Dependiendo del contexto en que se reciban las informaciones, muchas expresiones de la política exterior norteamericana, en una persona medianamente informada generan sensaciones que pueden oscilar entre la risa y la ira. Para constatar esta aseveración vale echar un vistazo a algunas páginas entre los cientos de miles dedicados a documentar la conducta del gobierno norteamericano frente a muchos países, especialmente del Tercer Mundo, desde finales del Siglo XIX, más acentuada aun después del triunfo de la Revolución Bolchevique.
De manera especial, el 2011 trajo la ya conocida ola de manifestaciones populares contra los gobiernos de algunos países islámicos, sobre todo de la región del Magreb. En Túnez, cuna de este movimiento, la explosión de ira del pueblo arrasó con un gobierno autoritario y corrupto que durante tres décadas había empobrecido y sometido a la población. Pero a pesar de la visibilidad histórica y de la actual importancia geográfica y política del antiguo Cartago, quienes tutelan la democracia mundial al parecer no conocían los mecanismos utilizados por el señor Abdine Ben Alí para gobernar y perpetuarse en el poder.
La fuerza de los vientos del huracán tunecino produjo efectos en tan corto tiempo que, al parecer, tomó desprevenidos a los Estados Unidos. El contenido de buena parte de los discursos del señor Obama y la señora Clinton al respecto evidenciaban el desconcierto cuando pedían al gobernante tunecino escuchar al pueblo, al mismo tiempo que advertían a quienes protestaban en las calles acerca del peligro de un cambio político brusco.
No terminaban las celebraciones en las calles de Túnez por la caída del tirano cuando le tocó el turno a Egipto, país que por la importancia política, estratégica para los intereses económicos de occidente, resulta difícil creer que los Estados Unidos, siempre preocupados porque en los países se respeten las reglas democráticas, desconocieran el tiempo que tenía el señor Mubarak en el poder ni cuál era la relación de su gobierno con el pueblo. Tampoco sabían que su gobierno era corrupto y que la familia gobernante había acumulado enormes fortunas. Producto de ese desconocimiento, un país que solo apoya gobiernos democráticos, hizo del gobernante egipcio un socio lo suficientemente confiable como para merecer una ayudita financiera del orden de los cuatro mil millones de dólares, solo superada en generosidad por la recibida por Israel.
Frente al nuevo escenario egipcio, de la misma forma que hicieran cuando la revuelta popular de Túnez ya se veía irreversible, los Estados Unidos públicamente ya no daban su apoyo a Mubarak, tampoco respaldaban al pueblo egipcio. No obstante, en los aposentos hacían diligencias ante los militares egipcios y algunos gobiernos amigos en la región y en Europa, para garantizar una ¨transición ordenada a la democracia¨. Esto último pasaba por maniobrar para que Mubarak pudiera permanecer en el poder durante el tiempo necesario para hacer los amarres que garantizaran que todo quedase igual. De ese modo Israel no tendría por qué temer, tampoco habría riesgos para los intereses de los Estados Unidos y de Occidente en la región.
La imparcialidad de última hora y el llamado a la calma, tanto al pueblo como al gobierno, ya mostrado en los casos de Túnez y Egipto, por lo que se ve ya ha sido adoptado como posición norteamericana ante la situación de aquellos países donde todo parece indicar que la fuerza de los movimientos antigubernamentales es creciente, pero al mismo tiempo se trata de gobiernos donde los Estados Unidos han encontrado gobiernos dóciles que les han permitido establecer importantes bases de sustentación para asegurar sus intereses y los de Israel. Un ejemplo de estos es Bahréin, pequeño país del Golfo Pérsico donde se asienta la poderosa Quinta Flota de la Marina Norteamericana. También es el caso de Yemen, donde después del ataque a una de las unidades más importantes de la Armada norteamericana, se ha montado uno de los centros de operaciones más importantes para la supuesta la lucha contra el terrorismo en la región. Y es el caso de Jordania, donde a la muerte del rey Hussein, rompiendo la línea sucesoral, impusieron un monarca obediente a los dictámenes de la política norteamericana frente a quienes consideran enemigos de Israel y de los Estados Unidos.
La equidistancia norteamericana, de última hora, frente a los sectores en pugna en esos países, se ha roto en el caso de aquellas naciones donde los gobernantes han mantenido posiciones de independencia política y donde la caída del gobierno podría representar la obtención de las alianzas y privilegios de los cuales han disfrutado en Túnez, Egipto y Jordania durante décadas. Esta vez se trata de Irán y Siria, donde quienes protestan contra el gobierno han recibido importantes y repetidas palabras de aliento.
Los tutores de la democracia mundial también están preocupados por la salud de un reducido grupo de estudiantes en huelga de hambre en la República Bolivariana de Venezuela. Sin embargo, no han enviado palabras alentadoras a más de un millón de palestinos encerrados en Gaza, quienes padecen todo tipo de privaciones, incluida el hambre en forma involuntaria, mientras respaldaron decididamente al gobierno y ejército judío mientras asesinaban niños, mujeres y ancianos y despedazaban casas, escuelas, hospitales, acueductos, fuentes de electricidad y toda la infraestructura. En medio de esa tragedia la señora Clinton, con vehemencia, nos recordaba el derecho de Israel a defenderse. Definitivamente los Estados Unidos de América utilizan dos pesos y dos medidas.