Dedicado a César Arturo Abreu, un vegano apasionado por su carnaval.

Tifúa (Foto Mariano Hernandez).

El Museo del Carnaval Vegano, trasciende a su dimensión visual, estética y conceptual, para convertirse en una de las pocas instituciones del país, donde la investigación es más que importante, a tal punto, que su acumulación de “imagen y voz”, “imagen y sonido”, hacen que su centro de documentación sea obligatorio para el conocimiento del carnaval dominicano. ¡Un trabajo excelente!

El debate sobre la presencia de las diversas etnias responsables en la formación de la identidad dominicana y su incidencia en el carnaval dominicano, temática poco trabajada en nuestro medio, es uno de sus desafíos actuales, para informar y provocar una discusión sobre este tema a nivel nacional.

El carnaval como expresión social-artística-cultural, proveniente de Europa, no admite discusión.  Nuestros habitantes originales no conocieron este carnaval, que no tiene nada que ver con sus areitos, este llegó con los colonizadores españoles después del segundo viaje del Almirante.  Algunos investigadores señalan a La Vega como la sede inicial del mismo a la isla que compartimos con Haití, pero realmente fue en la ciudad de Santo Domingo antes del 1520, de acuerdo con el historiador Manuel Mañón de Jesús Arredondo.

El carnaval que nos llegó desde España no existe más, es reminiscencia del pasado, este se ha ido transformando con los cambios de la sociedad dominicana, se ha ido criollisando, a tal punto que hoy, ya existe definido un carnaval dominicano con identidad.

La “presencia indígena” en el carnaval dominicano, fue una respuesta contestataria de reafirmación de identidad, para contrarrestar la presencia española durante la anexión después del triunfo de la Restauración en el 1865.  La presencia indígena apareció en casi todos los carnavales locales, incluso con una riqueza de teatralización.  La más trascendente de todas fue la obra “Los Indios de Quisqueya”, creada por la comparsa de “Los Indios de San Carlos” en el carnaval de la ciudad de Santo Domingo, en 1942, recogida por Dagoberto Tejeda Ortiz en un libro sobre la misma, (Indigenismo Carnaval e Identidad) donde conceptualmente se produce el encuentro desigual entre indígenas y colonizadores españoles, pero desde la perspectiva de los primeros.

En los últimos tiempos ha disminuido la presencia “indígena” en el carnaval, desapareciendo la teatralización de la Comparsa de los Indios de San Carlos, con la excepción de las comparsas “indígenas” de Azua, la más completa antropológicamente, la de San José de Ocoa, Barahona y Puerto Plata, aunque se ha enriquecido por contenidos relacionados con simbolizaciones indígenas como las máscaras de los Taìmacaros de Puerto Plata;  únicos diablos del carnaval dominicano que reproducen deidades taínas.

La presencia de la cultura española a nivel temático y de personajes, como eran los Gigantes y Cabezudos, ya no existen en el carnaval popular.  Solo la Muerte, una herencia del carnaval europeo, se mantiene vigente en varios carnavales locales.  Aunque se mantiene la técnica del papel maché para la confección de las máscaras de los diablos, sus contenidos como la de sus trajes han sido dominicanizados.

En la criollización del carnaval dominicano, en sus expresiones de la diversidad de su identidad, la cuota más alta de responsabilidad está en la herencia afro y en la capacidad creativa de lo imaginario popular, alcanzando sus contenidos más explícitos en el carnaval cimarrón, cuya permanencia está en proceso de extinción por la acción de la cultura oficial y la comercialización.

Los personajes de este carnaval original, como las máscaras del diablo de Elías Piña, los tifúas y los cocoricamos de San Juan de la Maguana, las Cachúas de Cabral, Barahona, los tiznaos de varios carnavales locales, los negros de la Joya, los platanuses de Cotui, son muestras de la diversidad de la herencia afro en el carnaval dominicano.

Esta dimensión de herencia africana, por la magia del carnaval, ha permitido la inclusión de manifestaciones que originalmente no eran expresiones carnavalescas, pero que hoy tienen espacio en el carnaval dominicano, enriqueciendo y dándoles dimensiones de identidad, como es la presencia de los Guloyas de San Pedro de Macorís o el Gagá de San Luis.

Lo fascinante de este proceso afro en el carnaval popular es su dominicanización, responsabilidad de la toma de conciencia del pueblo en una lucha de resistencia y de redefinición de su identidad. El carnaval dominicano no es homogéneo, sino que asume las particularidades locales.  En aquellos lugares donde su formación social fue la economía de la caña de azúcar y donde estuvo presente la esclavitud, así como escenarios del cimarronaje, la presencia afro ha sido importante, siendo menos acentuada donde se dieron otros procesos de formación socioeconómica, como el hato ganadero, la agricultura y el comercio.

La presencia de un sustrato mulato de dominicanización, ha tenido aportes afro de otras nacionalidades y de intercambios locales, que han posibilitado la presencia de personajes comunes como los Robalagallina a nivel nacional o como Califé en el carnaval de Santo Domingo y de Santiago de los Caballeros.

El aporte cultural de otros países al carnaval, como Haití, Cuba, las islas inglesas del Caribe, han sido importantes, diferentes a otros, como China o los “Árabes”, sin incidencia en el carnaval dominicano.  Los Alì-Babà, comenzaron con trajes de árabes y luego se transformaron con la música afro de los Guloyas.

Las dimensiones étnicas tienen su trascendencia en el carnaval, porque la creación de la cultura dominicana ha sido un proceso creativo de lo imaginario popular, de lucha y de resistencia, donde una  “modernización” liberal, ha sido sinónimo de eliminación de expresiones originales de la cultura tradicional, con la intensión de orquestar un proceso de alienación, neocolonización y de dominación.  ¡Pero no lo han logrado!