En 1965 se entendía por Zona Norte de Santo Domingo –a grosso modo- el territorio al norte y noreste de lo que hoy sería la avenida 27 de febrero, en ese entonces avenida Teniente Amado García Guerrero partiendo desde el Río Ozama y siguiendo con rumbo oeste la San Martín hasta la Lope de Vega. Comprendía los barrios de Villa Consuelo, Villa Juana, Villas Agrícolas, Luperón, Espaillat, Las Cañitas, Gualey, Mejoramiento Social, María Auxiliadora, Villa María, 27 de Febrero, Los Guandules, Guachupita, La Fe, Simón Bolívar, Capotillo, La Zurza, Kennedy.
Entre las primeras acciones de las fuerzas populares, integradas por combatientes civiles y militares unificados por el Mando Constitucionalista, fue la toma de los cuarteles de la Policía Nacional, desde el 26 de abril. El primero de ellos fue el llamado cuartel número 1, ubicado en la esquina que ahora forman las avenidas 27 de Febrero y Josefa Brea; el de Villa Consuelo, ubicado en la Tunti Cáceres con Bartolomé Colón, acción que se comentó fue muy sangrienta; el del Ensanche Luperón, en la Josefa Brea frente a la escuela Haití; el número 2, situado en María Auxiliadora, casi pegado a la iglesia del mismo nombre. Muchos policías fueron asesinados. Nunca se pudo tomar el cuartel general de la policía pues las tropas invasoras estadounidenses lo tuvieron como uno de sus primeros objetivos a proteger, en parte por el simbolismo que representaba y por hallarse a una cuadra de su embajada. Yo le agregaría otra razón: las toneladas de documentos y materiales sensibles allí acumulados. No fue nada casual que el llamado corredor internacional establecido por los invasores y proclamado en la OEA dizque con propósitos humanitarios, enlazara el aeropuerto de Punta Caucedo con la embajada de Estados Unidos en la Cesar Nicolás Penson con Leopoldo Navarro. Dividían así en dos y aislaban las amplias zonas controladas por los constitucionalistas.
Si las fuerzas populares hubieran tomado antes del 28 de abril el cuartel general de la policía, el Palacio Nacional y, por lo menos, hubieran sitiado el poderoso Complejo de San Isidro, los invasores habrían tenido que negociar o batallar de a duro.
Lo que yo vi y oí durante los días del 30 de abril al 19 de mayo de aquel año de 1965 y que puedo memorizar todavía, me permite concluir que dos factores internos de la fuerzas del pueblo, no factores ajenos como lo eran por ejemplo el poderío militar estadounidense, jugaron un papel preponderante en la capitulación de la Zona Norte ante las fuerzas del gobierno títere de Antonio Imbert Barreras. Uno fue la completa desorganización de los combatientes populares y otro la ausencia de mandos con adecuada capacidad militar. Otros factores secundarios que se agregarían fueron la falta de pertrechos, armas y combatientes experimentados. Yo pasé muchos momentos en el comando de la Josefa Brea y puedo decir que ahí no había ningún espíritu de combate, de ofensiva. Un día estalló un tiroteo que se escuchaba bastante cercano y lo único que dijeron fue “¡los que no tengan armas que se vayan!”
Luego del Combate de la Fábrica de Clavos, ganado por los constitucionalistas a comienzos de mayo, las fuerzas populares arreciaron el asedio a las tropas leales a San Isidro atrincheradas en la sede de Transportación y la Intendencia General del Ejército, ubicadas en lo que es hoy el residencial Ortega y Gasset, del ensanche La Fe. Después de este combate yo pasé por toda la Máximo Gómez desde donde está hoy la Plaza de la Cultura subiendo hacia el norte. Más o menos donde ahora está el hotel Lina esta avenida se cortaba (no existía el Centro Olímpico) y se reanudaba en el edificio Bermúdez de la San Martin que estaba en construcción. Andaba con mi hermano Bienvenido Martínez Linares (Bienbo) pues habíamos salido temprano con mi padrastro y padre de él a tratar de conseguir comida. Regresábamos a casa con dos sacos de provisiones que obtuvimos. Los tiroteos eran constantes y no sabíamos de donde procedían las balas. Ahora no recuerdo la ubicación exacta de la fábrica de clavos pero debió estar próximo a la Peña Batlle o la Mauricio Báez. Reinaba una tremenda desolación; solamente la total ignorancia del peligro y el hambre mantenían a aquellos dos muchachos en la calle. Entramos al cementerio por la puerta de la Máximo Gómez para salir por la puerta de la María Montez. Yo estaba tan cansado que me recosté por un rato. Hay muchas leyendas alrededor de fosas comunes y montones de muertos en aquel cementerio, pero esto yo lo vi, no me lo contaron. Había un hoyo grande con muchos cadáveres, no pude contarlos pero alguien dijo que eran 50, lo cual dudo.
Seguimos toda la 20 (Marcos Ruiz). Pensando que las balas venían del sur caminamos guarecidos de ese lado. Recuerdo que pasamos frente al cine Satélite, cerca de la Marcos Adón o la Seibo, pero no recuerdo el Ketty de la esquina Moca; el Satélite era el cine al que yo acostumbraba ir los domingos con mi hermana Marianela. Mi mamá nos daba a cada uno 11 centavos, 10 para la taquilla y uno para comprar maní tostado. Para ese entonces ya ella residía en Nueva York donde había viajado en marzo de aquel año. Yo nunca iba al Ketty porque había un tigueraje muy fuerte, daban cocotazos al entrar, tiraban botellas adentro. Aquello era para tígueres ya rejugados, no un adolescente de mi tamaño en esa época.
Pues bien, pudimos llegar a la 17 y finalmente a nuestra casa. Después se regó la noticia de que en la azotea del edificio de repuestos “Don Juan”, al comienzo de la 20, había un francotirador que mató a varias personas que cruzaban por los alrededores de la calle Pedro Livio Cedeño con Duarte.
En aquel momento Caamaño y su estado mayor puede que no evaluaran adecuadamente la importancia de la Zona Norte, especialmente de su franja noroeste, que era el corazón industrial de la Capital, lo cual sí apreció el enemigo. Hay que considerar que esto no dependía de la voluntad del jefe militar, quizá él lo consideró pero no disponía de suficientes oficiales para acometer una defensa de la zona con la envergadura que habría requerido establecer un efectivo control de la misma. Hasta el 13 de mayo las fuerzas populares mantuvieron la iniciativa en la Zona Norte, lo cual preocupaba al mando estadounidense. El 15 de mayo, el gobierno de Imbert inició una ofensiva masiva denominada Operación Limpieza. Se sabe que contó con respaldo logístico de los invasores. El día 18 las tropas títeres llegaron a la avenida Josefa Brea, donde les sorprendió la noche y se detuvieron. Ocuparon el comando del cuartel de la policía, que ya estaba vacío. Tan pronto amaneció el 19 reanudaron su avance. Con una ametralladora 30 o 50 le dieron a un carro público que no obedeció el alto e iba por la calle 27 Este llegando a la 2 Sur. Baleado a través del vidrio trasero el chofer se estrelló en una mata como a dos casas de la esquina. Yo estaba cerquita y corrí junto con un grupo, recuerdo el carro un “Rambler” azul. El chofer estaba muerto. Los soldados dispararon varias ráfagas hacia el grupo y salimos huyendo. Yo llegué a mi casa y como en una hora las columnas de infantería habían alcanzado la calle Albert Thomas, donde se detuvieron por ese día. Entonces, todo el mundo comenzó a caminar como si las cosas se hubieran normalizado. La casa de mi amigo y compañero de estudios Alfredo Benavides Acosta, cuyo padre Alfredo Benavides era jefe del Sindicato Nacional de Motoristas de Arrimo Portuario (Sinamoa), quedó como un guayo de tantos balazos. Se comentó en esos días que muchos combatientes pudieron escapar cruzando el rio Ozama hacia Los Mina.
Hay dos anécdotas que creo haber hecho antes en esta columna y que refuerzan la sensación de desorganización de las fuerzas populares en la Zona Norte que me quedó a mí y a muchos otros jóvenes de entonces:
Un grupo andaba con un tanque AMX capturado al enemigo. Quizá tenían al conductor y el artillero, no lo sé, pero de seguro no tenían certeza de que hacer con la poderosa arma. El caso es que un día como a la 1 de la tarde dispararon un cañonazo que fue a dar, según se dijo, del otro lado del Ozama, por los astilleros de Félix Benítez.
Un combatiente civil andaba para arriba y para abajo con una bazuca, que tenía un solo cohete, y la disparó contra uno de los aviones de San Isidro que bombardeaban a las masas congregadas en la cabeza occidental del Puente Duarte. Por suerte no hubo bajas ni daños.
Otro factor negativo fue que en la Zona Norte se concentró la mayor cantidad de saqueadores y delincuentes armados, no es que fueran tantos pero era difícil controlarlos, a diferencia de la parte Sur, donde se encontraban Caamaño y el Alto Mando. O sea, aun dentro de una situación de guerra, puede decirse que no había una policía, un gobierno, el gobierno de Caamaño nunca gobernó efectivamente al norte del parque Enriquillo.
Este temprano revés de las fuerzas populares tuvo tres consecuencias:
Matanza de decenas tal vez cientos de combatientes y civiles desarmados; centenares detenidos, muchos de ellos desaparecidos o asesinados en el campo de concentración de la isla Saona, entre quienes se cuenta mi hermano Carlos Martínez Linares (Calín).
Imposición de un terror difuso sobre la población civil de la Zona Norte, que entonces comprendía más de la mitad de los habitantes de la capital.
Aislamiento del cuartel general y las tropas constitucionalistas concentrados en la Ciudad Colonial (no en Ciudad Nueva) donde, prácticamente rodeadas y desprovistas de líneas de abastecimiento, quedarían paralizadas militarmente y por último en virtual derrota al cabo de un asedio de 15 semanas.