Primeramente desearía que se aposentara en el entendimiento de los posibles lectores de este artículo que bajo el término evocaciones -donde incluiré doce trabajos sobre diferentes temas- la definición que a mi juicio parece mas adecuada al verbo evocar sería la siguiente: mediante imágenes y asociaciones de ideas hacer aparecer en la imaginación, en lo que Santa Teresa llamaba la loca de la casa el recuerdo de pormenores que identifican un ambiente, local o lugar.

En tal virtud intentaré rescatar del olvido las impresiones, sensaciones y características que en la década de los años 60 del pasado siglo XX les inspiraron al autor de estos trabajos algunos espacios de la ciudad primada que por motivaciones diferentes frecuentaba. Muchos de ellos desgraciadamente han desaparecido o mutado en otros de distinta vocación , mientras la mayoría aun persisten aunque -salvo uno- exhibiendo un estado de degradación o arrabalización lamentable.

La razón de este inventario evocativo es muy sencilla: a la hora actual no existe en el mundo entero un profesional egresado de Harvard, Oxford, Sorbona, la Universidad Hebrea de Jerusalém o del Instituto Max Planck de Berlín experto en el arduo problema que se le avecina a la Humanidad como consecuencia de la versatilidad de un agente infeccioso, que como el coronavirus, tiene el extraño poder de atacar de nuevo a quienes han superado su contagio.

Como su combate recurre al evitamiento de todo contacto humano haciendo reducir a su mínima expresión el intercambio comercial, la conciliación armónica entre la salud y la Economía debe ser confiada a quienes posean los conocimientos para plantearla y finalmente solucionarla, pero en vista de su inexistencia en el mercado laboral hay que considerar entonces como conjeturas, meras suposiciones todo lo recomendado por presuntos especialistas a través de la prensa y la TV.

En Europa y algunos países asiáticos el dilema Muerte/Pobreza como alternativa para frenar el COVID-19 parece estarse resolviendo a favor de la última. Aquí en nuestro país y en correspondencia con lo deseado por Trump, Bolsonaro y López Obrador, ciertos sectores prefieren al parecer el triunfo de la Muerte. Ahora bien, en todas las latitudes y antes de la aparición de la vacuna, debemos vivir en una interfase, una especie de CORONAVIVENCIA donde medidas preventivas de salubridad serán obligatorias y la promiscuidad no será el tono de la cotidianidad.

Ante las inconsistentes especulaciones que a diario escuchamos, una de las vías de escape que he encontrado y practicado para enfrentar la incertidumbre que se nos viene encima radica en hacer un inventario evocativo y hasta cierto punto recreativo de sitios, lugares o locales existentes en la capital dominicana cuando vine a estudiar en la Universidad Autónoma de Santo Domingo a escasos meses después del ajusticiamiento del dictador Trujillo.

Esta nostálgica introspección, a diferencia de la inseguridad inducida si pensamos en nuestra futura convivencia social con un virus tan caprichoso como mortal como el causante de esta pandemia, tiene por sustento algo seguro y cierto como lo es un hecho por todos comprobado en cualquier latitud del planeta. Estriba en lo siguiente: el presente y el futuro pasarán en cambio el pasado no pasa nunca. O lo que es lo mismo: el pasado es para toda la vida.

Las vivencias que hemos tenido en el transcurso de nuestra existencia, además de domiciliarse por siempre en nuestra memoria tiene el valor agregado de ser placentero al momento de ser recordadas, y en el caso de llevarlas a la tinta y al papel pueden también ocasionar complacencias en los contemporáneos que las compartieron o servir de insumo para aquellos dedicados a reseñar las pequeñas historias de los emplazamientos y rincones de una gran ciudad.

En los artículos a publicarse con posterioridad a través de este medio online resumiremos en doce párrafos -por trabajo- las impresiones y experiencias tenidas en una etapa de mi vida comprendida entre los 16 y 26 años de edad, o sea entre 1960-1970 que tuvieron por asiento un ambiente que apenas conocíamos, aunque debemos confesar desde ya que esos sí que fueron buenos tiempos a pesar de haber creído en aquellos momentos lo que hoy  nos parece un tanto engañoso o equivocado.

Porque nunca sabíamos lo que vendría después y ahora sabemos, el escritor español Javier Marías señala que siempre miramos al pasado con un sentimiento de superioridad, de altanería y nos lo figuramos contaminado de ignorancia, de inseguridad. No desmiento su apreciación pero afortunadamente el pasado nunca deja de existir y aunque con los años resulte menoscabado por las fallas de la memoria sus destellos jamás desaparecen.

Los 12 temas a desarrollar serán:la calle EL CONDE; Alberto MEYRELES ; EL ROXY;  El restaurant MARIO, el restaurant LINA;  el parque INDEPENDENCIA; el balneario GÜIBIA;  La UASD;  la FERIA; el parque  ENRIQUILLO; la zona roja de la MÁXIMO GÓMEZ y   las pensiones y albergues ESTUDIANTILES de la época. No esperen mis lectores las tradicionales calificaciones y caracterizaciones dispensadas a estos espacios por sociólogos y memorialistas, al tratarse en el fondo de un ejercicio casi indeliberado de la memoria y de una resistencia al olvido.

Con respecto a los cuatro primeros será necesariamente obligatoria la reiterada mención de un puertoplateño irrepetible -para todos los que le conocieron- que respondía al nombre de César Alberto Meyreles Torres -Albertico- quien fue mi condiscípulo, y luego colega magisterial que el pasado mes de abril cumplió 40 años de haber trágicamente fallecido en un accidente vial. Era tan sui generis  que muchos de sus amigos aún no creemos que las campanas hayan doblado por él, pensado verle o encontrarle el día menos pensado.