Estrené el 911 Antiruido el 26 de enero, Día del Patricio Juan Pablo Duarte. La llamada, con mi voz un poco alterada por la discusión previa con los obreros de construcción y la orientación afable de la operadora, está ahí archivada. Ella tomó los datos, me dijo ya pasé la información para despachar la primera unidad disponible, esté tranquilo, van a pasar pronto, la situación será resuelta. Gracias, me sentaré a esperarlos.
En dos minutos y 45 segundos: Subí al apartamento, me cambié de ropa, bajé, me senté en un banco y escribí en Twitter la secuencia de mensajes que se ve en la imagen: uno para anunciar el estreno del sistema por martilleo en construcción; dos, la respuesta de que “Día de Duarte o Día der Diablo” pueden trabajar después de las 9; tres, no tienen miedo a que se llame al 911 porque tienen el celular de un coronel y, antes de terminar los 140 caracteres de éste, subo la vista y ahí estaba una camioneta de la Policía Nacional. ¡Gloria a Dios y al 911!
Arranqué para la puerta de la construcción y ahí estaban dos agentes conversando con los tres leones de pico, pala y empañete, más blancos que crema de afeitar en capuchino, rogando como corderitos que, para no dejar dañar la mezcla, lo dejen poner los blocks hasta que se acabe. ¡Oh momento glorioso! Le dije al capataz que sacara nuevamente su celular maco, para llamar al oficial de la guarda, su endiablada compañía, que no lo desampara en sus abusos, ni de noche ni de día; y al obrero internacional, mira aquí los policías dominicanos que sí vienen atender las quejas de los ciudadanos, sin importar si es día o no de fiesta nacional.
Los agentes, en la acción sensata que mandaba la situación, le autorizaron proceder con poner blocks en silencio, suspender inmediatamente el martilleo y le explicaron que teníamos el derecho de llamar para reclamar por ruido y también volverlo hacer, en caso de que no cumplieran con lo establecido. Para cerrar el caso, tomaron nota de sus nombres y/o documentos de identidad, lo que también es parte del historial de ese caso cerrado.
El ingeniero de la obra, que se levanta todas las mañanas con el trinar de los pajaritos y la melodía de un sonajero en su decoración Feng Shui, llegó a la media hora. Tal vez a regañadientes tuvo que cambiar funciones al martillador y ajustar el informe de cubicación que tenía listo al dueño del local. “Por pendejo que llamó al 911, que se quedó en su casa el fin de semana largo por no tener cuarto para un resort, la obra tendrá que entregarse después del medio día de fecha pautada, disculpe el inconveniente.” Acostumbrados al abuso con impunidad donde sea que construyen, es así que piensan y actúan estos profesionales que, a sus subalternos, también transmiten el mismo desdén y desprecio por el prójimo y la autoridad que no controlan.
Hay que entender también el irrespeto al sueño ajeno de a quien su remuneración no le da para dormir como la gente. Como me teorizó un amigo: “El que pernocta al ras de la Madre Tierra, con testa acomodada en funda de cemento, franqueado por trampas de roedores, cual samuráis cuidando de intrusos sueño de Emperador Chino, no internaliza molestia ajena por causa de su trabajo.” Está bien, Luis, por esa condición infrahumana en que los ponen a trabajar, es lógico que merezcan nuestra solidaridad y deseo de que mejoren, pero esa no es razón para aceptar pasivamente el ruido infernal del que sacan su lucro de sustento. Mucho menos, tolerar manifestaciones de desprecio y amenazas cuando se les reclama respeto a nuestros derechos, esas que terminan en la retaliación convirtiendo a uno en Chapulín para horario de adultos.
El 911 Antiruido acaba de dar una lección de que las cosas son ahora diferentes al dueño de la obra, al ingeniero, al capataz criollo, a los obreros internacionales, al coronel incógnito que aseguran los ampara, a los vecinos y al administrador del condominio. Esta es una administración que ha tenido el valor de someter la provisión de servicios públicos de atención emergencias y quejas por ruidos a un auditable plebiscito diario. La acción pública se solicita en estos casos por una llamada que queda registrada junto a la declaración de la operadora, que afirma haber dado curso para que se atienda emergencia o reclamo. El registro en esa bitácora digital se cierra con un reporte de actividad por la unidad que actúa, donde se mide el tiempo de respuesta, el resultado y cualquier retroalimentación que también quiera dar el ciudadano.
El 911, en consecuencia, elimina la discrecionalidad habitual que los agentes de la policía o las unidades de emergencia tenían para atender al ciudadano. Se acabó el “¿Qué usted llamó? ¿Cuándo? ¿Quién cogió la llamada? ¡Aquí no hay Cabo Pérez!” La expansión del servicio a las quejas por ruido ahora devalúa pólizas informales de seguros, a cargo de oficiales militares o policiales, que permitían violar la ley a ingenieros constructores, dueños de colmadones, bares, drinks u otros negocios similares. Al utilizar un sistema centralizado y auditable de llamadas, con poder para mover la acción pública y un compromiso visible del Presidente, está levantando esperanzas con sus resultados. También comienza a superar la frustración con programas anteriores montados en el esquema tradicional de confianza sin auditoría.
La respuesta fuerte que el 911 ha dado a los que hacen llamadas molestosas es una garantía de su permanencia. Los bromistas ya saben que ellos terminan siendo el chiste que provoca risas, cuando son sometidos y castigados con multas y sus nombres quedan registrados en archivos judiciales. Esa misma efectividad espanta el reclutamiento de personas para sabotear el sistema, que sin duda están patrocinando los que rentabilizan el desorden y caos en que tienen sometida a la sociedad.
Es una necesidad nacional la expansión a nivel nacional de este servicio que, en realidad, nos acerca mucho más a sociedades civilizadas que obras públicas faraónicas. El ciudadano requiere medios efectivos para resolver abusos cotidianos de los buscavidas que no respetan sus derechos en las calles o sus viviendas. Esta administración ha mostrado arrojo para hacerlo. Agreguemos ahora un 911 Limpia Aceras que permita acabar, por ejemplo, con el abuso de Pizza Hut , Premium Valet Parking y Colegio Kid´s and task, dueños de facto de un tramo de la Salvador Sturla. En tres años de denuncia, nadie se ha ocupado. No es la Fundación de la Ingeniera Francina con su campaña "Encuentra el Error" que va a lograr despejar esa y otras aceras de la ciudad. Es la incorporación al 911 de este tipo de quejas para motorizar la acción pública que acabará, de una vez por todas, con la abulia milenaria de la autoridad pública a que esto compete. ¡Enhorabuena, 911 y Señor Presidente, por esto que nunca se había hecho!