Érase una vez en… Hollywood es la mejor película de Quentin Tarantino. Como sé que esta afirmación será polémica, pongo fin a toda discusión bizantina diciendo que, si no es la mejor, Erase una vez es la película de Tarantino que más me gusta y me gusta porque es la declaración de amor al cine de un director que disfruta viendo y haciendo cine.
Este amor al cine de Tarantino se manifiesta en toda su producción cinematográfica y es mas que ostensible en Erase una vez. Con la misma, el director ha construido “un monumento al cine en general y a su propia memoria cinematográfica muy en particular”, tratándose en realidad, más allá de las típicas referencias, copias, traducciones y guiños de Tarantino a otros directores, películas, actores y personajes, de “una película sobre una película en la que se refleja otra película que cuenta una película” (Luis Martínez). Y es que el cine de Tarantino es “cine en, desde y sobre el cine” (José Antonio Perez Bowie), llegando al extremo de crear universos paralelos, conformados por sus propias películas. En Erase una vez, la más importante autorreferencia de Tarantino es el personaje de Leonardo DiCaprio que vuelve a usar el lanzallamas utilizado para asesinar nazis en Malditos Bastardos. Pero toda la película esta llena de referencias, desde los spaguetti westerns hasta la última película filmada por Sharon Tate, personaje de la película y parte esencial de la trama. En este sentido, el de Tarantino es un arte en el que la realidad deja de ser un punto de referencia y “se concentra por entero en sí mismo” (Konrad Paul Liessman).
En este sentido, puede afirmarse que Jorge Luis Borges es precursor de Tarantino. Para el argentino, o, mejor dicho, para uno de los personajes de uno de sus cuentos, “ya no nos quedan más que citas. La lengua es un sistema de citas”. Por eso afirmaba, esta vez el autor, “no me enorgullezco de lo que he escrito; me enorgullezco de lo que he leído”. Como Borges es lo que ha leído, Tarantino es, sobre todo, las películas que ha visto y, mas que citado o referenciado, ha imitado, trasplantado y reciclado. Es más, hay quienes señalan que “Tarantino no hace homenajes, directamente roba”, con lo que parecería seguir el cineasta la máxima de Oscar Wilde, falsamente atribuida a Picasso, que señala que “el talentoso toma prestado, pero el genio roba”.
Lógicamente la tradición fílmica que revisita, que reescribe, que trasplanta y que reapropia Tarantino no puede ser abordada con los mismos ojos que vieron el estreno de esas películas. Como bien afirma Umberto Eco, “la respuesta posmoderna a lo moderno consiste en reconocer que, puesto que el pasado no puede destruirse –su destrucción conduce al silencio-, lo que hay que hacer es volver a visitarlo; con ironía, sin ingenuidad”. Y he aquí la clave del humor de Tarantino, que no escapa a la realidad de que vivimos en una “sociedad humorística”, por lo que “el ‘nuevo’ héroe no se toma en serio, desdramatiza lo real y se caracteriza por una actitud maliciosamente relajada frente a los acontecimientos” (Lipovetsky). Puede decirse que, en cierta forma, Tarantino es barroco, si por barroco, junto con Borges, entendemos “aquel estilo que deliberadamente agota (o quiere agotar) sus posibilidades y que linda con su propia caricatura”, que asume que “el barroquismo es intelectual” y que, como afirma Bernard Shaw, considera toda labor intelectual como humorística (Borges).
Hay quienes consideran la obra de Tarantino superficial y banal. Este juicio es motivado en gran medida por la revalorización de lo pop en una obra que, como la de Tarantino, difumina la frontera entre los “apocalípticos” y los “integrados” de Eco. Y también porque sus films, cuyos personajes, diálogos y escenas ya forman parte de la cultura popular, entretienen, divierten. Y lo hacen porque el cineasta se concibe, sobre todo, como cinéfilo. Por eso, no hay que buscar teorías profundas en las películas de Tarantino. El hace películas porque le divierte hacerlas y le divierte ver a la gente divertirse con sus películas. Hace cine por puro placer y entiende la experiencia de ver cine como una actividad de producción de placer. De ahí que, como bien afirma el crítico Ysidro García, “al final, Once Upon a Time… in Hollywood es una oda al viejo Hollywood”. Y es que si el mundo es una biblioteca para Borges, para Tarantino es sencillamente una sala de cine.