En esta coyuntura electoral (febrero- mayo 2016), al escritor e intelectual Vargas Llosa le ha caído arriba el discurso de la moralina por parte de ese sector ultranacionalista con tinte trujillista, lo que recuerda las acciones vandálicas emprendidas por el entonces diputado Vincho Castillo entre 1960 y 1961 en contra de la Iglesia por esta haberse negado a otorgarle al Jefe el título de Benefactor de la Iglesia Católica, y muy señaladamente en contra del obispo de La Vega, Monseñor Francisco Panal, a quien esos vándalos conocidos como paleros le llenaron al prelado la catedral de prostitutas que bailaban al compás merengues trujillistas. Dice el exguerrillero Hamlet Hermann, que “los Paleros de Vincho Castillo, profanaron iglesias y maltrataron a todo aquel que tratara de calmar su sed de sangre, la cual pretendían saciar con los opositores a Trujillo. Ésos encarnaban entonces la esencia vandálica de Los Paleros que, en noviembre de 1960, asesinaron brutalmente a Las Muchachas Mirabal”. (Ver: “Una ecuación de la Historia”, en el. Hoy.com.do.18/11/2012).
Es por eso que, el rechazo a la premiación por parte de ese sector conservador al laureado escritor se coloca más allá de la ética del escritor y cae en el precipicio de la moralina, que es un síntoma muy frecuente en las conversaciones cotidiana del dominicano.
En ese aspecto entro a explicar en qué consiste y cuáles son las característica de la moralina en el discurso de la ética y la moral, para de esta manera poder tener una visión más acabada de cómo se mueven estos discursos ultranacionalista en relación con la cultura y el poder.
Esto es así, porque el pensar la ética es pensar en el sujeto como realidad, único e irrepetible, contradictorio, en cuanto en su interior lleva diversas funciones prácticas referidas a lo político, familiar y social.
De ahí que tal como dice el poeta Antonio Machado: “Busca tu complementario, que siempre marcha contigo, y suele ser tu contrario”. Contrario al discurso de la moralina que rehúye al dialogo, vive en el monologo, contra a una ética dialógica, basada en la argumentación y en el que todos los involucrados tienen igual derecho a la palabra.
La moralina comulga con la intolerancia, que anida en sujetos incapaces de tolerar ideas diferentes a las suyas. Tal como lo abordó el filósofo Voltare en su discurso sobre la tolerancia cuando dijo que, imputa las calumnias, a los falsos indicios, mal expuestos, a los informes de la ignorancia, a los errores extravagantes de algunas declaraciones, a ese fervor rabioso que quiere que quienes no piensan como ellos sean capaces de los mayores crímenes.
Para los que piensan en el sujeto como único, lineal y de cabeza cuadrada, quiero enfatizar que eso no va con la ética, pero sí con la moralina, que es tan adictiva como la nicotina, la cocaína, como dice Cortina (1996), es una moralidad inoportuna, superficial o falsa. El moralino o moralina se la pasa acabando con el otro, descalificándolo, buscándole hueco por donde entrar su veneno de resentido y destrucción, lo que impide comprender el conocimiento del sujeto que ha construido vida con valores y con producción de nuevos conocimientos.
Para el sujeto moralino el otro no tiene razón de existir, de ahí que colinde con la politiquina, que son los políticos soberbios que “se arrogan poderes casi omnímodos y acaban devorando la sociedad civil”(íbid, p.19). El moralino reduce la complejidad del comportamiento del sujeto a un determinado juicio de valor del cual desprende que es su vida misma; la intolerancia es su norte, no la pluralidad de sentidos. Vive dándose pase de moralina, eclipsando lo ético y la creatividad de los otros, para que de esa forma se le pueda hacer más fácil destruirlos o aplastarlos.