“La libertad es el valor supremo y que ella no es divisible y fragmentaria, que es una sola y debe manifestarse en todos los dominios – el económico, el político, el social, el cultural – en una sociedad genuinamente democrática”. (Mario Vargas Llosa: La llamada de la tribu).
Cada día más se difumina la separación entre la política y lo económico. La desdibujación es la clarinada del grado de contaminación de la política como eje medular para construir políticas públicas en beneficio de la sociedad. Esa difuminación es lo que ha estado permitiendo que el Estado sea visto como la herramienta de instrumentación para los negocios y el vehículo más expedito para el ascenso económico y social.
La factura de la resignación que se incubó en una gran parte de la sociedad dominicana fue bosquejada en la ideología del “progreso”, anidada en la corrupción en todas las dimensiones y escalas. Es así como se articula y operaría la dominación y hegemonía de una generación que estaba llamada, como ciclo histórico, a construir un verdadero Estado de derecho empinado y erigido en la transparencia, en la justicia, en la igualdad de oportunidades, en una real articulación de regulación del Estado y en la efectividad y eficiencia de las instituciones para lograr servicios de calidad a los ciudadanos.
La Generación Baby Boomer (1940 – 1965) que estaba compelida a la construcción del dominio de las instituciones y del diseño holístico de la justicia social como grado supremo para disminuir la desigualdad y la exclusión, negó sus desafíos como eslabón histórico para situarse en la contemporización y el despliegue de la Generación Interbellum (1901 – 1913) y la Generación del Silencio (1929 – 1940). Los actores políticos claves de los últimos 23 años se cobijaron en la “ideología del consumo como valor y del dinero como medida de éxito”. Más allá de ese diseño donde la economía crece con una política fiscal expansiva desde el 2009, donde el eje medular es el endeudamiento como palanca que repercute en el crecimiento en alrededor del 3% del PIB. El apalancamiento de esa bifurcación del coeficiente del crecimiento: 5%/ 11% (aumento del PIB versus aumento del endeudamiento), no es solo irresponsable sino que es una burbuja que más temprano que tarde se sepultará en una cuneta en detrimento de todo el cuerpo social y económico.
La factura de la ideología del consumo y del oropel encontró, al unísono, nuevos rincones donde el dinero fácil crecía y se desarrollaba. El auge y crecimiento del narcotráfico como fuente de la economía sumergida. La economía ilícita genera alrededor de un 10% (corrupción y crimen organizado (drogas, tráfico de personas, falsificación de alcoholes, falsificación de medicina, contrabando, etc. etc.). Nadie puede decir con certeza que la elite política clave ha estado ligada a ese mundo tan oscuro, tan “invisible”, empero, tan poderoso en la dinámica de la economía subterránea. Es claro, sin embargo, que han dado la espalda y cuando no, se pusieron una venda en los ojos, grandes para las cosas pequeñas y pequeños para las cosas grandes.
Esa factura de la ideología del “progreso” nos inoculó en una bandeja que cristalizó la visión conservadora de la sociedad. Dicho de otra manera, la Generación Baby Boomer, que venía del sector liberal de la sociedad, se arrinconó en el pasado dibujando el pretérito en el crecimiento de la infraestructura sin el soporte horizontal del desarrollo humano, del desarrollo del talento humano. Una generación que debió empujar la educación, la salud, los servicios públicos con calidad, se atrincheró en la apología del bienestar de una parte muy pequeña de la sociedad, sin movilidad social para el conjunto del cuerpo social.
Su “circuito de modelo” penetrado por la corrupción y el clientelismo, como centro de su hegemonía, desestructuraría cada día más en el imaginario del dominicano esa “visión” egocéntrica del crecimiento y del progreso. El resultado en la manecilla del reloj es el asqueo de los dominicanos en la proliferación de una hipercorrupción, sistemática, estructural e institucional que se expresa en Barómetro Global de la Corrupción, donde un 79% señala en el 2019 que las personas pueden marcar la diferencia en la lucha contra ese flagelo que nos cercena como nación y donde el 72% establece que el gobierno está actuando mal en la lucha contra ese cáncer, contra esa violencia social e institucional.
La factura de la resignación, que es la ideología del progreso y del consumo, es el agua que no colorea todo el tejido social. Un líquido que a golpe de propaganda y de publicidad no se deslizó desde la perspectiva social. De ahí que en 23 años seguimos exactamente con el mismo modelo económico y no se haya cristalizado en la praxis social una sola reforma estructural, viviendo los ciudadanos en tres Siglos: XIX, XX y XXI, de una postmodernidad y bienestar en pañales para la inmensa mayoría.
El eclipse de la resignación llegó con ODEBRECHT, como punto de inflexión, donde se evidenciaba como una empresa mafiosa capturaba los Estados (12 países de América Latina y de África) para construir en base a los sobornos más despiadados a las elites políticas. República Dominicana con 92 millones de sobornos (sin investigación), donde no sabemos si los 39.5 millones de dólares a Punta Catalina son parte de ello o configura aún más el lodazal de la miseria de esa parte de la partidocracia.
El grito del despertar del asco de la descomposición, putrefacción, depravación e inmoralidad lo visibilizó MARCHA VERDE. Marcha Verde estampó un antes y un después. Una antorcha luminosa que nos reuniría en todo el territorio nacional para, marchando con nuestras voces, clamar “Basta ya de tanta corrupción y de impunidad” y que mi nieta Emma Sofía (5 años) reflejaba en la consigna: “Contra la corrupción, contra la impunidad, vamos acabar con esa barbaridad”.
2017–2019, un interregno novedoso, un cambio que sintetizó 20 años de resignación, de inercia y de indiferencia. 20 años de cinismo, de engaño, de simulación y de hipocresía social. Dos décadas de arcoíris sin colores y del alarido permanente de la postverdad. La eclosión, lenta y sistemática, ha sido la indignación. La indignación es la clarinada de luces refulgentes de la indignación, antesala del cambio.
La sociedad requiere una nueva forma de hacer política, actores políticos más decentes en el ejercicio de la política. Seres humanos que no vayan allí a recrearse desde el Estado en la construcción de más riquezas individuales, en donde el costo de la política no sea tan alto para una sociedad pobre y vulnerable. Una indignación que se expresa desde ya, donde la financiación a los partidos y a la política no sea la “amenaza que socave los cimientos democráticos”.
La nueva factura es la voz del cambio cimentada en una nueva mentalidad, donde el cargo público, como nos dijo Aristóteles, es el que “daría a conocer al hombre”. Que la detentación del poder político no sea la fragua líquida relacionada con la acumulación de capital. El cambio ha de ser entonces la nueva piel donde no se conciba la política como rentismo y el Estado como el mundo de la empresa. ¡Urge un nuevo estadio de la legitimidad de la política, que no es otra cosa que la fortaleza institucional donde la civilización encuentre su cauce en el mismo instante que se imparte la justicia!