Etzel Báez es un crítico de cine, uno verdadero. Tiene el rigor de la investigación; conoce los movimientos y géneros del cine mundial, como pocos en la República Dominicana. Escribe con acabada precisión sus notas de cine en la prensa nacional, a modo ensayos breves; demuestra en cada entrega su refinada escritura, su pensamiento y la posesión de un apreciable buen gusto por el Séptimo Arte.
Eligió pasar de la crítica, al titánico emprendimiento de escribir un guión de largometraje dirigido por él mismo, valentía que admiro. Para su ópera prima, escogió un tema de primer orden, tanto desde la perspectiva de la denuncia como desde la expresión artística misma. Una historia que le da, a alguien con entendimiento bastante acucioso, la posibilidad fantástica de comunicar oportunas ideas políticas y de fomentar la reconstrucción de la memoria de un pueblo, a partir del arte cinematográfico. Su título es 339 Amín Abel Hasbún. Memoria de un crimen (2014).
Apenas conocí el título de su obra en 2017, supe que probablemente Etzel Báez sea el primer director de cine de autor dominicano. Supe además, cuando me contactó en ese año, que tiene una inquietante preocupación por estimular el pensamiento colectivo, respecto a la verdadera identidad nacional. Le interesa contar a través del cine quienes somos, quienes fuimos. Organiza cada año, desde el 2014, el Festival del Minuto y Medio, donde jóvenes cineastas producen su visión de eventos históricos nacionales a través de cortometrajes. Son sencillamente magníficos y un gran aporte de Báez a las siguientes generaciones. Aquí algunas muestras. Canal YouTube Etzel Báez. El tema del festival de 2019 es la violencia machista. Para más información, visite www.mujer.go.do o la cuenta de Twitter @etzelbaez.
Etzel y yo no nos conocemos personalmente y ahora, además, vivimos en dos países distintos. No obstante, gracias a los puentes tendidos por la sociedad de la información, y a la cortesía del director, pude ver la referida película, así como cortos dirigidos por él. Un honor que agradecí y me obligaba a quedar a la altura de tan buen crítico de cine. Desde su envío hace dos años, he conocido de sus interés por exhibirla de manera masiva en salas de cine o la televisión dominicanas.
339 Amín Abel Hasbún. Memoria de un crimen es la reconstrucción dramática de un hecho histórico, enredado en el laberinto del Siglo XX dominicano y enmarañado en las contradicciones de nuestro presente nacional. Justo una semana antes de mi intercambio epistolar con Etzel, en enero de 2017, asistí a un master class de Escritura y Dirección de Cine con el director y escritor Guillermo Arriaga en el Tecnológico de Monterrey, sede ciudad México sur. Tuve la oportunidad de formularle una pregunta a Arriaga: si entendía sus obras universales o locales. La pregunta vino, pues leía su última novela El salvaje y la sentía más mexicana que quizás los guiones de Babel (2006), 21 gramos (2003) o Amores Perros (2000), y así se lo comenté. Luego de ver la producción de Etzel, tuve similar inquietud, ¿logra el director dominicano contar una historia de interés para la audiencia internacional e incluso dominicanos de nuevas generaciones?
Aquel día en el Tecnológico de Monterrey, el autor y cineasta mexicano, ganador a mejor guion en el Festival de Cannes y con más de un guion de cine cuyas producciones resultaron nominadas al Óscar de la Academia, me regaló una amplia y completa respuesta. Respondió a mi pregunta de cuatro maneras: con un comentario, una anécdota, una revelación y una cita de un autor universal.
El comentario fue, – Uno escribe de lo que puede, no de lo que quiere. Lo segundo fue la anécdota. Me contó que en Corea, unos muchachos se le acercaron para decirle que Amores perros era prácticamente la historia de su vecindario. – Yo, Angélica (se aprende tu nombre Arriaga tan pronto se lo dices, y te lo repite), entendía que estaba escribiendo sobre cosas vividas en el barrio de Satélite en la ciudad de México.
La revelación fue respecto de Babel. Nunca ha estado en Marruecos, ni hizo ningún tipo de investigación respecto de cómo son y viven los pastores del África sahariana, recreados en la historia. Pero conoce perfectamente a los pastores de Coahuila, México. Cómo son, cómo piensan, cómo hablan. Se basó en los pastores de su país para crear los extranjeros, y así dar un toque universal a su historia. No tuvo dudas de que ambos estamentos campesinos vivían una realidad muy similar. Finalmente, Arriaga me recordó que Balzac decía: “Si quieres escribir sobre la humanidad, escribe sobre tu vecino.”
A partir de ese encuentro magnífico seguí leyendo El salvaje y percibí que la historia era tan universal como las demás. Excepto que ahora al vivir en México, reconozco lugares, leyendas urbanas, expresiones idiomáticas, en las que antes no me detenía. Una buena historia, aunque respecto de un evento trágico y político de los años setenta dominicanos, puede generar la atención del público internacional y multi-generacional. Días después, me escribe Etzel y me manda una historia cinematográfica que, sin saberlo él, me devolvió hasta el microcosmos de mi propio barrio.
¿Lo logra el Amín de Etzel?
El Amín histórico desde los vagos recuerdos de mi niñez.
Del mismo modo que los chicos coreanos le contaron a Arriaga sobre su percepción de “Amores Perros”, conté al director dominicano cómo se me aproxima su película. Tenía seis años cuando asesinaron al joven ingeniero y activista político Amín Abel Hasbún, hecho histórico que recuerdo perfectamente. Vivía junto a mis padres y hermanos en un barrio repleto de niños y muchachos que teníamos toda la Zona Universitaria o La Julia, como nuestro gran territorio apache. La Zona Universitaria fue el microcosmos de mi niñez, mi adolescencia y los primeros años de adultez entre 1968 y 1990. Llegué de tres años y salí de veinticinco de vivir por allí.
Entre las rocas de farallón que divide la ciudad de Santo Domingo en dos pisos, aprendí a leer, escribir, saltar, jugar pelota, al escondido, a ser un verdadero “tíguere” con dos colitas; y luego después, con el llamado hormonal, a esperar el paso de mis primeros amores platónicos, de unos chicos que nunca se enteraron cuanto los amé; y, a empezar a ensayar una personalidad, como hacemos cuando somos los adolescentes, entre pruebas y errores constantes. En medio de todo eso, crecí con la leyenda de Amín, que moraba en ese vecindario de mi casa y escuela.
Amín Abel Hasbún, al igual que mi hermano Guaroa, fue un lasallista. Egresado en 1960 el primero, y en 1979, el segundo. Mi hermano es desde niño un amante de los deportes. Eso lo convirtió en un cariñoso discípulo de Faisal Abel Hasbún, maestro de deportes del Colegio Dominicano de la Salle, en los años sesenta y setenta, y hermano de Amín. Era tan grande el cariño de mi hermano por su maestro de deportes, que en la casa, donde el resto éramos tres niñas, Faisal era un segunda figura paternal para mi hermano, especialmente valorada por mi papá. Años después, conocería más sobre este hecho desafortunado, cuando ya abogada, tuve la dicha de conocer a la agrimensora Nayibe Chabebe de Abel, esposa de Faisal y mujer de grandes principios cívicos, además de persona de mi gran afecto.
Padres y alumnos lasallistas simpatizaban con el carismático maestro, a quien el sistema le mató a su hermano de 28 años en 1970. Amín fue además, uno de los alumnos más brillantes de ese colegio, así como de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), lugares próximos a la casa donde crecí en calle de la Cantera, de la Zona Universitaria. La Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la UASD, la primera universidad del continente americano, lleva su nombre.
A diferencia de las más jóvenes generaciones estimuladas por fuentes de información y conocimiento alterno, al crecer los niños y adolecentes de entonces construíamos nuestro imaginario a partir de el mundo real. La riqueza del mundo digital no estuvo a nuestro alcance durante el período de formación. La cara y nombre de Amín, reproducida en afiches y murales en las áreas públicas de la Zona Universitaria, las que recorrí miles de veces a pie, jugando al escondido o en mi trayecto de ida o vuelta al Colegio Santo Domingo y al Instituto Domínico-Americano donde estudié, en el mismo sector también, acompañó mis inquietudes, primero infantiles, luego juveniles y aún inquieta mi adultez. La UASD era nuestro lugar de aventuras. Desde ir a ver los cadáveres en el sótano de la Facultad de Medicina, ir a tumbar los mangos de sus solares, a mirar cotidianamente los letreros que gritaban ¡Abajo Nixon!, Bosch presidente o ¡Amín vive!, resultan recuerdos imborrables.
Varias de mis amigas del colegio con quienes me juntaba en las tardes, Claudette López-Pehna Martínez, Gina Porcella Dubreil y Lilliam Bonelly Canaán, vivíamos todas entre las inmediaciones de la UASD. Y mientras veníamos cantando los temas de La Pandilla, los Bee Gees o ABBA y hablando de nuestras pequeñas cosas, de ida o vuelta a casa, más de una vez nos sorprendieron las bombas lacrimógenas para acallar las manifestaciones estudiantiles.
Amín era consigna de lucha de los universitarios rebeldes. Su nombre resonaba entre la muchedumbre que enfrentaba a la Policía Nacional, mientras cruzábamos corriendo para refugiarnos del peligro inminente. Amín era la cara y el nombre de la historia oculta, que por nuestra inocencia no alcanzábamos a entender.
¿Quién fue Amín? ¿Por qué lo mataron? La respuesta ya es conocida. ¿O no? La pregunta subsiguiente: ¿Qué nos quiere contar y decir Etzel Báez sobre el hecho? Estos elementos lo analizaré en mi siguiente entrega.