Escribo desde España. Veo indignación por todos los lados. Y no es sólo cuestión de los ibéricos. El enojo recorre todo el mapa del viejo mundo, aunque se siente más en Grecia, Irlanda, Portugal, Italia y España, países que se encuentran en verdadero estado de alarma.

Esta indignación y enojo tiene que ver con la grave situación económica que soporta el continente. No hablan de otra cosa los medios de comunicación social, no editorializan sobre otro tema los periódicos.

La crisis económico mundial se ha cerrado en falso y estos son los resultados. Algunos, como el recién elegido presidente francés, en su día plantearon la necesidad de "refundar el capitalismo" para dar continuidad al sistema y evitar la revolución global que muchos reclamaban.

De este último lado estaba el movimiento antiglobalización. Cada vez que el G8, o el G9, o el G20 se reunían para ver de qué manera capeaban el temporal los fuertes y grandes, este movimiento reclamaba que "otro mundo es posible" y había que intentar crearlo.

En eso, o en poco más se quedaron y en los últimos meses han sido reemplazados por los "indignados", un movimiento, preferentemente juvenil que ha sorprendido a todos, principalmente a los políticos. Los indignados dicen que el sistema no da para más, que la democracia no es real ni auténtica si no logra hacer sostenible y extender a todos los ciudadanos una calidad de vida con mayores garantías.

Las protestas de los indignados, iniciadas en marzo en todas las ciudades de España, se han regado por toda Europa. En estos días, por ejemplo, la prensa se hacía eco de protestas en los países surgidos tras la guerra de los Balcanes. El desencanto por una democracia por la que miles de personas dieron la vida no es menor que el dolor que permanece en la memoria de su historia más reciente.

Cuando la crisis saltó y tendió sus tentáculos sobre el mapamundi, algunos pidieron voltear la mirada hacia el lado ético del problema y no quedarse solamente en el aspecto financiero. No hubo realmente voluntad política de tener en cuenta la advertencia de quienes señalaban que era la codicia la causante del problema.

Las medidas tomadas no han afectado los bolsillos de los codiciosos; se han trasladado a los ciudadanos de a pie. A los portugueses, por ejemplo, el nuevo gobierno, por ley, les va a quitar el 50 por ciento de la paga extra de Navidad.

Las grandes corporaciones, los bancos, las instituciones financieras, esas cavernas donde se esconden los codiciosos, dicen que se han reducido sus niveles de ganancia. Mientras la gran mayoría pierde, otros sobrellevan fácilmente la crisis renunciando a ciertos niveles de ganancia. La codicia de unos agrava la pobreza de la mayoría. Nada más, y nada menos.

El estado del bienestar, el gran milagro de económico de la Europa de los 80 y 90, ha sido tan efímero como falso y desigual. La tan cacareada "refundación del capitalismo" de Sarkozy ha fracasado, entre otras razones porque aquí no se ha refundado nada. A él puede que le cueste la reelección presidencial de Francia, pero a los ciudadanos les está costando sangre, sudor y lágrimas en pérdidas de viviendas por impago de hipotecas, subida impuestos, desempleo y etc, etc, etc.

Los codiciosos, por su parte, siguen especulando y aprovechando la crisis para asegurar mayor rendimiento a sus préstamos, al amparo de los interesados dictámenes de las "Agencias de Calificación"

Pero lo que algunos ya han advertido es que la cuerda se está tensando tanto que corre riesgo cierto de romperse. El ministro responsable de las finanzas de Italia, consiguió en días atrás que el Parlamento aprobara un severísimo plan de ajuste económico, comparando la crisis con la historia del Titánic. En aquel barco murieron por igual, recordó el ministro Giulio Tremonti, los que viajaban en primera clase y los que ocupaban camarotes compartidos.

Como dice el anciano Stéphane Hessel, autor de un pequeño folleto de menos de cuarenta páginas que ha proporcionado base ideológica a este movimiento de los indignados, "las razones para indignarse pueden parecer hoy menos nítidas o el mundo demasiado complejo", pero siguen ahí en la dictadura de los mercados insaciables en su codicia.