuencias a los que ellos/as están expuestos/as si asumen actitudes, hábitos y comportamientos reñidos con las buenas costumbres y las leyes vigentes.
No obstante, los especialistas en higiene y salud mental sabemos que, la presión social y de grupo a las que están expuestos nuestros hijos y nietos, requiere que los padres y los tutores dediquemos tiempo de calidad para orientarlos y acompañarlos, sin importar las circunstancias. Educar con el ejemplo y dedicar el tiempo necesario para escuchar, dialogar y compartir con nuestros hijos y nietos, es la mejor inversión que podemos hacer los padres y los tutores. Dejar que las redes sociales, los programas de TV perversos, la música de calle y los ídolos superfluos nos arrebaten a nuestros hijos, es una actitud irresponsable e indolente de quienes los trajimos al mundo o asumimos la responsabilidad de guiarlos y acompañarlos.
Además, dejar que sean los centros educativos y los/as maestros/as, los sacerdotes, las monjas, los pastores/as, los líderes políticos y los medios de comunicación que les transmitan los valores morales, éticos y espirituales a nuestros hijos y nietos, es renunciar al rol que nos corresponde como padres y tutores. Como especialista en higiene y salud mental, estoy convencido que los padres y los tutores aún estamos a tiempo para asumir el rol que nos corresponde de educar y acompañar cálida, cercana, humana e inteligentemente a nuestros hijos, sin importar lo complejo que resulte educar en una sociedad globalizada, con doble moral, altamente competitiva y deshumanizada.
Los padres, tutores, padrastros, madrastras, abuelos, tíos y hermanos mayores, estamos siendo desafiados y/o retados para que asumamos nuestros roles ahora, pues según avanzan los antivalores y las cosas, es muy probable que mañana sea muy tarde. Lamentarnos y actuar como el Avestruz, es una irresponsabilidad colosal por parte de los adultos responsables.
“Abre tus brazos al cambio, pero no dejes ir tus valores”. Dalai Lama.