La sociedad dominicana viene postergando un debate surrealista a raíz de que las autoridades educativas del pasado gobierno lanzaran la idea –tardía- de dictar clases de equidad de género (“destructiva ideología de género”, como llamaron a la ordenanza 33/2019).

Dicha iniciativa fue rechazada igualmente por obispos, pastores evangélicos y ciertos sectores de la población. “La llamada Política de Género ha abierto las puertas para la entrada de ideologías que destruyen la familia, los valores y la cultura”, argumentaron los obispos. Y al suspenderse la iniciativa, todo trrminó ahí.

Ha sido obviado el rol de la educación sexual en  la formación y desarrollo de los individuos, pero sobre todo en la evolución de la familia (a nivel mundial,  y en la composición de la familia dominicana), la cual arrastra una disfuncionalidad histórica que la aleja de los valores reivindicados expuestos en la ordenanza citada.

De dicha disfuncionalidad surgen grandes males basados en el abandono, que comienza con el padre y se repite cuando la madre, figura activa en el proceso de desarrollo y equilibrio de la familia, abandona por segunda vez al niño para lanzarse al mercado de trabajo o al escenario de la migración.

La mujer dominicana migra más que el hombre, dejando la criatura con algún familiar cercano o amigo. Lo que hace de la familia tradicional dominicana un escenario de múltiples composiciones, destacándose  la familia mono parental; 3 millones de madres solas educan niños vulnerables. Y miles de hombres polígamos procrean indiscriminadamente, mientras otros asesinan o agreden a sus parejas y ex parejas.

Más allá de la hipocresía políticoreligiosa, se trata de formar y  educar, dando a los individuos los recursos para enfrentar los riesgos y desafíos que les presenta la vida.

Todo lo antes dicho muestra un escenario familiar patológicamente disfuncional, en el cual  el epicentro de la  problemática no es  la sexualidad desbordada que presenta la juventud ,  sino la cantidad de seres humanos traumatizados que  la familia produce y reproduce;  consecuencia de la falta de orientación  sexual  e incapacidad del manejo  de las emociones resultantes  del abandono y de  las agresiones recibidas  por generaciones. Lo que debe llamar a reflexión, en torno a la calidad del individuo, del SER que la sociedad y la familia dominicana producen.

No podemos excluir las conductas,  pasadas y presentes, de padres  permitiendo el matrimonio de menores de edad y/o de negociar las hijas, ofertadas en épocas de dictaduras, pretendiendo que el órgano sexual es un modo de producción, como diría  cualquier marxista. Teniendo el sexo, en esta sociedad,  un valor  existencial, económico y cultural poco explorado.

El deterioro de la familia y la sociedad se han dado, sin que la “ideología de género” llegue a los hogares.  Todas las variables antes señaladas lo indican: hay que trabajar en la irresponsabilidad e inmadurez del macho ante el hecho de formar pareja,  procrear o vincularse sexualmente con menores y/o mayores de edad. El manejo de las emociones en el hombre dominicano requiere de la construcción de una identidad masculina sana, capaz de aceptar el valor de la mujer como ser humano y  como compañera;  y no como objeto, que se posee, se daña y se elimina.

Por alguna razón, RD está entre los países de América Latina con la mayor tasa de embarazos de niñas y adolescentes, con miles de denuncias de agresiones sexuales, destacándose en estas denuncias los casos  demasiado frecuentes de padres violadores que embarazan sin derecho al aborto; prevaleciendo el incesto entre las condenas por violación sexual que registra la Procuraduría en los meses de enero y febrero, como lo destaco Juan Salazar en su artículo. “El incesto prevalece entre condenas por violación sexual” (19 -3-21 -Listín Diario).

El 98 % de las agresiones ocurren en el hogar.  Padrastros y familiares  violan a los menores, a veces con la anuencia de la madre, haciendo de la familia un peligroso lugar donde cualquier niño corre peligro.

Por no hablar de la tipología del abuso sexual en general, observada todos estos años en la sociedad, donde convergen diversos actores sociales (agresores) destacándose: el político, el congresista, el comunicador, el general, el coronel, el funcionario, el empresario, el delincuente, el vice ministro, la autoridad policial, el sacerdote, el pastor, y los profesores de las  escuelas públicas, con  estudiantes ultrajados y violados por profesores y alumnos.

Hay una explosión sexual ultrajante que engendra miles de fetos en la maldad, producto de una sexualidad irresponsable nutrida por la falta de educación, la pobreza y la publicidad  (que tiene como mayor objeto de motivación la mujer y su sexo, presentes en la música, radio, TV y en la cotidianidad); donde se le exige a cualquier mujer entrar en el mercado de los senos voluptuosos, nalgas melocotón y  extensiones que evocan al filosofo Schopenhauer, por aquello del “pelo largo e ideas cortas”.

Es innegable que, en una sociedad en crisis, la sexualidad desbordada de la juventud es apenas una de las manifestaciones de la crisis, lo que exige del Estado respuestas reales.  Más allá de la hipocresía políticoreligiosa, se trata de formar y  educar, dando a los individuos los recursos para enfrentar los riesgos y desafíos que les presenta la vida.

Aquellos que están contra la educación sexual, que exigen “no te metas con mis hijos” olvidando que el mundo cambio, acaso saben ellos, ¿En que están metidos sus hijos? Entre la televisión y el celular, Homo Videns  (producto de la sociedad teledirigida de la que nos habla Giovanni Sartori), bombardeado por los medios, no tiene  control ni criterios para diferenciar entre lo que debe y no debe hacer con su cuerpo.

No deja de ser una inmoralidad manifestarse en contra la posibilidad de educar a niñas, niños y adolescentes en la igualdad de género, ensenandoles a analizar los riesgos y virtudes de la sexualidad humana, y a adquirir conciencia de las responsabilidades que hay que asumir ante nuevas formas de identidades sexuales y tipos de familia. En tiempos en que el Papa Francisco no cesa de pedir perdón por todos los abusos sexuales cometidos por sus prelado, en diferentes diócesis del mundo. Y ha reconocido recientemente el “derecho de los homosexuales a estar en una familia, son hijos de Dios”.

Es sabido que en nombre de lo divino, se han cometido y se cometen las más aberrantes de las agresiones humanas. Y de eso hay que proteger la infancia, sobre todo cuando la agresión sale de la familia y de los que difunden la moral, como paliativo de un deterioro que tiene múltiples manifestaciones históricas.

Ante la violencia que expresan cada día nuestros hombres hacia las mujeres, son necesarias la educacion sexual y de igualdad de genero, siendo imperativa la despenalización del aborto,  como viene exigiéndose, con el fin de que las victimas tengan la facultad de decidir qué hacer con sus cuerpos, tras una violación incestuosa por ejemplo.

Las nuevas autoridades, dejando de lado la hipocresía, deben aprovechar y atender las demandas de aceptación sobre las tres causales y escuchar con compasión las diversas declaraciones del Papa Francisco, demostrando que realmente están interesados en trabajar por la infancia, por la igualdad de los derechos ciudadanos y la calidad del ser humano que viene  produciendo esta sociedad.