En ocasiones cuando el ser humano se encuentra en un estado de desánimo, depresión y debilidad, es bueno hacerle una exhortación para reanimar la fe y la fortaleza del espíritu. El autor del Salmo 130, parece haber escrito esta plegaria cuando se encontraba en un estado depresivo, débil espiritualmente, descorazonado y hueco.
El estado depresivo que los seres humanos sufren de vez en cuando puede acarrear: desde tristeza vaga, melancolía profunda, hasta la contemplación de la auto-destrucción o suicidio.
La sequedad o vacío espiritual puede hacer que la persona crea que Dios se ha alejado, o que como oímos muchas veces decir: “ya nadie me quiere”. Hemos oído repetidas veces a personas acongojadas expresando: “la vida no vale nada”; “¿para qué estar vivo?”
A veces nos parece estar en el fondo del abismo de la existencia y vemos nuestras vidas como estantes vacíos, plantíos sin rocío, desiertos áridos, ríos desecados, o como huesos secos en una tumba o esparcidos en un valle.
De tiempo en tiempo nos puede parecer estar en el fondo del abismo espiritual, lánguido y descorazonado; a veces sucumbimos en flaqueza espiritual, en debilidad psico-mental y desaliento por un agobio o sentimiento que no acabamos de comprender. Estos son los momentos cuando debemos clamar desde lo profundo de nuestra alma al gran ser y creador, al Señor Dios, al misericordioso Padre.
Muchas veces cuando estamos en el estado de fatiga corporal, cansancio mental y flaqueza anímica, al tratar de reconciliar el descanso reparador, soñamos que vamos cayendo por un precipicio sin fondo, por un abismo oscuro, tenebroso y espantoso; cuando esto sucede el Salmo 130 puede servir para reanimarnos, darnos claridad mental y fortaleza espiritual.
Algunos estudiosos dicen que los sueños son reflejos fantasmagóricos de la existencia real en que vivimos a diario. Estos afirman que son ilusiones subyacentes en la conciencia que representa el estado emocional. Soñamos, pues, que nos hundimos en lo profundo de un precipicio. Podemos caer inconscientemente en un estado depresivo, en la resequedad espiritual, el desanimo y la inactividad.
Podemos sentir pena por nosotros mismos o desconsuelo en medida extrema. Aun podemos estar al punto de “tirar la toalla” y darnos por vencidos; pero, si en nosotros hay un hálito de fe, la promesa de consuelo y una chispa de esperanza, con toda seguridad, nuestras vidas podrán cambiar; y debemos interiorizar la exhortación que sirva para reanimar la fe y fortalecer el espíritu, por tanto, cuando sentimos este malestar emocional, debemos clamar a Dios diciendo, como el autor del Salmo 130: “De lo profundo, oh Señor, a ti clamo; Señor, escucha mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica”.
Al alcanzar triunfo y victoria, podrás decir: “¡Aleluya! Alaba, alma mía, al Señor”. (Salmo146:1).