Hoy estamos asustados. No sabemos cuál será nuestro futuro. Estamos presos en nuestros hogares. El tiempo se nos pasa en ver noticias, leer periódicos, ir a la cocina, entrar a la habitación, volver a la cocina, entrar al baño, ir a la sala, volver a la habitación, llamar por teléfono, volver a la cocina, volver a la sala y… pensar.

Quienes no estamos en las redes sociales mantenemos un poco de calma, porque me dicen que la intranquilidad que hay a través de estos medios no tiene límites.

Las llamadas telefónicas es preferible dosificarlas, solo hacer las necesarias a nuestros familiares y recibir las menos posibles, pues la mayoría de ellas son como ave de mal agüero para alterar a los demás.

Las dichosas cadenas que hacen por los famosos grupos de whatsApp me dicen que tienen los celulares llenos. Los ignorantes viven, no para prevenir, sino para llevar mensajes que solo tienen validez para los que creen en todos esos disparates, que si no las hacen les puede pasar algo malo o que si las continúan algo bueno les sucederá en los próximos minutos.

Me siento tranquila en mi casa. Mis hijos me llaman y me preguntan qué me hace falta, les digo que nada, gracias a Dios. Están en sus hogares y solo salen a comprar lo que les falte al  supermercado. Pero no dejo de pensar en las personas que no tienen para comer ni qué darle a sus hijos cuando tienen hambre. Es una realidad de la que no podemos escapar, solo “quedarnos en casa”.

El jueves me sentía deprimida, quería llorar.  Llamé a mi amiga y comadre Carmen Holguín. Tuve tanta suerte que fue su esposo Leopoldo quien tomó el teléfono y me transmitió tanta paz que le dije que fue como un ángel que Dios me había mandado y le escribí a ella dándole gracias a Dios por haberlos puesto en mi camino.

Leí en los periódicos que los medicamentos “de alto costo” estarán disponibles en los hospitales para todos los pacientes. ¡Qué  bueno! Porque éstos fueron usados en personas conocidas e importantes o de renombre y les ha ido muy bien, se han sanado.

Según las estadísticas que nos dan, tenemos dos clases de muertos, los importantes que tienen nombre y los que solo son números.

Creo que Dios nos protege y que saldremos de ésta. La imagen que viene a mi mente es la del invierno en Chile. Todos los árboles pelados, nieve por donde quiera y el día en que llega la primavera, como si fuera una varita mágica, salen los brotes y las flores. Llegan para alegrarnos la vida. Ha sido la experiencia más maravillosa que he tenido y he visto en ello la grandeza de Dios.

Tengo tanta esperanza en ver brotar nuevamente la vida, tener la confianza de abrazar a todo el mundo  y manifestarle el amor.

Hoy tengo la fe de poder decir: “Esto también será pasado”.