La realidad virtual lleva la simulación hasta su máxima expresión, hasta el extremo de recrear en el ciberespacio un mundo (que no tiene por qué ser análogo al mundo físico) sobre el que las acciones del sujeto tienen consecuencias (interacción) y, a su vez, cualquier transformación que el sujeto ha aplicado al cibermundo es perceptible. (Aznar Casanova, 2017. La consciencia. La interfaz polinómica dela subjetividad. p.244)

El cibermundo está edificado en plataformas y dispositivos digitales y de red de redes internet, cubierto en todas sus dimensiones por el ciberespacio y las diversas redes de poder cibernetico que han sido construidas por los sujetos cibernéticos, entre los cuales se encuentran los ciberempresarios, que controlan parte de los entramados del poder virtual y de los espacios físicos donde se encuentran las plataforma digitales de las empresas más poderosas: Microsoft, Apple, Google, Amazon y Facebook.

Estas empresas forman parte del control virtual de ese cibermundo, pero no en su totalidad. Ahí falta el poder de la ciber seguridad cibernética de las  principales potencias económicas y políticas de ese mundo  y de otras empresas asiáticas, que tienen sus propias redes de control virtual, al margen de las redes sociales, de internet, pero que están en el ciberespacio y entran de manera estratégica en el ciberespionaje planetario.

El poder cibernético biopolítico (ciberbiopolítico, Merejo 2018) de control virtual, de ciberseguridad militar y ciberempresarial no ha podido constituirse en el dios del control  de las profundidades del ciberespacio y sus cuencas virtuales. Prueba de eso, es que mientras estoy escribiendo estas ideas; las principales potencias en el cibermundo (Estados Unidos, China, Corea de Norte, Rusia, Comunidad Europea e Inglaterra) viven entre ellos, en permanentes ciberataques, en las profundidades del ciberespacio, robándose información y de espionaje cibernético.

De acuerdo a los datos del Informe de Tendencias de Incidentes e Incumplimientos Cibernéticos (…) “se produjeron más de dos millones de ataques informáticos en 2018 (…). En total, los incidentes cibernéticos del pasado año supusieron un impacto financiero de más de 45.000 millones de dólares”… (El país /2019/07/11/).

  Se ha de comprender, que no es lo mismo manipular tendencias políticas en redes sociales, o plantearse borrar las redes, como lo desea el ciberfilósofo  Jaron Lanier,  quien en su libro “Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato  (2018), dice que  lo mejor es cancelar tus cuentas de dichas redes y eso te harás feliz. Tal enfoque, lo que hace es reducir al sujeto cibernético a vivir por y para la redes y como si estos males estuvieran en estas, aunque las estrategias de sus dueños no están exentos de  controlar la mente (Facebook), manipular y cambiar percepciones políticas. Esto entra en unos entramados, a lo que el filósofo Vicente Serrano Marín ha llamado “Fraudebook , lo que la red social hace con nuestras vidas” (2016).

El mismo Lanier, deja bien claro que no se opone a la red, al mundo tecnológico, pero cree que la salvación de nuestra vida está en borrar las redes de estas empresas. Para él, algunas de las redes sociales de estas ciberempresas son agotadoras, fastidian, son “incordio”, como el caso de la red Facebook, la cual debe ser borrada. Pero resulta que ni desapareciendo las redes o borrando las cuentas de estas, cambiaría el modo de actuar de los sujetos cibernéticos, porque el cibermundo, está entretejidos de fibras de poder, de dispositivos (Foucault, 1999; Agamben, 2014) y control virtual, las redes sociales son una parte de este, pero no el todo.

Es por eso, que se ha de luchar por un empoderamiento social del ciberespacio y por una ética cibernética cívica  de proteger los datos de los sujetos cibernéticos en el Cibermundo: “De ahí la relevancia del reclamo según el cual los datos de las personas en el ciberespacio son también derechos humanos”, como bien dice el filósofo José Mármol, y que (…) “requiere de marcos regulatorios precisos que delimiten su radio de acción y que, sobre todo, protejan la integridad y una menguada privacidad de los usuarios, especialmente, de las redes sociales más vulnerables que Internet”. ( El Día:14/10/ 2019/).

No se puede seguir pensando que este mundo tecnológico digital, virtual y de redes sociales, pertenece solo a un conjunto de empresas cibernéticas, sin tomar en cuenta que dicho mundo, también, está formado por cibercultura , cibereducación y  por miles y miles de ejércitos de  hackers  pertenecientes a las principales potencias económicas y políticas del cibermundo y  por los dispositivos de control virtual más sofisticados utilizado por los sistemas de seguridad de esas potencias.

Es ahí, que Laniere, queda atrapado en el discurso de lo tecnológico cuando dice que nuestros problema  no son de internet como tampoco, los teléfonos inteligentes y mucho menos el arte de los algoritmos, son las redes sociales, que se han convertido en un verdadero “incordio” y nos hacen incapaces de “preservar un espacio en el cual inventarnos a nosotros mismos ajenos a la evaluación constante, eso es lo que me hace infeliz” (p.110). Para él, la infelicidad depende de un espacio que no está en el ciberespacio, en esas redes sociales. Sin embargos, las ciberadiciones apuntan a la infelicidades al igual, que las adiciones de los espacios sociales que no tienen que ver con el ciberespacio. 

   Esto no significa que nos debamos quedar con los brazos cruzados, no, todo lo contrario, hay que  empoderarse desde una ciberética cívica  que apunte a una forma de pensar de manera crítica  estos nuevos escenarios virtuales y que los sujetos cibernéticos virtuosos, profundicen su participación social en esas redes sociales y en ese ciberespacio y en todo este mundo virtual, para que no se nos confunda con un montón de datos o que seamos  tratados como simple datos.