Revisando comentarios de algunos de mis lectores a pasados artículos, he notado que algunos de ellos apuntan a que no es posible discriminar al cristianismo en la República Dominicana porque éste sigue siendo mayoritario.
Algunos, con la excusa de que las minorías merecen protección, concluyen que no es posible discriminar a la mayoría. Falso. Los negros sudafricanos no constituían una minoría cuando sufrieron el apartheid. Rocco Buttiglione, un político italiano, no fue aceptado como comisionado de la Unión Europea, debido a su adhesión al cristianismo, la confesión mayoritaria. Imaginemos a una persona ante un micrófono insultando a una multitud silenciosa. Imaginemos a un pequeño grupo de líderes empresariales que no contratan a los miembros de una religión mayoritaria porque no les gusta esa religión. Esto es posible y está sucediendo en Europa, continente fundado sobre las bases del cristianismo.
Cierto que la intolerancia y la discriminación suelen afectar a las minorías. Pero ello no es necesario para la definición de los términos. Más esencial que los números es el poder, quién decide el tono, quién es escuchado y quién define la agenda. Todos los días, en Europa, Estados Unidos y Canadá se falta el respeto a la confesión mayoritaria, se mira a sus fieles como bichos raros y su libre ejercicio se enfrenta a injustas limitaciones. Conozco intelectuales dominicanos, de corte liberal, que les interesaría importar ese modelo a nuestra sociedad.
Y otra reflexión adicional: mientras la cristiandad atraviesa actualmente una transición en Europa, Canadá y Estados Unidos, podría hablarse de mayoría sólo en función de los certificados de bautismo y de la afiliación a una denominación evangélica. Pero éstas no son las personas que están experimentando la intolerancia y la discriminación.
De nuevo, en una conversación con un pensador liberal se me dijo que no sea tan sensible a esos “temas menores” en Occidente ni me preocupe por sus consecuencias en nuestro país, mientras los cristianos de Oriente y de Africa sufren una persecución descarada hasta el punto del martirio. Los informes sugieren que hay doscientos millones de cristianos perseguidos en el mundo y que un ochenta por ciento de la totalidad de las persecuciones religiosas se dirige contra los cristianos. Ciertamente, la presión sobre los cristianos en esas regiones es espantosa y apoyamos todos los esfuerzos por aliviar ese sufrimiento. Pero fue Juan Pablo II quien pedía, ya en 1983, que no se perdiera de vista “junto a las formas comunes de persecución… otros castigos más sofisticados, como la discriminación social o las sutiles restricciones a las libertades, conducentes, posiblemente, a una especie de muerte civil”.
Con respecto a la política pública, el lema cristiano es actuar para ayudar al prójimo y no mirar para otro lado cuando otro es tratado injustamente o perseguido. Un cristiano no debe desviar la mirada de una injusticia efectuada sobre otro cristiano para practicar la enseñanza de ofrecer la otra mejilla. Un cristiano trabajará siempre por una sociedad más justa y más libre: más justa y libre también para los cristianos.