El intento de asesinato de David Ortiz ha sido el acontecimiento mediático más relevante de los últimos tiempos. No solo por la gran celebridad de nuestra gran estrella de grandes ligas. Concitó la atención de dos importantes figuras de la política norteamericana: Barak Obama y Donald Trump, fue primera plana de los principales periódicos de ese país, en nuestro contexto explotaron las redes sociales de una forma inusitada. Pero sobretodo porque los acontecimientos más estremecedores suelen ser aquellos que tienen que ver con los crímenes de sangre, los deseos carnales, las bajas pasiones y la sexualidad desenfrenada. 

La furia con que se desataron las imágenes en los medios tradicionales y redes sociales, expresan que vivimos un momento ocular dotado de una visibilidad pornográfica y promiscua de sentimientos y emociones, que nos conmueven sin inquietar si tienen un referente de moralidad o veracidad.

De repente explotó la fantasía y obsesión colectiva de la sociedad dominicana del siglo XXI, con los nuevos estándares, códigos y pautas culturales devenidas como consecuencia de la larga y compleja dominación del PLD, durante veinte años en el poder. Emergieron así, súbitamente, las pulsiones latentes contenidas en nuestro manto freático. Los nuevos estándares del crimen organizado con su estética y plasticidad de lo que se ha llamado la belleza narco: los senos voluminosos, las caderas amplias, las cabelleras frondosas con extensiones de pelo, la exacerbación y la desmesura del goce de nuestras figuras destacadas, los relojes y las cadenas de oro, la pulsión del consumo que busca satisfacer intereses individuales, pautados y exacerbados por las preferencias del mercado. Repentinamente se volvió visible lo que estaba excluido de nuestro campo perceptivo, se hizo sonoro y audible lo que parecía oculto y callado.

En vez de rebuscar la épica nostálgica y los grandes acontecimientos que pautaron las sociedades del terrible siglo XX, nuestra realidad actual está marcada por la ausencia de nuevas esperanzas, donde el espacio colectivo aparece bloqueado. De ahí, se desatan pasiones individuales guiadas por un consumo colectivo e inmediato, sexo desmedido, la música y la letra desenfrenada del reguetón, donde el goce pleno se convierte en un referente necesario y útil para de alguna manera contrarrestar  el tedio de nuestras vidas cotidianas, ante la ausencia de un futuro promisorio.  No somos, en fin, quienes creíamos ser, por el contrario, estamos ante un nuevo panorama de incertidumbres y peligros, que no está exento de una decepción colectiva.

Nuestro complejo y convulsionado contexto social y político actual ha potenciado nuevas categorías, que no pueden ser catalogadas dentro de la sociología tradicional de la estratificación social o la teoría marxista de la lucha de clases. Así nos encontramos con nuevas realidades y nuevos sujetos que marcan y afectan de manera profunda nuestra sociedad como son: el pelotero de grandes ligas, el dominican york, la chapiadora, el capo político/el capo narcotraficante, el vehículo coreano Sonata que ha invadido nuestras avenidas y autopistas, el yipeton, el sicario y el sicariato. Esta categorización no está signada por una expresión moralista, ni mucho menos peyorativa del mismo modo para todas esas expresiones, en ellas hay disimilitudes y continuidades, y también marcadas diferencias. Estos nuevos sujetos son una pulsión y expresión de una nueva movilidad que irrumpe imponiendo otras formas, compitiendo, superando o doblegando los tradicionales grupos económicos, fenómeno que, hasta la llegada del PLD, estaba hegemonizado por una realeza oligárquica dominante, que marcaba los sentidos culturales de nuestra sociedad, que cercó durante muchos años el ascenso de nuevas categorías sociales, que ahora irrumpen con fuerza al amparo del poder político.

Nuestro ciudadano es mayoritariamente  espectador y anti político producto de la reiteración y el tedio de muestro entorno. Prefiere sumergirse en otro mundo – su mundo-, salir de compras, ver una película o escapar dentro de una serie de Netflix, seguir su deporte favorito, asistir a un concierto, entregarse al goce y al sexo desmedido o engancharse al fitness con la nueva religión del cuerpo y del bienestar que pautan los medios de comunicación.

Pero no todos pueden gozar y participar al mismo ritmo dentro de ese mar de emociones ambivalentes de desenfreno y pulsiones sociales, las cuales revelan una pluralidad interna, fuertemente marcadas por la exclusión y la marginación social de un importante segmento de nuestra población, confinada en nuestros barrios, cargados de pobreza, hacinamiento, drogas, sexo, donde la mayor presencia del Estado se manifiesta en una brutal y permanente represión policial. En este territorio se macera una poderosa plataforma social de amor y deseo por participar en la fiesta del consumo desenfrenado, con sus códigos y estándares de los cuales no todos pueden participar. Ahí también se manifiesta el reparto desigual, aunque expresado de un modo particular. Se desata una envidia y resentimiento como un motor secreto de la nueva interacción social dominicana, dando origen a una poderosa cultura urbana. Nuestras poblaciones marginadas son sujetos y objetos del deseo mimético del desenfreno del consumo colectivo. Esta espiral produce y desata un fuerte conflicto social, que promueve una red de influencias reciprocas, pautadas por los nuevos modelos y categorías de la realidad contemporánea. Este es el circuito natural y caldo de cultivo de la violencia incontenida y cada vez más generalizada, que encuentra su expresión y origen en la corrupción generalizada del Estado mafioso y narcotizado de los gobiernos del PLD, con instituciones vacías, desprovistas de confianza y legitimidad.

Este es el descarnado panorama que nos revela Carlos Alberto Montaner en un comentario: “Big Papi, La cocaína y La Destrucción de la Republica dominicana”, que caracteriza como una sociedad sin ley y orden dominada por una total impunidad. En nuestro caso parece que se equivocó Gardel, aquí 20 años de PLD no solo han sido muchos sino demasiados de una fatalidad bulímica de poder sin límites.

Ante todo este crudo panorama, resulta desconcertante y aterrador el relato banal que pretende servir de pegamento emocional de la política comunicacional del actual gobierno cargada de una simbología  ridícula que pretende infiltrarse transversalmente en nuestras conciencias , ofreciéndonos una visión cándida de una dominicanidad dotada de un relato nacional sin conflictos y antagonismos, pretende servir de pegamento sentimental para esconder la incapacidad de las instituciones frente al crimen organizado y la posibilidad de garantizar una seguridad ciudadana para una población que vive bajo el miedo y el temor permanente de ser asediada por la delincuencia.

Todavía más espeluznante han sido los episodios de ansiedad que hemos experimentado con las desconcertantes respuestas ofrecidas por las Procuraduría General y la Policía Nacional ante un acontecimiento de la magnitud y la trascendencia del intento de asesinato de David Ortiz, las versiones risibles e increíbles sobre los móviles de este horrendo crimen, los allanamientos aparatosos, el número de implicados, el monto pagado para la ejecución del crimen. No obstante, la divulgada presencia de la DEA y el FBI, resaltada por la comunicación oficial, a casi 10 días del atentado al Big Papi, la población no tiene una respuesta acabada de los verdaderos móviles y quien es el responsable de ese horrendo y espectacular crimen.

Con un juego de escamoteo movido por la distorsión y ocultamiento de la falacia jurídica del autor material y el autor intelectual, figuras que fueron desterradas del panorama de la justicia penal a partir de la tesis del jurista alemán Claus Roxin, desarrollada en su famosa obra: Autoría y Dominio del Hecho en Derecho Penal.

El connotado penalista germano, que por cierto visito el país en una ocasión como invitado de la Procuraduría General de la República, ha borrado de la configuración del delito la distinción entre autores y cómplices. Para él lo determinante es quien tiene el “dominio del hecho” delictivo, minimizando la importancia de los llamados autores materiales, que de acuerdo a su teoría son sujetos fungibles e irrelevantes, pueden ser sustituibles. La verdadera responsabilidad penal debe recaer en aquel que está alejado de la escena del crimen y distante de quien tiene en sus manos el arma asesina. La tesis del delito penal para Roxin, reside en que lo determinante no es la persona del ejecutor, sino el “señor de atrás”, que tiene el control de la acción delictiva que domina toda la trama, incluyendo la posibilidad de impedir o hacer continuar el resultado total.

Todo esto indica que la política criminal del Estado sigue sumergida en la precariedad conceptual e investigativa, la espectacularidad y la aparatosidad que se manifiesta en la presentación de los hechos, más que conducirnos a su esclarecimiento, nos arrastra hacia un manto evidente de encubrimientos sobre quién o quienes  son los verdaderos responsables de este hecho que ha conmovido la opinión pública nacional e internacional.

Sin lugar a dudas este criminal y contingente acontecimiento profundiza el descrédito y el desprestigio no solo de la justicia, sino que ahonda la falta de credibilidad del gobierno, condicionando los actuales aprestos reeleccionistas.