En estos días, Euclides Gutiérrez Félix, en su función de acrisolado remanente de la resoplante honestidad peledeísta, ha expresado su inquietud por la corrupción en el Poder Judicial dominicano.
Hay que escucharlo, ya que él sabe de lo que habla, porque los ejemplos de la corrupción y/o de la inoperancia judicial, lo tienen completamente rodeado y aunque sumerjan al resto del país, a él les sirven de flotador y más con lo que él mismo sopla, para mantenerlo inflado.
Según sus dramáticas declaraciones, la mayor parte del sistema judicial está corrompido y necesita una reestructuración, para contrarrestar el auge de la delincuencia.
La verdad es que las declaraciones no podían ser más certeras, especialmente, si se obvian detalles irrelevantes, como las nociones de corrupción que pueda tener un funcionario público, al que hubo que hacerle una campaña nacional, para que pagara su factura de electricidad; cuya dependencia ha sido un acabado modelo del más intachable nepotismo y cuyas publicaciones se han vendido de una forma tan misteriosamente masiva, que los best sellers del New York Times palidecen de envidia, ante la demanda tan amplia de esos libros. Todo ello, a pesar de que se sospecha que gran parte de sus obras, permanecerían rigurosamente vírgenes, en los almacenes clandestinos de numerosas dependencias estatales, si no los embadurnaran con mantequilla de maní y veneno, para exterminar las plagas de ratones.
En todo caso, es pertinente apreciar las interpretaciones sobre problemas sociales provenientes de personajes, cuya experiencia en la vida pública, se remonta a cuando eran asalariados -con 300 pesos- del Partido Dominicano trujillista.
Todavía no han ido a investigar entre los abogados defensores de los criminales beneficiados con las sentencias de Awilda, a cambio de sobornos. Si se trata de una red, habría que ver cuáles son los otros integrantes de la misma y ya que hay jueces sobornados, convendría establecer quiénes son todos los agentes sobornantes.
Sin embargo, hay un minúsculo punto en el que conviene detenerse, para esclarecerlo. Cuando el “historiador” comenzó a desglosar las evidencias de la corrupción del Poder Judicial, incurrió en la ligereza de centrarse en las deficiencias en la penalización de la delincuencia común, pero el asunto tiene un perfil muchísimo más truculento, aparte del relacionado con la impunidad de los delitos de cuello blanco y de los robos en la administración pública.
El sistema judicial está corrompido no solo, ni principalmente, porque la delincuencia común presuntamente puede evadir con excesiva facilidad las penalizaciones, lo cual ni siquiera aplica para los delincuentes comunes más pobres, que son los que atestan las cárceles, en lugar de los funcionarios y políticos.
Es que se utiliza la articulación con el poder político, para que el Poder Judicial apadrine y auspicie, como lo hace desde sus más altas instancias, a mafias delictivas y criminales dedicadas a toda clase de atrocidades, desde crímenes ejecutados por sicarios, hasta lavado y despojo ilegal de propiedades a gente indefensa.
Sino Euclides Gutiérrez, al menos nosotros, el resto de los dominicanos, que no estamos amparados a la sombra “del Partido” debíamos erizarnos, al observar el caso de corrupción judicial más folclóricamente vistoso que ha reverdecido en estos días, el del juez Francisco Arias Valera (con la jueza Awilda Reyes, como anexo potencialmente explosivo) porque hay evidencias de que el padrinazgo y, más aún, la orquestación directa de las mafias de delincuencia organizada, con sicariato incluído, no se detienen ante la puerta de ningún despacho, entre los mandamás de La Justicia y que de ahí siguen traspasándolo todo, hasta llegar a los escritorios de algunos líderes del partido en el gobierno.
Estos son los hechos: La ex-jueza Awilda Reyes admitió recibir sobornos para dictar sentencias a favor de delincuentes y criminales, incluyendo sicarios. De la existencia de los sobornos no hay dudas, porque la jueza hasta devolvió parte del botín, acto del que existe el debido registro, mediante un recibo formal.
Pero la entrega del dinero no sólo está hecha por la jueza, sino también por Francisco Arias Valera, que es la persona a quien Awilda acusa de haberle entregado el soborno, presionándola, para sentenciar a favor de ciertos acusados. Habrá que ver si entre el lleva y trae del caso, no se habrá extraviado el dinero devuelto también, lo cuál no es descartable en modo alguno.
Precisamente con Arias Valera, el tema dio un salto cuántico, ya que este era un miembro del Consejo del Poder Judicial, organismo que entre otras funciones, tiene la de recomendar jueces para su nombramiento y censura.
Esto lo colocaba en una posición de poder para presionar a otros jueces en posiciones subalternas y esa posición y su cercanía con el Presidente de la Suprema, Mariano Germán, explica la verosimilitud de lo que la ex-jueza Rivas afirma: que el soborno y las presiones provenían nada más y nada menos que de don Mariano.
Cuando la ex-jueza fue interrogada sobre ese tema por Mariano Germán, ante testigos, ella pidió que al interrogatorio se incorporara Arias Valera, quien fue mandado a buscar. Cuando Valera llegó, don Mariano decidió prescindir de los testigos (?!) y se quedó él solo haciendo el interrogatorio, algo completamente irregular y contraproducente, porque la exclusión de los testigos, en vez de despejar dudas, las multiplicaron, especialmente, porque el único juez investigador era también el principal acusado…
Hace unos días, la ex-jueza, que se siente amenazada, ha afirmado que Mariano Germán tenía conocimiento de la mafia dirigida Arias Valera, encargado de repartir sobornos y, presuntamente, de dirigir la mafia.
Todavía no han ido a investigar entre los abogados defensores de los criminales beneficiados con las sentencias de Awilda, a cambio de sobornos. Si se trata de una red, habría que ver cuáles son los otros integrantes de la misma y ya que hay jueces sobornados, convendría establecer quiénes son todos los agentes sobornantes.
Quizás los abogados de los criminales agraciados con estos procedimientos, puedan identificar a algunos de esos otros integrantes de la mafia. Tal vez se han juntado con ellos en algún bufete. No se puede descartar que disfruten todos del mismo salvavidas político.
En tanto, ciertamente, una horrible mancha extra pesa sobre el Poder Judicial, pero no está donde señala Euclides, dispersa entre delincuentes comunes sin sombrilla, sino entre delincuentes de grandes ligas, amparados todos por el tenebroso manto del poder político.