Experimentadas están nuestras autoridades en el aguaje jurídico, duchas en investigaciones faroleras y fanfarronas. Prenden y apagan casos criminales haciéndolos desaparecer sin sonrojo. Terminan digeridos por roedores en las trastiendas de la judicatura. Los ciudadanos, entusiasmados por algunos titulares esperanzadores, retoman de inmediato el desencanto, sabiéndose víctimas de otra cúcara-mácara y un nuevo engavetamiento.
No obstante, esos extraordinarios delitos perpetrados por servidores públicos y delincuentes de toda laya, escándalos mediáticos, pueden servir para algo: detallarnos el “modus operandi” del alto y del bajo mundo. Alertan sobre una realidad delincuencial ejercida con fortaleza y cronicidad por estos lares.
La espeluznante tragedia homicida sufrida por la niña Carla Massiel Cabrera, “expediente en investigación”, mantiene horrorizada a esta sociedad. Se sospecha que parte de su anatomía fue trasplantada clandestinamente. El mercado internacional de órganos pudiera estar activo entre nosotros, y debemos tenerlo presente. Hasta que sucedió esa horrible muerte, el tema no había hecho sonar las alarmas.
El reconocido cirujano Ashley Baquero, a través del matutino HOY, advirtió en agosto sobre esta amenaza: “Esta enorme necesidad de órganos, combinada con la gran desigualdad económica en la población mundial, ha creado un comercio de trasplantes que muy pocos países han escapado de esta práctica…”
Riñones de las favelas brasileñas terminan suturados a receptores internacionales en quirófanos de Sudáfrica. De la extracción al injerto intervienen buscones, médicos locales, transportadores, y cirujanos especializados que suelen hacerse de la vista gorda acerca de los donantes. Este contrabando mafioso, igual que el de las drogas y otros consumos ilícitos de alto reclamo, se activan por la demanda. Se nutren de la pobreza, la complicidad de funcionarios locales y extranjeros, y jugosas ganancias para médicos y hospitales. Un paquete de trasplante cuesta hasta US$160, 000. El órgano se paga a un depauperado y desempleado sujeto del tercer mundo a US $6,000. Ya en el 2004, la Organización Mundial de la Salud urgía a los países miembros a “tomar medidas para proteger a los grupos más pobres y vulnerables del ‘turismo de trasplante’ y la venta de órganos”. A partir de esa fecha han sido cientos los documentos e investigaciones que describen y advierten sobre el peligro creciente del siniestro negocio.
No es de extrañar que los mayores proveedores de órganos estén en la India, Pakistán, Perú, Brasil, Moldova, Turquía, Colombia, etc., y quienes los compran en Canadá, USA, Israel, Japón, Saudí Arabia, etc. De la miseria a la prosperidad viajan esas vísceras. La motivación principal del donante clandestino es irrebatiblemente la pobreza.
De todo lo anterior, queda claro que la República Dominicana es un territorio ideal para el mercado de vísceras, como lo es para la trata de mujeres, el narcotráfico, abuso de menores, la prostitución local, y la corrupción administrativa. A pesar de una creciente macroeconomía, seguimos atollados en las secreciones del subdesarrollo.
Cada vez que recordemos el crimen de Carla Massiel, subrayemos la posibilidad de que pudo ser eviscerada y sus órganos vendidos. Tengo la certeza, quisiera no tenerla, de que aquí traficamos con órganos. Las condiciones están dadas, y las mafias asentadas y protegidas, dispuestas a buscar el oro donde brille. Y si comprando a diez y vendiendo a cien llenan sus arcas, le arrancaran un riñón a cualquiera. ¿Dónde, quiénes, cuántos, desde cuándo y cómo se trafica con órganos en este país? Alguien debe saberlo….