Científicos de la NASA han descubierto una estrella Trappist-1, distante 39 años luz de la Tierra, con siete planetas rocosos, tres de ellos con posibilidad de agua y por lo tanto de vida. Este descubrimiento ha replanteado la cuestión de una eventual vida extraterrestre. Hagamos algunas reflexiones sobre el tema, fundadas en nombres notables en esta área.
Las ciencias de la Tierra y los conocimientos provenientes de la nueva cosmología nos han habituado a situar todas las cuestiones en el marco de la gran evolución cósmica. Todo está en proceso de génesis, condición para que surja la vida.
La vida es considerada como la realidad más compleja y misteriosa del universo. El hecho es que hace cerca de 3,8 mil millones de años, en un océano o en un pantano primordial, bajo la acción de tempestades inimaginables de rayos y de elementos cósmicos del propio Sol en interacción con la geoquímica de la Tierra, esta llevó hasta el extremo la complejidad de las formas inanimadas. De repente se superó la barrera: se estructuraron cerca de 20 aminoácidos y cuatro bases fosfatadas. Como un inmenso relámpago que cae sobre el mar o el pantano irrumpió el primer ser vivo.
Como un salto cualitativo en nuestro espacio-tiempo curvo, en un rincón de nuestra galaxia media, en un sol secundario, en un planeta de quantité négligeable, de tamaño mediano, en la Tierra, emergió la gran novedad: la vida. La Tierra pasó por 15 grandes destrucciones masivas pero, como si fuera una plaga, la vida nunca se extinguió.
Veamos rápidamente la lógica interna que permitió la eclosión de la vida. La materia y la energía del universo a medida que avanzan en su proceso de expansión tienden a tornarse cada vez más complejas. Cada sistema se encuentra en un juego de interacciones, en una danza de intercambio de materia y de energía, en un diálogo permanente con su medio y reteniendo información.
Biólogos y bioquímicos, como Ilya Prigogine (premio Nobel de química 1977), afirman que existe una continuidad entre los seres vivos y los inertes. No necesitamos recurrir a un principio transcendente y externo para explicar la aparición de la vida, como suelen hacer las religiones y la cosmología clásica. Basta que el principio de complejización, autoorganización y autocreación de todo, también de la vida, llamado principio cosmogénico, estuviese embrionariamente en aquel puntito ínfimo, surgido de la Energía de Fondo, que después explotó. Uno de los más importantes físicos de la actualidad, Amit Goswami, sostiene la tesis de que el universo es matemáticamente inconsistente sin la existencia de un principio ordenador supremo, Dios. Por eso, para él, el universo es autoconsciente (El universo autoconsciente, 1998).
La Tierra no tiene el privilegio de la vida. Según Christian de Duve, premio Nobel de biología (1974): «Hay tantos planetas vivos en el universo como hay planetas capaces de generar y sustentar la vida. Una estimación conservadora eleva su número a miles de millones. Billones de biosferas surcan el espacio en billones de planetas canalizando materia y energía en flujos creativos de evolución. Hacia cualquier dirección del espacio que miremos hay vida (…). El universo no es el cosmos inerte de los físicos, con una pizca de vida por precaución. El universo es vida con la estructura necesaria a su alrededor» (Polvo vital: La vida como imperativo cósmico, Río de Janeiro, 1997, 383).
Es mérito de la astronomía, en la franja milimétrica, haber identificado un conjunto de moléculas en las cuales se encuentra todo lo que es esencial para dar inicio al proceso de síntesis biológica (Longair, M., Los orígenes de nuestro universo, Río de Janeiro, 1994, 65-66). En los meteoritos se han encontrado aminoácidos. Estos sí son los eventuales portadores de las arqueobacterias de la vida. Probablemente hubo varios comienzos de vida, muchos frustrados, hasta que se afirmó definitivamente.
Se presume que las más diversas formas de vida provienen de una única bacteria originaria (Wilson, O. E., La diversidad de la vida, 1994). Con los mamíferos surgió una nueva cualidad de la vida: la sensibilidad emocional y el cuidado. Entre los mamíferos, hace cerca de 70 millones de años se destacaron los primates, después, hace unos 35 millones de años, los primates superiores, nuestros abuelos genealógicos, y hace 17 millones de años, nuestros predecesores, los homínidos. Hace unos 8-10 millones de años surgió en África el ser humano, el australopiteco. Por fin, apareció hace 100 mil años el Homo sapiens-sapiens/demens-demens del cual somos herederos inmediatos (Reeves, H. y otros, La historia más bella del mundo, 1998).
La vida no es fruto de la casualidad (en contra de Jacques Monod, El azar y la necesidad, 1979). Bioquímicos y biólogos moleculares mostraron (gracias a los computadores de números aleatorios) la imposibilidad matemática del azar puro y simple. Para que los aminoácidos y las dos mil encimas subyacentes pudiesen aproximarse y formar una célula viva serían necesarios billones y billones de años, mucho más que los 13,7 mil millones de años de la edad del universo. El llamado azar es expresión de nuestra ignorancia. Estimamos que la evolución ascendente es producir más y más vida, también extraterrestre.