Clint Hallam es un ciudadano neozelandés que en 1998 se convirtió en el primer humano en recibir un trasplante de mano, la había perdido en un accidente con una sierra y el equipo de cirujanos que le devolvió sus aptitudes de bípedo diestro orgullosamente anunció sus logros a los cuatro vientos. Hasta el momento de estas líneas, ya han sido casi cien los procedimientos similares realizados por todo el mundo, el de Hallam, sin embargo, es uno de los pocos, acaso el único, donde por solicitud del paciente la mano trasplantada le fue amputada posteriormente. “Ya no puedo hacer nada con ella, es una pieza inútil esta mustia y odiosa mano ajena que cuelga de mí, he perdido casi todo por culpa de ella; incluso ni se parece a mí porque es pálida y desprovista de vello” dijo Hallam en una difundida entrevista. Tras infructuosamente solicitar a su cirujano que le devolviese su anterior estado de manco, un equipo londinense lo complació amputándole el miembro no deseado. Controversialmente los cirujanos originales habían indicado que la mano ya estaba siendo rechazada al momento de la solicitada amputación, cosa que el paciente siempre ha negado.
Es conocida la crisis de carácter ético y médico provocada por la falta de donantes (vivos o muertos) de los múltiples órganos corporales trasplantables en la actualidad gracias al progreso científico: riñones, pulmones, hígados, páncreas y corazones de miles de sujetos y gracias a familiares sensibilizados por el mal ajeno, son recibidos a diario por enfermos agonizantes cuya única esperanza es la bondad o la muerte de un desdichado. España, la nación con el programa de donación más desarrollado del Globo, se satisface en anunciar que el 85% de los allegados a un fallecido acepta el uso de sus órganos con dichos fines, hecho que en gran parte es responsable de los casi cinco mil procedimientos de tal índole realizados anualmente en dicho país.
En Estados Unidos las cifras son más preocupantes sobre todo si se tiene en cuenta su desarrollo tecnológico y tamaño poblacional en comparación con los de otras naciones: Más de 120 mil personas están registradas en listas de espera para trasplante y cada diez minutos se añade un nombre mientras diariamente mueren 22 en espera. Aún más, apenas 30 mil procedimientos de trasplantes logran ser realizados anualmente en todo el mundo por lo que no se visualiza solución a esta crisis en el futuro cercano ya que el número de donantes continúa muy por debajo de los requeridos; en consecuencia, literalmente, los programas de trasplantes están prácticamente estancados.
Un caso reciente acontecido en Reino Unido ilustra tanto la magnífica capacidad tecnológica de la cirugía contemporánea como la fortaleza del espíritu humano. Adam Alderson, un joven británico de 32 años es uno de apenas cuatro sobrevivientes de múltiples trasplantes de órganos en todo el mundo. Resultado de un cáncer abdominal se sometió a una maratónica intervención de 17 horas en la que le extirparon el hígado, páncreas, intestino, apéndice, estómago, bazo, vesícula biliar y la pared abdominal. Hoy sobrevive feliz mientras planea su boda tras recibir ocho de los órganos extirpados trasplantados simultáneamente. ¿Cómo explicar entonces que un afortunado en recibir un órgano ajeno disponga de éste a su antojo como narra el caso del manco ya mencionado?
La psiquiatría ha acumulado todo un corpus sobre la realidad mental del paciente receptor de un órgano incluso cuando es todavía un candidato a trasplante; detallados protocolos fotografían el perfil de aquellos individuos a fin de determinar su idoneidad y la de sus seres queridos. Recuérdese que nos encontramos ante un enfermo acorralado entre tales importantísimas consideraciones, ante la angustia de una espera plagada de incertidumbre, frente al natural temor al desenlace, y, sobre todo, ante la sensación de culpa que le embarga por desear la llegada de un órgano a expensas de una muerte que generalmente sucede en condiciones trágicas.
En el mundo médico se han descrito varios síndromes frecuentes en el escenario post trasplante, dos en particular llaman la atención. El Síndrome psiquiátrico paradójico, en el que la culpa de suponer la desdicha sufrida por el donante (generalmente fallecido) abruma el existir del trasplantado casi al grado de obsesión, y el mal llamado Síndrome de Frankenstein donde el paciente se siente haber sido literalmente “re-confeccionado con trozos de cadáveres”.
En este último desorden lo acontecido es causado por un trastorno directamente relacionado con la imagen corporal en el cual el sujeto ve y siente el órgano recibido como no-suyo, como perteneciente a un otro que no es él. Una suerte de “conciencia psicológica de rechazo” reminiscente de la sucedida cuando el cuerpo se rechaza a sí mismo induciendo una respuesta autoinmune a expensas de las células inflamatorias. Revistas científicas dan cuenta de casos compatibles con aquél síndrome: Como el norteamericano miembro del Ku Klux Klan que tras haber recibido el riñón de un negro, se enlistó en la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, por sus siglas en inglés); como los múltiples casos de receptores de corazón que obsesos, han investigado la identidad de sus salvadores y establecido relaciones románticas con sus viudas porque “sienten la voz del corazón donante en su interior”; o instancias en las que el donante ha sido una mujer y el receptor un varón que aduce haber desarrollado conductas y sentimientos femeninos posterior al trasplante.
Otro impactante caso de remoción quirúrgica de un órgano trasplantado no por razones médicas ni por rechazo tisular, fue el de un hombre de 44 años que había perdido gran parte de su pene accidentalmente. Gracias a la benevolencia de los padres de un chico de 22 años víctima de un accidente, aquel desdichado fue sometido a quince horas de cirugía en el Hospital General de Guangzhou de China constituyendo este el primer trasplante de pene en toda la Historia. Los diarios del mundo comentaron extensamente sobre dicha cuasi increíble hazaña e incluso expertos en este campo expresaron públicamente su satisfacción esperanzados en que otras víctimas se beneficiarían de tal procedimiento. Desafortunadamente, dos semanas después de dicha cirugía el diario británico The Guardian reportaba que el doctor Weilie Hu, líder del equipo protagonista de la proeza aquí descrita anunció escuetamente que el pene de marras “había sido retirado del receptor tras este (y su esposa) haber sufrido un grave trastorno psicológico”.
La prensa nunca dejó de seguirle los pasos a Clint Hallam, el “manco intencional” mencionado al inicio de este texto ya que años después de los hechos narrados su historia continuaba atrayendo atención. Esta vez porque había abandonado a su familia a fin de establecer una relación con Martine Szmytkowski, la enfermera que le atendió mientras estuvo hospitalizado recuperándose de la extirpación de la mano trasplantada. “Marti es la única cosa buena que los cirujanos me dieron” le dijo a un periodista, afirmación que nos induce a pensar que melodramas aparte, en ocasiones el amor verdaderamente lo cura todo. Esa mano amputada de Hallam que evidentemente no le es imprescindible para vivir tampoco le ha hecho falta para amar. En contraposición al Neruda de Los versos del Capitán que caminó años de su vida buscando las manos de su amada tras escaleras, arrecifes y uvas hasta finalmente encontrarlas: La madera de pronto me trajo tu contacto, /la almendra me anunciaba tu suavidad secreta, /hasta que se cerraron tus manos en mi pecho /y allí como dos alas terminaron su viaje.
¿Será, acaso, que es incompatible con nuestro existir el tener que vivir con un pedazo de carne ajena metido en el cuerpo?