Generalizando aún más la ya amplísima clase de los dispositivos foucaultianos, llamaré dispositivo literalmente a cualquier cosa que de algún modo tenga la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivientes. Por lo tanto, no sólo las prisiones, los manicomios, el Panóptico, las escuelas, la confesión, las fábricas, las disciplinas, las medidas jurídicas, etc., cuya conexión con el poder de algún modo es evidente, sino también la pluma, la escritura, la literatura, la filosofía, la agricultura, el cigarrillo, la navegación, las computadoras, los teléfonos celulares y -por qué no- el lenguaje mismo que, quizás, es el más antiguo de los dispositivos, en el que miles y miles de años atrás -probablemente sin darse cuenta de las consecuencias a las que se enfrentaba- un primate tuvo la inconciencia de hacerse capturar.( Giorgio Agambe (2014).Qué es un dispositivo. Seguido de El amigo y La Iglesia y el Reino, P.18)
Nuestro tiempo es de control y virtual, donde las redes son apenas un subsistema del ciberespacio y de los demás laberintos de redes en el cibermundo, por lo que este no solo descansa en esas empresas, sino en las mismas relaciones de poder cibersocial, compuestos por los miles millones de sujetos cibernéticos.
El cibermundo como sistema social, cultural, económico, educativo y político cibernetico, que tiene espacio no físico sino virtual, líquido (Bauman), no se puede despachar como si fuese controlado, manipulado por un conjunto de empresas visibles, como si estas fuesen las causantes de todos los efectos sociales, como son los hábitos viciosos (ciberadicciones, infoxicación) y como si se tratara de una historia tecnológica digital evolutiva acumulativa del sistema capitalista neoliberal, productora “ de enjambre digital “y de “Homo digitalis” (se desvanece Chul Han), y no como el sistema de redes y dispositivos de control virtual, de poderes sociales cibernéticos que se manifiesta en lo cultural, educativo, económico y político; el cual ha estado produciendo en lo social “el infierno de lo igual, la expulsión de lo distinto y la explotación a sí mismo” (aparece Chul Han).
No basta borrar algunas ciberempresas dueñas de las redes sociales para que este sistema social solucione muchas de estas preocupaciones que se han estado dando en el cibermundo y que son parecidos, con menos intensidad, a la revolución industrial en el siglo XIX, cuando surgieron algunos movimientos políticos rebeldes contra las maquinarias industriales. Estos movimientos llegaron a pensar que destruyendo las máquinas, desaparecería el sistema económico y social capitalista basado en la propiedad privada sobre los medios de producción. Para ese tiempo, Karl Marx, llegó a explicar y criticar como el movimiento luddita, se caracterizó por este tipo de propuesta:
“La destrucción masiva de máquinas en los distritos manufactureros ingleses durante los primeros quince años del siglo XIX, sobre todo a consecuencia de la explotación del telar a vapor (…).Se necesitó tiempo y experiencia antes de que el obrero aprendiera a distinguir entre la máquina y su aplicación capitalista, y, por tanto, a transferir sus ataques del medio de producción a su forma de explotación social.”(Libro 1- Tomo I. 2016.Pp.154-155).
Se necesitará tiempo, para que la generación de nativos digitales y sus diferentes variables que giran en torno a las aplicaciones virtuales vayan comprendiendo que esto no es simple historia de la tecnología, sino que es un sistema social cibernético, que tiene que ver con conocimientos, ideas, mente y estrategia de simulación e influencia en el propio espacio y ciberespacio del poder como relación de saber y control virtual.
Es partiendo de este enfoque sistémico que los sujetos cibernéticos dominicanos han de empoderarse, a través de una ética cívica del ciberespacio, de las redes sociales para construir espacios democráticos y, para no dejarse instrumentalizar del discurso digital y manipulador que convierte al sujeto en minería de datos y análisis de datos con fines políticos y estratégicos en los procesos electorales, como ocurrió con la desaparecida empresa Cambridge Analytica y su conexión con Facebook en los Estados Unidos, donde influyeron en el proceso electoral Norteamericano, que le dio el triunfo a Donal Trump, en noviembre 2016.
Es en el espacio virtual de las redes sociales que se manifiesta el control y la manipulación por parte de algunas de las instancias del poder cibernético, lo que no significa, que sean razones suficientes para llegar al extremo de plantearse una política contra las redes sociales hasta el punto que no deben existir, lo que se impone es luchar para que haya normas y sanciones contra las ciberempresas que se apropien, sin nuestro consentimiento, de nuestros datos, mostrándolos y manipulándolos de manera estratégica con objetivos políticos.
La sociedad dominicana, ha de empoderarse, de la ética cívica constituida por un conjunto de valores como son: pluralidad, justicia social, respeto a los derechos humanos y a lo dialógico para enfrentar los hábitos viciosos, que se presentan como si fuesen “valores de vida”, cuando es todo lo contrario son antivalores, que cada día se reproducen como la maleza. Los dominicanos tienen que empoderarse de esos valores, principalmente la generación net, nacida a finales de los 70 del siglo XX y que crecieron, se desarrollaron y aprendieron en el trascurso de su vida todo lo relacionado al mundo de lo virtual y ciberespacial y las generaciones de nativos digitales y de las aplicaciones, que son los jóvenes dominicanos nacidos a mediado de los 90 del siglo XX y en las dos primeras décadas de este siglo XXI.
Atrincherarnos en una ética cívica, forma parte de una educación en valores para enfrentar dichos vicios sociales y todas las redes grises (mafias y cibermafias) incrustadas en los laberintos de una dominicanidad transida caracterizada por la hipercorrupción política- jurídica cubierta de lavado de activos, narcotráfico, asesinatos por encargo. De lo contrario terminaremos sucumbiendo como sociedad perdidos en unos laberintos esfumados de valores y viviendo el individualismo consumista y en refugios virtuales y reales de ambiente social moderno y posmoderno como son las portentosas torres de apartamentos, los centros de diversiones, así como las plazas comerciales, los gigantescos Malls, el Metro de Santo Domingo y las zonas turísticas del país. Los dominicanos excluidos de este ambiente social viven respirando aires grises de miedo y terror, mientras que los no excluidos sienten que están perdiendo estos espacios físicos de convivencia dada la sospecha de que se están contaminando de aire gris. De ahí, la urgencia en las compras, el hiperconsumo, la prisa en llegar a los parqueos, la aceleración al conducir en las avenidas y las angostas calles de las ciudades. En cualquiera de estos espacios se ejecutan allanamientos, cierres de calles, revisión y control de vehículos y peatones por los agentes de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) o de otras instituciones de seguridad militar.
Hay que empoderarse de las redes sociales en el ciberespacio con sentido estratégico e interactivo y de participación en el espacio social. Tal combinación del ciberespacio y el espacio social con conciencia de ciudadanía constituyen el desbloqueo a esos espacios virtuales y reales degradados por unos sujetos amantes del crimen y la delincuencia que han estado carcomiéndose el poder del Estado y sus diversas instancias, así como otros espacios de poder como son la familia, las universidades y, los colegios profesionales, los partidos, y demás de los poderes de la sociedad civil.
Esto no significa que estas instituciones sean malas, sino que muchos sujetos viciosos que forman parte de estas en el ámbito público y privado son los que las corrompen. El empoderamiento como estrategia de participación social, de tomar conciencia de nuestras capacidades para saber navegar en el ciberespacio, en los ámbitos del conocimiento y el aprendizaje, de aprender a desarrollar el dominio de articulaciones vivenciales en la sociedad entre el espacio y el ciberespacio, para no caer en un realismo burdo (empirismo) o en un desenfreno de lo virtual (posexperiencia).