Erase una vez una cucaracha y un corcel que vivían en un enorme lodazal junto a otras criaturas del bosque. La pequeña cucaracha, como insecto rastrero al fin, pasaba sus días arrastrándose por los rincones más sucios del chiquero. A diferencia de una de sus compañeras de seto que, como Jesús de Nazaret en el Mar de Galilea, tenía la milagrosa virtud de caminar sobre el fango sin ensuciarse, nuestra cucaracha no lograba sacudirse la suciedad por más argucias que empleara.
La cucaracha miraba con solapada envidia al corcel, un ejemplar de gran alzada y garbosa figura que trotaba airoso por el chiquero sin que la pestilencia le tocara ni un pelo. Resguardado de la inmundicia por sus grandes cascos, el corcel hacía alarde de pulcritud y pureza ante las tristes y malolientes cucarachas, que desde su seto lo miraban pasar con mal disimulada ojeriza.
Hastiado ya del corcel, un día el jefe de todas las cucarachas convocó a una gran reunión para decidir cuáles animales podían seguir viviendo en el chiquero y cuáles no. Junto a sus compañeras de seto, la cucaracha envidiosa urdió entonces una terrible conjura para calumniar al corcel y humillarlo ante los demás animales.
-¡Miren bien, compañeros!- proclamó la cucaracha ante la asamblea. -Ese corcel que se pasea tan airoso por el chiquero es un ladrón y un mentiroso. Sus crines azabache ocultan la pestilencia que se esconde entre sus pelos, pero tenemos testimonios secretos de animales que han visto y olfateado su suciedad- gritó la cucaracha envidiosa. -¡Saquémoslo de aquí! ¡Que se vaya bien lejos y no nos moleste más!-
Los demás animales, que conocían bien al corcel y nunca habían percibido hediondez alguna, se miraron extrañados, mientras las cucarachas del seto aguardaban en silencio el veredicto de la asamblea.
-¡Que hable el corcel!- dijeron a coro los animales. -Conocemos de su pulcritud desde hace años y bien sabemos que a esas cucarachas no hay que creerles mucho.
El corcel miró a la asamblea con la expresión aturdida del inocente difamado. Finalmente, respiró profundo y mirando a los ojos de la cucaracha envidiosa respondió:
-Lo que ha dicho la cucaracha no es cierto. La mentirosa es ella. Yo hace tiempo que aprendí que los demás tratan a uno, no como uno es, sino como ellos son.
Años más tarde, cuando en las noches de lluvia las abuelas cuentan a sus nietos la historia del fin de la dinastía de las cucarachas y el saneamiento del chiquero, las palabras del corcel siguen resonando en la conciencia de los animales del bosque, que todavía le agradecen haberlos ayudado a liberarse de la pestilencia.
MORALEJA: Nunca creas en cucarachas mentirosas ni en sus tramas calumniosas.