El Sr. Hostos ―tratado así, con respeto, por sus discípulos y por todo un pueblo que lo amaba y reverenciaba― fue un sembrador de saberes no tan solo en República Dominicana, sino  en toda la América hispánica, por lo que, posteriormente a su partida física,  ha merecido los siguientes epítetos: Ciudadano de América, Ciudadano de la Inmortalidad, Maestro de América, Apóstol Antillano, Adalid de la Cultura Hispánica, Peregrino del Ideal y Padre de la educación moderna en República Dominicana.

Retrato de Hostos (2007), realizado por el pintor dominicano Manuel Toribio

Cada efeméride hostosiana la de su nacimiento el 11 de enero de 1839 o la de su fallecimiento el 11 de agosto de 1903 o la de su llegada a Puerto Plata el 31 de mayo de 1875 es ocasión propicia para que los dominicanos volvamos la mirada sobre el luminoso pensamiento ético de Eugenio María de Hostos precisamente en un momento como el actual, en el que el descalabro moral de la sociedad dominicana ha alcanzado tan insólitos niveles que bien podría, de él resucitar, volver a expirar por la misma causa que, según Pedro Henríquez Ureña, falleció la noche del martes 11 de agosto de 1903 en la ciudad de Santo Domingo: de asfixia moral.1

Hostos fue el Gran Maestro porque enseñó con el ejemplo y sin importar el lugar: todas las naciones de América eran, para él, porciones de una misma patria americana. Y porque enseñó con el ejemplo es que hemos venido afirmando que ser hostosiano no es saber mucho sobre  Eugenio María de Hostos, sobre su vida y obra; no es escribir en torno a él con palabras cinceladas por la sapiencia y la retórica carente de sensibilidad profunda y verdadera; no es gritar su nombre expresando una admiración fundamentada en el populismo exhibicionista, no en la conciencia tomada a partir de su ejemplo. Tampoco es asistir a congresos y disertar con ensayada elocuencia.

Ser hostosiano no es nada de eso. Ser hostosiano es un modo de ser, es seguir un modelo de conducta basado en la honestidad, en el trabajo, en la bondad, en la verdad y en el espíritu de justicia, es decir, ser hostosiano es un estilo de vida fundamentado en los valores éticos y morales que animaron al Gran Maestro. Y a pesar de que los tiempos han cambiado, de que el avance material y tecnológico del hombre ha hecho del mundo otro, los principios que sustentan el pensamiento hostosiano todavía permanecen imperturbables y deberían servirnos de guía para no continuar perdidos, carentes de esa conciencia que Hostos definía como la facultad que el espíritu humano tiene de conocer en su principio lo que es bueno y lo que es malo, lo justo y lo injusto, lo equitativo y lo inicuo.2  ¿O acaso no es la inversión de valores que a diario nos asalta una triste evidencia de la ausencia de esa conciencia?

En síntesis, así como «no es oro todo aquello que reluce» no todo el que dice ser hostosiano, lo es. Desde nuestra perspectiva, SER HOSTOSIANO ES UN MODO DE SER, no un saber hostosiano. Sigamos el ejemplo de Hostos, que es su mayor legado a la América toda.

Notas:

*Estas palabras serían leídas en el pospuesto acto de izamiento de la bandera dominicana que tendría lugar, el lunes 13 de enero de 2020, en la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña como homenaje a Eugenio María de Hostos. El autor había sido invitado por dicha institución en su calidad de presidente del Centro Dominicano de Estudios Hostosianos (CEDEH).

1 Pedro Henríquez Ureña, «Ciudadano de América», en La Nación (Buenos Aires), 28 de abril de 1935. Reproducido en Hostos. Moral social. Buenos Aires, Argentina: Editorial Losada, 1939. Pp. 7-13. (Colección «Grandes Escritores de América»; No. 2).

2 Eugenio María de Hostos. Obras completas. Habana, Cuba: Cultural S. A., 1939. Vol. VI: Mi viaje al sur. P. 251.