Soy culpable. El pasado 26 de diciembre de 2015 decidí comunicarle a Miguel D. Mena, quien había depositado su confianza en mi, que lo había metido en un problema. Le pedí que retirara la novela de su editorial. Que había metido la pata. Lo dije con mucho dolor, porque sabía que había afectado a una columna cultural dominicana. El único que ha promovido desde los 90 el verdadero talento literario en nuestro país. Lo mismo hice con mi amigo José Carlos, a quien ya había comentado el asunto y me alentó a hacer lo correcto. De ambos, así como de la gran mayoría de mis amigos me alejé por un tiempo largo, porque no me encontraba, no sabía lo que estaba sucediendo con mi vida. Ninguno ha leído a Sbarra. A ellos y a quienes compraron “Sambá” les pido perdón con la sinceridad de la vergüenza, por el fruto de mis actos. Su único pecado: confiar en mi talento, lo que yo mismo no pude hacer.

En esos días tuve que ir por primera vez al psicólogo, sin contar con un Estado que me provea recursos para costear una consulta privada. Pude saber que me enfrentaba al niño que fui, a tantos infiernos que la sociedad indolente nos construye a la medida. Pude verme la cara a mi mismo por primera vez luego de tanto gritar, de tanto fingir, de tanto mentir, de tanto querer creer en mi sin que me dieran permiso. No busco dar lástima. Estoy dando la cara por mis propios problemas, por mis propias acciones. Pago el precio: el desprecio de mucha gente que creyó en mi y tuvo el respeto, la consideración y el cariño de valorarme. No estaba siendo yo. Estaba buscándome en el espejo roto de mis demonios, de mis problemas de adaptación, de aceptación, de mi narcisismo estructural que cubre sin dudas algunas carencias en mi personalidad.

No les pido que paren, por compasión o por desprecio, la cacería en mi contra. No me voy a suicidar como me sugieren algunos. Tengo mucha gente que ve en mi cosas más importantes que las peleas absurdas de pseudo-intelectuales inquisidores, de capillas que deciden quién es bueno y quien no. No voy a entrar en detalles sobre profesores acosando estudiantes, de grupos políticos de oposición inventando mafias mientras se codean con el narco, desde paredones morales. En ese momento no estaba siendo yo. Estaba enfrentando un infierno donde no era capaz de mirarme a mi mismo a los ojos. Pero su indolencia y su hipocresía no podrá con mis ganas y el amor que siento de vivir. Su fascismo, sus ansias de demostrar que su mediocridad es menor a la mía ignora que todos estamos desnudos y descalzos caminando sobre el cristal de haber construido una sociedad muy cruel que lapida a quienes fallan, pero que no reconoce el valor de quienes trabajan con seriedad.

Yo lo hice, me burlé de mis amigos que sí creen en mi y en la literatura. Y les  pido excusas. No sabía lo que estaba haciendo. Me perdí. Y me estoy recuperando, sacando fuerzas de mis propios mitos. Duele.

¿Qué me ha dado República Dominicana para que fuera distinto? ¿Cómo enfrento yo, más allá del valor que pueda sacar del cariño de la gente, los precipicios del ser? ¿Cuántos hemos hecho un estigma de los problemas del otro? Entiendo toda la rabia, la tengo contra mi mismo. Albergué durante varios meses el silencio y el desprecio de quienes demostraron su amistad con hechos. ¿Voy a rajarme porque unos cuantos, que por tener un simple título de alguna universidad que lava dinero, se cree menos mediocres que yo?

En ese trance, como exorcismo, escribí una carta a una persona muy querida. Confesando, pienso que todo el mundo merece una segunda oportunidad.

Gabriel Del Gotto no existe, tampoco Sambá. Lo que sí estoy seguro que existe es una sociedad acostumbrada  a lapidar como perros a personas con sentimientos. Una sociedad que se ensaña con los débiles y que aplaude y premia a quienes guisan. ¿Habría pasado lo mismo si yo hubiese sido hijo de…, por ejemplo? ¿Alguno de los que hoy quieren usarme de blanco para seguir sus chismes de capillas literarias trepadoras se le puede parar al lado a tan solo uno de los escritores que el editor que dañé con mis mentiras ha empujado? Solo escribo esto por Miguel D. Mena. Muchos aprovecharán esta ocasión para verme en el hoyo, para crecerse en esto. No importa, yo pago el precio. Nadie más tiene que hacerlo.

Yo quise romperme desde el inconsciente, quise matar a quien fui para salir de una depresión. Actué contra mi mismo como tantos y tantas. Siempre he sido un eterno equivocado. No voy a pedir una mirada de conmiseración, pido un silencio, por Gabriel del Gotto. Porque ahora todos juzgan por un hecho lo que creen que soy. Y nadie se detiene a mirar por qué suceden estas cosas. ¿Qué puede haber detrás del “farsante”, si es que lo soy? Si alguno de ustedes está dispuesto a calzar mis zapatos, les digo que son número 14.

Estamos todos hechos de odios, complejos, hipocresía y rencillas fratricidas. Y así nos va. República Dominicana, la pureza hecha dedo acusador. Todos dispuestos a decir qué y quién está mal, mientras no nos mire del espejo.

Reconocer la verdad. Aclarar que el libro salió del aire lo más pronto posible es lo único que queda. Aclarar que la gente comete errores. Aclarar que  somos frágiles, que peleamos todos los días batallas que nadie conoce. Aclarar que contonear el ego no es la cura, es buscar la fiebre en la sábana y eso es algo que aprendí en esto. Como aprendí que la escritura es un oficio respetable y no una pantalla para egos descompuestos.

Sí, puedo ser un farsante. Cometí un error. ¿Sabe alguien por qué no puedo mirarme al espejo? ¿Sabe alguien si hay al menos un maldito espejo en el que sea digno mirarse en esta mierda de sociedad, a la que pido ahora disculpas?

Si alguien quiere que se le devuelva lo que pagó, mi correo está a la mano de todos. Usted me devuelve la copia, yo le devolveré el dinero.

Adiós.