Formar parte de la Sociedad es un

fastidio; pero estar excluido de ella,

es una tragedia.

O. Wilde.-

Algunas personas me están diciendo que al escribir parezco una persona pesimista, y es posible que algún tipo de realidad o verdad contenga esta aseveración, pero de lo que si estoy seguro, es de no ser masoquista o comportarme como un perrito faldero ante quienes abusivamente ostentan algún tipo de poder, y pretenden utilizarlo de manera abusiva o prepotente cuando esa autoridad no es propiedad personal de ellos sino, que el pueblo la ha puesto a su disposición precisamente para que la utilice en beneficio de las grandes mayorías y no selectivamente.

Y esto es así, porque ante interrogantes como estas que muchos me presentan ¿qué puedo responder? ¿Con falsías o engaños, como un político? No, eso en mi es imposible. ¿Qué tú crees que nos espera en un futuro cercano como Nación? ¿Hay esperanza de que esta situación se arregle en algún momento? Son preguntas difíciles de responder, ya sea con optimismo o de manera pesimista, porque lo real es que cada día estamos peor, navegando en las honduras hediondas del fango de la deshonestidad y el abuso; la prepotencia y absolutismo de un poder corrupto e inmoral implementado por una casta que en buena o mala lid, alcanzaron algún peldaño dentro de los estamentos de poder del Estado.

Pesimista si, quizás, pero que esperar de la democracia que se exhibe aquí y  en otros lares latinoamericanos, donde para que la dejen expresarse un poco se necesita que el pueblo se lance a las calles en busca de que los políticos liberen las mordazas y las indelicadezas no propia del concepto democrático y que más bien han convertido en tiranías corruptas y abusivas. Como aquí, por ejemplo, donde existen recintos que normalmente se consideran lo máximo en la representación de la nación pero que  se han corrompido por la cualquerizacion, donde se acusan unos a otros de indelicados, ladrones, y es que se conocen unos a otros por haber participado juntos en “indelicadezas” abiertas u ocultas, conocidas todas por el manto del blindaje e impunidad que las cubre, y nada pasa.

Admito el pesimismo, porque me siento solo, triste, postrado, melancólico, lleno de ascos ajenos y podredumbres cultivadas detrás de costosas cortinas; aletargado, sonámbulo y mareado por el imperceptible rotar de la tierra; sin orientación de si miro hacia la Antártida o mi cerebro percibe el Ártico; penumbras y vacíos que se conjugan en peligrosos torbellinos mentales que no sabes si ruedas o vuelas; todo da igual, el mismo resultado desde hace tiempo; locuras y elucubraciones que no llegan ni despegan para ir a ninguna parte.

Sombríos pensamientos que culminan en frustraciones, así debería expresarse este pueblo, esta masa que orgullosamente proclama estar ubicada en la misma trayectoria del Sol pero que al parecer, no sirve para alumbrarlo, para darle luz propia que le permita, cual flor de invernadero, resplandecer a pesar de estar encerrada sin saberlo.

Me siento avergonzado sin haber hecho nada bochornoso, solo porque no tengo hambre de nada y rodeado de buitres hambrientos de carroña y servilismos traicioneros; inseguro del que está detrás y del que está al frente y si está uniformado es peor, debido a que la diferencia entre bandido y protagonista se ha convertido en una línea difusa para separar ambos; una marioneta encerrada por demás en una jaula que le llaman país; una real porquería de nación que siquiera se molesta por aparentar, al menos, una mediana vergüenza y por el contrario proclama al mundo su mediocridad por medio a unos representantes diplomáticos que apestan, agrupados en una institución negadora de valores morales, que fue secuestrada y violada por la peor calaña político-farandulera, donde ha encontrado refugio, cual si fuese un gran fortín amparo de bucaneros y filibusteros. Impunidad, inmunidad y desvergüenza en un mismo lugar. ¡Sí señor!