La mayoría de los gobiernos del mundo están de acuerdo en que la prioridad número uno en estos momentos es contener la expansión del SARS-CoV-2. Junto al autoaislamiento, la cuarentena y el distanciamiento social, se implementan estrategias relacionadas con estas medidas con muy buenos resultados en varios países.
En primer lugar, la realización de la mayor cantidad de pruebas posible, lo que para la mayoría de países parece todavía inalcanzable. Un buen ejemplo desde el principio es Corea del Sur. Ya en marzo evaluaba hasta 20 mil personas en 48 horas, más que los Estados Unidos en un mes.
En este decisivo aspecto nuestro país va a la zaga de unos diez países de la región con aproximadamente 15,583 pruebas procesadas a la fecha (PCR-RT), esto es, un promedio de 1,436 por cada millón de habitantes (19 de abril). Si bien el presidente en su última intervención (17 de abril) aseguró que realizan en promedio 1,000 pruebas PCR diarias y que alcanzarían las 2,000 en la última semana de abril, no sabemos si en estos números están incluidas las llamadas pruebas rápidas, basadas en la detección de inmunoglobulinas o anticuerpos que igual, dicen los expertos, tienen un alto grado confiabilidad.
En este punto importa mucho a quiénes se hace la prueba. ¿A personas con síntomas leves? ¿Con síntomas muy avanzados y problemas respiratorios? ¿A contactos, familiares o no, de los declarados positivos? Es muy importante que se hagan pruebas a los contactos o relacionados de los enfermos. Ellos definen la población con mayor probabilidad de haber contraído el virus, lo cual incluye a una cantidad incógnita de personas asintomáticas.
En segundo lugar, relacionado con lo anterior, luego de las pruebas, procede no solo el aislamiento y la permanente supervisión y tratamiento de los positivos; es también decisivo utilizarlos como fuente de invaluable información para detectar (rastrear) a posibles personas contagiadas con síntomas en desarrollo o asintomáticos. Esto se logra en todos los países con la ayuda de entrevistas, aplicación de test y pruebas rápidas a todos los contactos localizables de los declarados enfermos, para luego proceder con el aislamiento.
En tercer lugar, la preparación y las reacciones puntuales rápidas, focalizadas y eficaces figuran como una exigencia insoslayable en esta lucha. Como sabemos, los EUA no estaban preparados y, lo que es peor, reaccionaron muy tarde. El resultado es que la primera potencia mundial avanza, como epicentro de la pandemia, hacia el millón de contagiados y la cantidad de fallecidos supera las 40 mil personas.
Sabemos que nuestro país no está preparado y que figura entre las naciones con los peores servicios sanitarios del mundo (ver ranking de la OMS 2019). No obstante, justo es reconocer que el Gobierno parece haber reaccionado rápido fortaleciendo infraestructuras existentes y creando nuevas. También fue ampliado el personal de servicio con miles de voluntarios.
De acuerdo con el presidente, se adicionaron una veintena de hospitales, se incrementaron en 3,186 las camas de internamiento e incorporaron 124 salas de cuidados intensivos. Además, de acuerdo con sus datos, se instalaron 5,321 camas en centros de aislamiento para personas “sospechosas” de estar contagiadas.
Estas son reacciones rápidas, pero están lejos de subsanar las enormes deficiencias acumuladas por nuestro sistema nacional de salud. Es nuestro deseo que esas deficiencias no lleguen a ponerse evidencia con un empeoramiento inesperado de la situación actual. En este caso, New York, con el que pretendemos ahora erróneamente compararnos para sobredimensionar nuestros logros, nos quedaría “chiquito”.
En cuarto lugar, ¿de qué sirven las medidas de contención cuando se detectan los primeros contagios? Absolutamente de nada. Lo que importa a partir de ese momento es la instrucción y aplicación de normas de distanciamiento social y hasta de confinamiento, motivando al mismo tiempo el autoaislamiento.
El teletrabajo, el cierre de establecimientos y lugares de altas concentraciones de personas, y la cancelación de eventos sociales y deportivos es lo que funciona. En nuestro país el Gobierno lo hizo relativamente temprano. No obstante, ha logrado que el distanciamiento social funcione bien con las élites y la clase media alta y media, pero no así con los sectores cuyas condiciones de vida (pobreza, promiscuidad, hacinamiento, insalubridad) hacen realmente imposible la comprensión del concepto de “distanciamiento social”.
¿Cómo evitar que cientos de miles de personas que viven de las actividades informales, que se estima son el 50% de las MiPymes del país, permanezcan durante dos meses mirando televisión? Para ellas, por más generosa que sea la ayuda del Gobierno, el distanciamiento social es como una sentencia de muerte. Si la crisis se prolonga más allá de mayo, lo que parece muy probable, podríamos ser testigos de una rebelión de esos millones de marginados, desempleados y empobrecidos.
Por último, cuentan las normas de higiene, todas las recomendadas por los organismos especializados. Los dominicanos, en general, descuidan reglas de higiene básicas. La mayoría, cuando llega de la calle, muy raramente se lava las manos y solo una fracción muy pequeña de la población lo hace antes de cada comida. Sin exageración: podríamos hablar de “catástrofe higiénica” en la periferia de los centros urbanos y ciudades intermedias.
Se evidencian cambios loables. Ahora, no solo nos lavamos las manos de manera obstinada y muchas veces al día, sino que la demanda de agua ha crecido por la repentina frecuencia de los baños de cuerpo entero. Se agrega a ello el uso masivo de mascarillas y guantes. También vemos a los más pudientes cargar en sus vehículos frascos de “manitas limpias”, alcohol y otros desinfectantes. ¡Un drástico e inesperado cambio de comportamiento social de cientos de miles de dominicanos en apenas unos días!