El maestro contaba siempre una parábola al finalizar cada clase.

– Maestro – le dijo en tono desafiante un alumno una tarde -, siempre nos narra cuentos, pero no nos explica nunca su significado más profundo.

– Pido perdón por no haber cumplido con tus expectativas – se disculpó el maestro-, permíteme que en señal de reparación te regale un rico melón.

-Gracias maestro.

– Quisiera, para agradarte como verdaderamente te mereces, pelarte la fruta yo mismo. ¿Me permites?

– Sí, muchas gracias – se sorprendió el alumno, halagado por el gentil ofrecimiento que recibía del maestro.

– ¿Te gustaría mi querido alumno que, ya que tengo el cuchillo en la mano, te corte la fruta en trozos para que te sea más cómodo a la hora de comerla?

– Me encantaría, pero no quisiera abusar de su amabilidad, maestro.

– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte en todo lo que buenamente esté a mi alcance. Permíteme que también te lo mastique antes de dártelo.

– ¡No maestro, no me gustaría que hiciera eso! – se quejó sorprendido a la vez que contrariado el discípulo -.
–Ya sabes por qué yo no mastico cada cuento para darles el significado más profundo a mis alumnos. – sentenció el maestro.
(adaptación de un antiguo cuento sufí)

 

Complacer en todo al alumno, masticando las lecciones, no es educar. Exigir esfuerzo del alumno para aprender es educar. Hay que exigir de cada alumno el máximo esfuerzo posible, que muchas veces parece imposible, pero está al alcance de la voluntad inspirada y motivada por el maestro.

El maestro no puede aprender ni pensar por su alumno, por más que quiera. La labor del educador consiste en plantear desafíos y guiar a los discípulos a enfrentarlos, proveerles las herramientas para aprender y pensar, sin hacer el trabajo por ellos. Hacer ejercitar músculos y neuronas de cada discípulo de acuerdo con su capacidad, inducir el desarrollo del carácter y la voluntad, son funciones esenciales del maestro. El maestro debe inspirar y motivar el máximo esfuerzo de cada alumno, no permitir que el discípulo llegue a la meta buscando atajos fáciles.

El maestro que no mantiene las más altas expectativas defrauda al alumno, pues le dificulta alcanzar su pleno potencial. El buen maestro exige mucho: el máximo esfuerzo que cada alumno puede hacer, porque respeta y aprecia su valor y confía en que con voluntad y esfuerzo se pueden alcanzar las altas metas establecidas. A su vez, el maestro tiene que ser muy exigente consigo mismo para poder exigir mucho de sus alumnos.

Si ser exigente es importante para ser un buen maestro, es esencial para las instituciones y los sistemas educativos poder alcanzar la excelencia. Establecer altas expectativas para todos los actores de la comunidad educativa, comunicarlas claramente, evaluar su cumplimiento y retroalimentar para mejorar continuamente son clave para el éxito de instituciones educativas de todos los niveles.

Tanto por razones de calidad como de eficiencia, las instituciones de nivel terciario que aspiran a formar en la excelencia académica y profesional incluso deben ser muy exigentes en la selección de los estudiantes admitidos, depurando en un proceso integral de solicitud de ingreso su aptitud y competencias para el programa de estudios en cuestión. Las universidades de mayor ranking a nivel mundial tienen programas de estudio con una selectividad de menos de 5% de los aspirantes admitidos, y no por ser estudiantes mediocres sino por la fuerte competencia para las plazas disponibles. En gran medida el éxito de las instituciones más reconocidas del mundo por su alto desempeño se debe al alto potencial de su estudiantado, que incluso es un fuerte imán para atraer a los mejores docentes, contentos de trabajar con discípulos brillantes. Son estudiantes acostumbrados a las altas exigencias de los mejores maestros, que no se conforman con la mediocridad en el desempeño.

La selectividad en las instituciones de educación superior alimenta el circulo virtuoso de la excelencia educativa, basada en la alta exigencia a los estudiantes desde el mismo proceso de solicitud de ingreso. Si queremos maestros de excelencia, debemos fomentar altas expectativas y ser muy exigentes. Se pueden mejorar los procesos de selección de los estudiantes de nuevo ingreso, pero prescindir de esta herramienta para promover la excelencia en la formación de los futuros profesionales y académicos es un grave error.  Solo cuando las expectativas son altas y las exigencias fuertes, los resultados son excelentes.