Con frecuencia escucho conversaciones sobre el futuro de la nación dominicana que rápidamente se convierten en discusiones sobre su historia, que es pasado. Si bien la historia sirve muchos propósitos loables y yo soy un amante de la misma, no podemos hundirnos en ella. Es importante estudiarla y entenderla, pero no podemos permitir que ella se convierta en la única guía de nuestros pasos.

Uno de los grandes fines de la historia busca enseñarnos a luchar contra nuestros propios excesos. Es una forma de conocernos a nosotros mismos, una forma de conocer las cosas buenas y malas que somos capaces de hacer. ¿Quién en su sano juicio se inventa un holocausto? Del mismo modo, cincuenta años después, morirían centenas de miles de personas inocentes en Rwanda.

La historia nos pertenece. Si no la vivimos en carne propia, la vivimos indirectamente a través de otros; la leemos, la repensamos y a veces, hasta la ignoramos. Por mi parte, me siento afortunado de no haber presenciado en carne propia los horrores de la tiranía. No obstante eso, a través de la historia, conozco lo suficiente como para saber que no toleraré tales autoritarismos. Tampoco toleraré los actuales niveles de corrupción gubernamental y por eso me quejo públicamente, votaré en su contra y promoveré los movimientos que también la opongan.

Pero a pesar de la historia y de sus innumerables lecciones, a veces se torna difícil evitar que se repita. “Primero como tragedia y después como comedia”, decía Marx. Llega un momento en que la historia se adueña de nuestro presente y el futuro parece dejar de existir. Ese momento en que nos “sobre-contextualizamos” y nada parece sorprendernos.

Tomemos nuestra historia política de ejemplo. Infinitas comisiones y tanto despilfarro, que lo asumimos como nuestro y lo damos por hecho. De repente, es como si no tuviéramos fuerzas para que nos importe. No obstante, si hacemos conciencia de ello, quizás sí podamos evitarlo.

Por eso les pido que no renuncien a la esperanza; tampoco depositen esperanza en quienes intentan destruirla. No les pido que renuncien a la historia. En vez, intentemos discernir entre los momentos malos y buenos para aprender a evitar los malos y construir sobre los buenos.

Es evidente que hay quienes viven de la historia. Otras tantas veces, esas mismas personas nos piden que la olvidemos. Una frase en particular me viene a la mente: “… no perdamos el tiempo en lanzar piedras hacia atrás.” Hoy, presenciamos al autor de esas palabras permanecer silente frente a la sentencia más deshumanizante de nuestros tiempos. Por eso y mucho más, él quedará en la historia. Y esta es una que jamás podremos olvidar, porque no existe un mejor juez que el tiempo.

¿Y qué nos queda por hacer? Benedetti responde por mi:

“… no dejar que nos maten el amor, recuperar el habla y la utopia, ser jóvenes sin prisa y con memoria, situarnos en una historia que es la nuestra, no convertirnos en viejos prematuros… tender manos que ayudan / abrir puertas entre el corazón propio y el ajeno / sobre todo nos queda hacer futuro a pesar de los ruines de pasado y los sabios granujas del presente.”