El Decano de la Universidad Nacional a Distancia (UNED), Jesús Zamora Bonilla, ha escrito un artículo provocador titulado “Como no defender las humanidades”, donde cuestiona los argumentos “falaces” más socorridos por muchos filósofos profesionales en la defensa de la enseñanza de las disciplinas humanísticas.

El primer argumento cuestionado por el Dr. Zamora es que la formación humanística es fundamental para el sostenimiento de las sociedades democráticas. Desde su perspectiva, dos razones objetan esta postura. En primer lugar, los grandes pensadores de la historia del pensamiento occidental tuvieron muy mala percepción de nuestra idea moderna de la democracia. En segundo lugar, la educación humanística ha sido patrimonio de las élites, un medio para la estratificación social, en vez de un mecanismo de liberación.

Detengámonos en la primera objeción. Incurre en un anacronismo. La mayoría de los grandes pensadores del pasado no tuvieron una mala percepción de las democracias modernas, simplemente no la tuvieron, porque los supuestos que implican dichas sociedades era ajena a la atmósfera intelectual del tiempo en que vivieron. Algunos de ellos, como John Stuart Mill o John Locke, entre otros, contribuyeron a construirla. Otros, como Nietzsche, la repudiaron.

Precisamente, es propio del espíritu democrático intrínseco al ejercicio de la filosofía y de las disciplinas humanísticas que los pensadores posean las más diversas ideas. Cuando se señala que la filosofía y los saberes humanísticos contribuyen a la democracia no significa que todos los filósofos y humanistas sean demócratas, sino que el ejercicio de estos saberes implica el ejercicio de un debate sobre los fundamentos de nuestras ideas y sin este ejercicio, las democracias no son sostenibles.

La segunda objeción incurre en otro error conceptual. Si la educación en literatura, lenguas clásicas o filosofía fue patrimonio de las élites no se debe a que las disciplinas humanísticas no contribuyan a la democracia, sino a que el proceso histórico que desembocó en el nacimiento de las sociedades democráticas modernas, con el consiguiente acceso generalizado a la educación e irrealizable sin el aporte de las humanidades, no se había consumado.

El segundo argumento cuestionado por el Dr. Zamora es que el saber humanístico contribuye a la realización personal. Sostiene acertadamente que profesionales de las humanidades no son necesariamente personas menos miserables o más felices que personas sin conocimiento de las mismas.

Que yo sepa, ninguno de los defensores de las humanidades hemos planteado la existencia de una relación de causalidad entre estudiar los saberes humanísticos y tener una vida feliz. Lo que sí hemos defendido es que el ejercicio de las disciplinas humanísticas contribuye a la realización de una buena vida, porque las mismas proporcionan una tradición lingüística que abre horizontes para interpretar el mundo, nos pone en contacto con una tradición de autores (clásicos) responsables de gran parte de la sabiduría de la humanidad a partir de la cual podemos re-pensar nuestros problemas y nos permite conocer nuestro legado histórico con sus implicaciones políticas.

El Dr Zamora cuestiona también uno de los principales argumentos empleados en defensa de las humanidades: la contribución de estas disciplinas a la conformación de una ciudadanía crítica. Para ello, recurre al hecho de que a dichos saberes se les dedica muchas horas en el bachillerato de su país sin hacer de de España una sociedad más crítica que otras.

Una vez más, el Dr. Zamora recurre a una falsa relación de causalidad. Además,  obvia un problema que muchos defensores de las humanidades hemos planteado: el problema de cómo enseñamos las humanidades en las escuelas. Un ejemplo es el de la enseñanza de la filosofía. Desde hace décadas, se entendió que enseñarla significaba realizar una cronología de lo expresado por los filósofos, hacer que el estudiante memorizara sus teorías sin relacionar sus planteamientos con un contexto, ni vincularlos con la vida del estudiante. No defiendo este tipo de enseñanza y no creo que ninguno de los autores que han defendido la enseñanza de las humanidades defienda esta forma de enseñarlas.

La defensa de las humanidades implica apostar por un tipo de enseñanza que fomenta la actitud crítica, proporciona problemas basándose en la tradición de los clásicos –cuestionándolos- e incentiva a la reflexión sobre los fundamentos de nuestras creencias. Es irrazonable pensar que, habituado desde muy joven a este tipo de enseñanza, en conjunción con otros factores como la crianza familiar y un entorno cultural favorable a la criticidad, una proporción significativa del estudiantado de una sociedad no desarrolle actitudes críticas.

Finalmente, el Decano de la UNED cuestiona la defensa de que el Estado debe crear más empleos para los titulados en humanidades, “porque la educación no debe tener como objetivo la empleabilidad”.  Resulta que este planteamiento es una caricaturización de dos ideas distintas aunque relacionadas. Por un lado, muchos filósofos profesionales cuestionamos el modelo de educación neoliberal que concibe el valor de los saberes en función de su utilidad para el mercado. Por el otro lado, sostenemos que el Estado no sólo debe defender las disciplinas humanísticas en los planes de estudio, sino garantizar plazas de trabajo como parte de una política de sostenimiento a los saberes que contribuyen al sostenimiento de la urbanidad.

En fin, el Dr. Zamora pretende atribuir a los defensores de las disciplinas humanísticas el establecimiento de unas relaciones de causalidad que nunca hemos planteado. Estamos conscientes que la enseñanza de las mismas no generará de manera necesaria una vida crítica, independiente y feliz. Pero aceptar esta conclusión no objeta que apostar por su difusión y sostenimiento es una decisión más razonable que marginarlas.