El actual debate sobre las tres causales remite a una cuestión subyacente planteada hace unos años por el filósofo italiano Gianni Vattimo: ¿Debe pretender el cristianismo ser una “metafísica natural con pretensiones de verdad” o debe asumirse como una ética de la caridad?
La pregunta puede parecer de interés solo para teólogos y filósofos. Sin embargo, su tratamiento se encuentra en el corazón de toda discusión sobre hechos que roza supuestos doctrinales del cristianismo. En palabras de Vattimo: “Si la ortodoxia católica declara que no es posible abortar, ni divorciarse, ni experimentar con embriones… ¿no supone esto la permanencia de una violencia de la religión natural dentro del marco de una religión histórico positiva que ha revelado sólo el amor?” (Verdad y fe débil, p. 42).
Asumir el cristianismo como una metafísica natural con pretensiones de verdad significa mirarlo como un discurso que describe la naturaleza al modo de las ciencias. Por consiguiente, desde esta perspectiva, se pretende establecer “objetivamente” cuándo comienza la vida, cuál es la estructura de la familia, etc.
Asumir el cristianismo como una ética de la caridad significa tomar distancia de toda pretensión por defender un discurso objetivista de la realidad en función del amor al prójimo. Un amor que se identifica, en el mensaje del evangelio, con los vulnerables: la viuda, el extranjero pobre, la mujer que sufre, los parias de la tierra.
Desde una perspectiva cognoscitiva, Vattimo señala el riesgo que corre el mensaje cristiano asumido como conjunto de enunciados verdaderos: terminar desmitificado, refutado.
Más cuestionable aún que esa perspectiva epistemológica de ver el cristianismo resulta la mirada ética que se fundamenta en esa metafísica objetivista. Con ella, se pierde la perspectiva situacional de las personas. La vida se reduce a un conjunto absoluto de normas que no conocen excepción, que deben aplicarse de modo dogmático, sin prudencia ni atención al cuidado de las personas, ni a sus experiencias concretas.