El artículo de este viernes santo se iba a titular: Quien muere el viernes es una mujer, en alusión a la mujer que ungió a Jesús con su perfume de nardo que valía más de trescientos denarios. El valor era equivalente a un año de trabajo de un obrero judío, lo cual significa esfuerzo, dedicación. Sin que sepamos con meridiana exactitud cómo esa mujer consiguió ese perfume, sabemos por el contexto del texto bíblico, que ese perfume era valioso para ella, y para los demás presentes. Para ella significaba vida. Al ungir a Jesús, preanuncia su muerte y cuidado. Al darle lo mejor de sí, se entrega a Jesús, como lo hizo Jesús en el evangelio de Juan (e inclinando la cabeza entregó el espíritu) y también como lo hizo en el evangelio de Marcos (Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado). La mujer muere con Jesús ese viernes a la hora de nona. Muere junto a su madre y al discípulo amado, hacia las tres de la tarde.
Pero no escribiré de eso. Hablaré de otro tipo de muerte que se da en la sociedad dominicana. Les contaré que el día 28 de marzo 2018 visitaba el restaurante de comida española Boga Boga, que se encuentra ubicado en el sector La Julia, de Santo Domingo. Me iba a encontrar con un amigo para dialogar sobre la vida. Llegué primero que él. Cuando estoy sentado en una de las mesas esperándole, el camarero me dice que tengo que moverme e irme a otro lado, pues de ese lado del restaurante no se atiende de noche. Me quedé perplejo pues en ese mismo lado, a las ocho de la noche, había siete comensales sentados en dos mesas diferentes. Qué extraño, le digo, pues veo a mucha gente aún en esta área del restaurante. Continuó argumentando su idea usando circunloquios, y al final dijo: “Es que de este lado el dueño dice que sólo atiende españoles en la noche”.
Como dicen las traducciones de los libros de Dostoieviski, me quedé de una sola pieza. ¿Cómo es posible que esto pase en la República Dominicana? Pensé en Martin Luther King, en Rosa Parks, en Nelson Mandela, y en todos los discriminados del mundo.
Después de contarle el suceso a mi amigo español, nos fuimos del lugar.
Ya en otras ocasiones de mi vida había sentido el peso de la discriminación en este bello país que me vio nacer. He argumentado en el mismo lugar, y he pasado un trago amargo, como Jesús ese jueves en la noche cuando fue entregado por uno de sus mejores amigos.
Entiendo que uno de los mejores modos de superar los distintos y sutiles modos de cómo la discriminación se presenta es cayendo en la cuenta de que discriminamos, no sólo a los extranjeros pobres que vienen a nuestro país, sino que nos discriminamos a nosotros mismos. Cada persona ha de preguntarse honestamente si en su vida cotidiana discrimina, preguntárselo como si estuviera dialogando con el buen espíritu que hay en ella. Porque si reconocemos que caminamos mal, podemos cambiar de rumbo y caminar por el buen camino.
Es una tarea titánica que un ciudadano solo y a pie enfrente a cada momento las situaciones amargas de discriminación, y de muerte que se le pueden dar. No es casualidad que la palabra diablo signifique etimológicamente el que divide, el que nos divide internamente y como sociedad. Así que todo aquello que nos divide es diabólico. Es preciso una conciencia ciudadana y un movimiento espiritual (no necesariamente religioso) que nos una y articule. Por otro lado, no es casualidad que la palabra símbolo etimológicamente signifique aquello que une. Necesitamos acciones simbólicas.
Hoy cristianos de distintas latitudes reflexionan sobre uno que se ha hecho símbolo, y que ha hecho una tarea más que titánica. Mesiánica. No es casualidad que mesías signifique ungido, como la mujer que ungió, que hizo mesías a Jesús.
Hoy los cristianos invitan a amar y a seguir a ese discriminado que murió a las afueras de Jerusalén.
Hoy estamos invitados a cambiar.