Ordenaba lo adecuado para retirarme  a descansar – ¡no acompañada con el topo Giggio! – y para mi sorpresa, aquellas notas musicales, tantas veces escuchadas, me abstrajeron del ambiente.

Eugenio Perdomo

No estaba previsto  viajar al pasado, y sin planificarlo, allí estaba, sentada frente a Eugenio, mi padre, en aquella pequeña butaca donde solía reposar sus piernas.

Las notas  de Ravel perfumaban mi entorno. Su Bolero,  escuchado en incontadas ocasiones, permitieron a las crisálidas convertirse en mariposas, y en libre vuelo,  deslizarse  juguetonas entre aquellos acordes.

Los acordes “altibajos”, un tanto repetitivos, del “Bolero”, me trajeron imágenes de los delfines. Su continuo emerger de las profundidades del océano, sumergirse  y continuar su libre juego.

Recordé como mi papá me explicaba el nacimiento de esta obra musical, y a quien fue dedicada.

Joseph Maurice  Ravel (Ciboure, Francia,1875 – París, 1937)  compuso su Bolero, en el año 1928, pieza que  dedicó a  la bailarina Ida Rubinstein. (5 de octubre de 1885 Járkov, Imperio ruso-20 de septiembre de 1960, Vence, Francia)

Bolero -Boleró escribiríamos  en francés, idioma del compositor- con gran éxito se  estrenó en la Ópera Garnier de París, el 22 de noviembre del año antes referido (1928).

Bolero es reconocida como una de las obras del compositor de mayor éxito y difusión mundial.

Eugenio y Ravel, dos hombres, dos historias, dos leyendas. En mi vida, Eugenio y Ravel,  dos nombres muy difíciles de no recordar.