Dios no se equivoca ni está jugando a los dados. Al instituir en el primer capítulo del libro del Génesis el matrimonio natural como la unión entre un hombre y una mujer, creó a la familia como fundamento de la sociedad.

El desconocimiento de esta realidad nos lleva a disminuir o minimizar los roles de cada uno de los integrantes de la familia. Las estadísticas nos muestran el siguiente panorama que se presenta en los hogares donde no hay un padre masculino:

La propensión de los hijos a vivir en pobreza es siete veces mayor que en los hogares con un padre masculino presente.

La propensión de los hijos a cometer suicidio es seis veces mayor que en los hogares con un padre masculino presente.

La propensión de los hijos a cometer crímenes es dos veces mayor que en los hogares con un padre masculino presente.

La propensión de las hijas a salir embarazadas en su adolescencia o en la temprana adultez es dos veces mayor que en los hogares con un padre masculino presente.

El rendimiento social y académico de los hijos provenientes de hogares sin padre masculino es peor que el de los hijos de hogares con un padre masculino presente.

Asimismo, en los Estados Unidos de América se ha comprobado que los hijos provenientes de hogares sin padres masculinos totalizan lo siguiente: el 60% de los violadores, el 63% de los suicidas adolescentes, el 70% de los presos, el 71% de las adolescentes embarazadas, el 71% de las deserciones escolares, el 72% de los asesinos adolescentes, el 85% de la población carcelaria juvenil, el 85% de los adolescentes con problemas de conducta y el 90% de los hijos que escapan de sus casas[1].

El rendimiento social y académico de los hijos provenientes de hogares sin padre masculino es peor que el de los hijos de hogares con un padre masculino presente

Los problemas de la sociedad debemos buscarlos en el corazón del hombre. Jesús dijo en el Evangelio de Marcos: “Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre” (Mc. 7: 21-23).

Es ese corazón contaminado del hombre el que daña a la familia y por ende, a la sociedad. Es por ello que, cada uno en su especialidad, Estado e Iglesia, deben trabajar por el fortalecimiento de la familia nuclear. El Estado, adoptando políticas públicas protectoras de la familia nuclear, de las uniones entre hombre y mujer y auxiliando a mujeres y niños provenientes de hogares quebrados por las malas decisiones de un padre irresponsable.

Asimismo, la Iglesia en todas sus denominaciones debe cumplir la Gran Comisión dada por Jesús antes de su ascensión: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será condenado” (Mc. 16: 16).

Es la Iglesia la llamada por Dios a predicar el evangelio de la gracia costosa. El evangelio constituye las buenas noticias dadas por Dios a los hombres en la persona de Jesús. El entregó su vida en la cruz para redimir a todos aquellos que creyeran en El. Y es esa aceptación del sacrificio redentor de Cristo en la cruz por parte del hombre lo que lo conduce a una regeneración total de su corazón y de su conducta.

Al mismo tiempo, el Estado debe cumplir su misión de proteger a los sectores más vulnerables de la sociedad y debe estimular el fortalecimiento de las familias naturales para que al mismo tiempo la sociedad se fortalezca.

El concepto deconstructor del post-modernismo no debe ser aceptado por el Estado. Esto conlleva a que cualquier clase de unión pueda ser considerada como familia y al hacerlo, no tomamos en cuenta que contribuimos a la destrucción de la sociedad.


[1]http://fathersforlife.org/divorce/chldrndiv.htm.