El programa al que me refiero donde salió McCartney es muy visto en Londres, pero también en Los Angeles. Corrían en el automóvil –siempre una señal– para entonar una canción, Hey Jude, quizás, pero en la pertinencia de un líder que no estudió música y que tuvo el mundo a sus pies. Claro que lo que pasaba con las bandas de los ochentas no era una petición ancestral y uno intenta entender por qué la fijación con algo que puede ser explicado de manera muy lógica. Un muchacho adicto a Duran Duran –Simon Lebon, John Taylor, Nick Rhodes– entra en conocimiento de lo que ha sido suyo, y se mete en la aplicación YouTube, para desde ahí entender lo que ha de entenderse: cualquier rockero que le diga algo lo tomará como una discusión favorita para entender el mundo, sin tanto Robert S, o sin Morrisey, por aquello de no entender sino lo que uno se propone.

Y es que la información es una función que mantiene a la gente en medio de disquisiciones continuas. La gente tiene que salir a la calle a trabajar y tiene un alto compromiso con sus hijos. En algunos casos, la gente ha diseñado su postura en medio de las más duras noticias.

Se parece a una canción de George, para no decir que a una canción de Los Beatles. Se puede decir que la vieja agrupación londinense, es material para hacer análisis sobre lo que debe hacer una agrupación para tener éxito. Retornas a Los Beatles, que es cierto que tenían otro nombre y que hicieron –cuando decidieron concluir con la banda– su concierto en la azotea del edificio y no en las pirámides de Egipto. Me queda claro que en algún momento se dijo que Los Beatles tenían mucho de McCartney, –que pronto tocará por primera vez en el Madison Square Garden, por cierto con algo sobre Egipto– y era cierto pero en sentido estricto no puede concluirse que fue todo.

Me refugio en los tiempos de Jaime Pressly, (Finders Keepers), pero también tengo la impresión de que ese disco –el asunto sobre Egipto– fue una herencia de McCartney, de quien sabemos que tiene más canciones de la cuenta en su gran discografía, y que, en la finca de Sussex, ha permitido que sus otros hijos, pues vivan de manera locuaz. He estado oyendo a Spandau Ballet, una banda londinense que no tiene que ver con Oasis, ni mucho menos, pero que tiene un sencillo –True– que es una delicadeza si las hay. Uno se pregunta cómo han podido establecer un momento nuevo en la estampa de fino muchacho del líder, en la escapatoria de otros discos.

Me siento a pensar que la interpretación de los discos no es sino una interpretación antojadiza, como si en cierto sentido todo fuera una petición ancestral de motivos musicales diversos. Ocurre con Spandau Ballet, pero también con Smith, la mejor de las soluciones para los intensos viernes. Y me pregunto qué paso en Downing Street –invariable desde 1905–, qué pasó con Escocia, porque hace días citaba al aviador que cruzó el Atlántico y que preguntó por ella antes de aterrizar en el otro continente (Theresa May está en Nigeria y Kenia durante su viaje a Africa mientras se discute el Brexit). Pero Spandau Ballet tiene esa impresión que uno siempre busca, lo mismo que pasa con George, o con la política dominicana que persigue a uno, aunque uno no quiera saber nada de politicastros y de especímenes de amplia corruptela, como diría Mejía. 

No me queda claro a dónde se fueron los muchachos de Spandau Ballet, si ahora son esos que contratan a otros. A lo mejor es cuestión de buscarlo, pero me queda claro –como el asunto de la potencia del teletrasmisor– que uno quiere entender lo que dicen otros sobre London, la canción sin máscara de una interpretación nueva. Siempre se tiene la impresión de que se ha llegado a una función con todos los gastos pagos y las gafas colocadas. Lo que ocurre con London no es lo mismo que ocurre con Benny; todo está escrito con el color del Arsenal –Unai Emery responde a las llamadas aun en conferencia de prensa– porque el Chelsea se fue por la borda y el gobierno de Blair fue otra cosa. Me entusiasmaba entender lo que otros decían sobre el disco –Don’t Stop, como dice Luke–, a la par que una muchacha nos dice que Londres es su ciudad favorita. Tendremos que irle una vez más al Liverpool. Con Spandau Ballet pasa lo mismo que con Paul McCartney que no dijo nada sobre sus otros discos. La agrupación tenía que ser entendida como un asunto epocal, y lo de London algo que era un puente –como hubiera dicho Cerati– para que las otras versiones aparezcan. Mientras tanto Kemp se ha convertido en actor en la novela de BBC, Eastenders y ha estado como juez en Let it Shine, el show de reality tv creado por Gary Barlow.

Está claro que Tony Hadley –dos Tonys, Hadley y Blair– toma las cosas como si estuvieran determinadas. Me parece que ha dado en el clavo pero uno siempre se pregunta si ha podido funcionar porque el estado de la banda es activo, de modo que nada de tiempos perdidos. No es como cuando se llamaban The Makers, y tampoco cuando tenían la impresión de mandar en Berlín, por allá 1983, cuando True sale al mercado. Lo mejor es que uno puede entender lo que se ha propuesto con la ideología esta de no ser iconoclasta en la medida en que la calidad se supera a si misma con Gold o Only when you leave, a no decir Through the Barricades, que fue su último sencillo.

Menciono a Morrisey porque en esa canción –México– está contenido todo un arsenal filosófico que haría delicias de Schopenhauer. Lo que dice es simple: “In Mexico I went for a walk to inhale the tranquil, cool, lover’s air”. “I lay on the grass”, etcétera. Me quedé con la impresión de que la canción sería tomada en serio por aquellos escuchas, pero de inmediato vino lo de Pixote en Brasil, y uno se debe al discovery. Me refiero no a eso que sale en los medios para hacerte la vida más fácil en era del Internet en los celulares, sino a ser aplicado y no políticamente correcto. La palabra se presta para hacer disquisiciones, pero uno tiene claro que lo mejor de todo es que no hay manera más sencilla que tomar las cosas, como si se tratara del escritorio de Angela Merkel o de la primer ministro Theresa May que está en Nigeria y Kenia haciendo su labor de manera maestra. Lo que pasa es así de interesante, sobre todo cuando sabemos que Blair no ha hablado nunca con Macron –pero da su opinión sobre Macri y el Papa Francisco en Buenos Aires con Jorge Fontevecchia–, y cuando sabemos que en Downing Street hoy se gobierna de otra forma. Me quedaba claro que McCartney no entra en esta percusión que le encontramos al estilo de Paul, su tocayo Simon, para refugiarse en Graceland, algo que no siempre es tomado en cuenta por los artistas (y Theresa May está allá).

Mencioné a McCartney, pero algo me dijo que lo que había dicho no tenía que ver con ningún gobierno –nada que ver con The Wings– a la par de no conocer cómo se estructura la realidad en medio de una petición ancestral que tiene que ver con lo mismo de siempre. Uno se piensa en medio de un concierto de Duran Duran sin saber por qué volvemos a Van Halen, ese mismo que cantaba Jump en los ochentas. Y pensar que solo tiene una hache de más en comparación con el maestro del tennis que invento el tie break, en Newport donde ha dicho las proféticas palabras del tennis: “hay que arriesgar en profundidad”.

De Jump se parte a Pour Some Sugar on me pero se tiene que entender que nada es como uno lo pensó antes. Lo que sucede es que la política es tan bella –tiene sus recursos– que uno no tiene como explicarse lo que ha sido interpretado por la única Nikky Haley a lo interno del Consejo. Le queda claro a uno que se puede decir lo que ha sido interpretado como una sabia postura. Haley –que tiene apellido de cometa– no tiene que ser tomada a rajatabla, pero me quedó claro que su postura era la que quería –la que yo quería– cuando se sabe que todo funciona como en esa novela de Patterson con Bill, The president is missing o mejor con el libro de Obama que se convirtió número uno en la lista del New York Times. A la larga, todo se convierte en un bestseller.