El filósofo holandés Theo Boer ha reiterado su última postura sobre el controversial problema de la eutanasia o “muerte asistida”.

Se conoce como eutanasia, o “buena muerte”, el conjunto de acciones realizadas para precipitar el deceso de una persona con el propósito de evitarle sufrimiento o una muerte lenta y dolorosa.

Durante muchos años, Boer, integrante de la Comisión de Control de la Eutanasia, en su natal Holanda, defendió la legalización de la “muerte asistida”.

Ahora, sostiene que la legalización de la eutanasia ha contribuido al aumento de muertes consentidas, pues los pacientes se precipitan a esta opción por situaciones de dolor psicológico o existencial pasajeras o no adscritas exactamente a lo que se denomina la experiencia de “sufrimiento insoportable”.

También, ha señalado que la legalización abrió las puertas hacia la radicalización de la demanda de derechos, como el de que los menores de 12 años puedan optar por la muerte asistida.

La primera objeción me parece forzada. La legalización de un sistema de actos no los genera, los hace explícitos. Como acontece con el aborto, su prohibición no elimina la práctica, sino que la incentiva en condiciones de riesgo, ilegalidad y peligro.

La segunda objeción es más plausible. Con frecuencia, la apertura hacia determinados derechos abre un abanico de posibilidades hacia futuras reclamaciones o exigencias de nuevos derechos, algunos justificables y otros sencillamente absurdos.

El núcleo de la cuestión es que el miedo a abrir “la caja de Pandora” no debe eximirnos de reflexionar, discutir y abordar cuales nuevos derechos son plausibles o no a partir de los acuerdos sociales a los que hemos arribado.

Tampoco debemos tener miedo a debater sobre problemas éticos, como el de la eutanasia, al margen de lo que la tradición religiosa, moral o institucional ha establecido como bueno por siglos.

No debemos olvidar que las normas que parecen irrefutables en un contexto histórico se modifican cuando van transformándose las estructuras materiales y espirituales que han contribuido a su articulación.

Las tradiciones religiosas más influyentes del mundo y la mayoría de los sistemas judiciales prohiben la eutanasia. Es generalizado el supuesto de que cualquier acción encaminada a perturbar el proceso natural de la vida es inmoral o sacrílego.

No obstante, tres hechos fundamentales en el desarrollo de Occidente han contribuido a socavar la certeza en el referido supuesto. En primer lugar, un proceso de secularización de la vida que conlleva la marginación o exclusion de normas religiosas en la toma de decisiones cotidianas. Este proceso incide en que una persona pueda elegir morir o hacer morir a un familiar, decisiones inadmisibles desde el punto de vista religioso.

En segundo lugar, el arribo de la la conciencia individual moderna y con ello, el individuo como autoreferente que concibe su vida y destino como independiente de cualquier voluntad general: Dios, el Estado, la colectividad. En la medida que un ciudadano se piensa a sí mismo de este modo, puede tomar decisiones que considera le atañen a su cuerpo, a su vida o a su futuro, sin necesidad de esperar licencias otorgadas desde fuera. Sin el reconocimiento de la conciencia individual de la Modernidad, no habrían emergido los principios de autonomía y libertad individual que son empleados para defender la eutanasia.

Y en tercer lugar, la emergencia de una cultura que busca a todo precio maximizar el placer y reducer el dolor. En una cultura semejante, es natural que sufrir o martirizar el cuerpo no sea una decision admirable. Por el contrario, desde esta cosmovisión, la vida se define por los momentos de satisfacción, lo que hace de un cuerpo sometido al dolor permanente la encarnación misma de la muerte y la decision de optar por la eutanasia una elección por la “buena vida”.

El problema es complejo, pero debemos debatirlo sin temor y con humildad epistémica, es decir, abiertos a las posibles soluciones, sin la odiosa pretensión de poseer la verdad definitiva y decididos a cambiar de parecer si existen argumentos suficientemente sólidos y evidencias favorables para hacerlo.