Compartir con familias que emigraron a Estados Unidos siempre es una experiencia gratificante. En el año se celebraban los 500 del arribo del Almirante, una pareja de profesionales jóvenes, medicina y agronomía, recibe su tarjeta de residencia y sale a vivir y trabajar en esa nación. El propósito fue claro: trabajar permanente allá, volver de vacaciones verano, o en navidad con bienvenida en versión merengue, y, tal vez, como jubilados.  Esta convicción permite tomar a tiempo la decisión de aplicar para la ciudadanía y ser dignos representantes de ese conglomerado de “Quisqueyanos valientes” que abrazan y respetan la “tierra de los bravos y libres”. 

La visión de estadía largo plazo también prioriza residir en zona con buenas escuelas, poca criminalidad y elegir actividades económicas formales.  Cuando se emigra sin intención de tener raíces firmes en nueva tierra, se tiende a economizar en alquileres, priorizar el ahorro, limitar integración, evitar el crédito y, en lo posible, las obligaciones impositivas.  Cada familia decide lo que crea se ajusta a sus planes.  En el caso de nuestros anfitriones, tener grados académicos y dominio del idioma inglés, gracias a los cursos del Dominico-Americano, les permite entrar en un eslabón de la gran industria de suscripción de pólizas seguros de vida. 

Llevan dos décadas con su propia compañía de examinadores médicos, una microempresa familiar que les ha permitido establecerse en un sector de clase media, cumplir y hacer cumplir cada una de las regulaciones hacen posible la armonía y levantar tres hijos nacidos en Estados Unidos.  Se educaron en el país en colegios privados, pero en EUA esa es una opción costosa, especialmente cuando son buenas las escuelas públicas en zona que paga impuestos altos a la propiedad. Allá no es como aquí.  Los impuestos que paga la comunidad se invierten en los servicios públicos reciben de los gobiernos locales: escuelas, policía, bomberos, recolección residuos y mantenimiento parques.  Esto, unido a que los gastos en colegios privados no son deducibles de impuestos, explican que en EUA la clase media también mande los hijos a escuelas públicas.

Todos los miembros de la familia son celosos en el cumplimiento de normas, usos y costumbres permiten que vivir allá no sea el infierno de los condominios y residenciales de esta isla.  Me sorprendió que una venta de garaje iban a organizar los hijos requería informar a los vecinos y la policía.  No toleran que ningún auto supere por una pulgada el límite fijado para que no se obstruya la salida de su marquesina. Una llamada a la policía local resuelve con multa o grúa.  La intolerancia se explica porque tienen la obligación, al igual que todas las familias, de mantener la calzada frente al hogar libre de riesgos para el peatón.  Que el 90% del frente no presentaba peligro caminar, no es eximente responsabilidad si alguien se cae pisando el chin quedó como jabón.  Ya han probado las cortes para resolver casos pequeños, de esos que se ven en Jugde Judy, en calidad de demandantes en tres ocasiones. Esa es una excelente instancia para resolver desacuerdos menores en que se requiere un buen árbitro y que allá funcionan mucho mejor que nuestros juzgados de paz.

Encuentran costosa la educación universitaria y los seguros médicos. Aún con los descuentos para residentes del Estado, hay que usar el crédito educativo para para enviar los hijos a la universidad, tal como se hace aquí con FUNDAPEC.  La salud es de primera, pero es prohibitivo el costo de los seguros hasta para un amplio sector de la clase media.  Universidad y hospitales no vienen cada vez mejor y baratos como los celulares y computadoras. En esa queja y reclamo no están solos.  Abogan en su comunidad por una solución más humanitaria a la situación de los indocumentados. Ven real el peligro de que extremistas usen la política migratoria como abono para sembrar odios racistas, pero confían en que será apenas turbulencia.   Confían que EUA es y seguirá siendo crisol de razas.